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A la larga todo se paga

Por El Litoral

Domingo, 29 de noviembre de 2020 a las 01:03

Por Carlos Lezcano
Especial para El Litoral

Martín Baintrub en los años ochenta hacía política universitaria, en 1983 fue presidente de la Franja Morada del Centro de Estudiantes de Arquitectura y de la Federación Universitaria de Buenos Aires.
Conoció a Raúl Alfonsín en su casa porque era amigo de su padre. Cuenta que un día entró a su casa y lo vio sentado en su living con Juan Vital Sourrouile, charlando antes de que fuera elegido presidente de la Nación. Los años que siguieron lo vio varias veces y tuvo una relación bastante cercana a él que desembocó en trabajar con él algunos temas políticos. Esa situación laboral hizo posible una relación cercana y afectuosa.
Muchos de esos trabajos están publicados en la web de su actual agencia de comunicación, Persuasión, pero quizá el que más repercusión tuvo es aquel afiche con la mitad de la cara de Alfonsín que dice: “La mitad lo quiere, todos lo respetan”.
El primer trabajo en campañas políticas fue con Facundo Suárez Lastra, cuando fue elegido intendente de la Ciudad de Buenos Aires. Martín Baintrub era parte de un grupo de jóvenes que trabajó en la campaña. Uno de los primeros días de gestión se animó a hacer una crítica al sistema de comunicación de la ciudad. El intendente elegido le dijo: “Encargate”. Martín tenía 28 años y “la verdad que no tenía mucha idea”. Sintió que le dieron una gran oportunidad y fue cuando empezó a trabajar con Carlos Falco. Cuando terminó la gestión decidieron fundar Persuasión, su agencia de publicidad política que tienen desde esa época.
Martín Baintrub se dedica desde entonces a las campañas y asesoramiento político, es decir que la materia prima de su labor son los temas relacionados con el ejercicio del poder y cómo llegar a él, las relaciones humanas que plantea, sus desbordes y miserias, la distancia entre sus enunciados y sus realidades evidentes. Desde allí analiza situaciones y propone acciones. Su última novela, “Pagar, vas a pagar”, también abreva en los comportamientos humanos relacionados con el ejercicio del poder, pero desde la ficción.
La novela toma elementos de la realidad para escribir ficción, sin que esto signifique que haya literalidad o una transposición de lo real a lo ficcional; no hay verdad en el relato de Martín Baintrub, sino verosimilitud. Quien busque resonancias de lo real tal vez lo encuentre en algunos de los personajes, aunque el autor tuerza en sentido justo a tiempo de ver la copia de la realidad.  La novela es, entonces, “una mentira manifiesta”.
El ritmo en la novela es parte de su estructura, organiza el relato que avanza construyendo el sentido con paso veloz.
El lenguaje es directo, tal vez como un reflejo de su actividad relacionada con la síntesis publicitaria. Martín es conciso en su relato, va donde quiere ir sin vueltas, arma una trama de relaciones que están claramente contadas. La corrupción, la vulgaridad de algunos personajes que ejercen poder con pretensiones sociales, los amores y desamores, la amante y la esposa, un juez y un secretario privado, construyen una urdimbre de relaciones donde no faltan las traiciones, que no necesariamente buscan justicia sino venganza.
No hay dificultad, ni obstáculos ni digresiones interminables; al contrario, hay un relato muy claro que podemos relacionarlo con el cine o las series que nos lleva a leer con fruición hasta el final.

—¿Cómo surgió esta novela?
—La novela es un thriller político, que es una categoría de novelas que a mí me interesa particularmente, también me gusta en formato series como House of Cards. Me pareció interesante contar una historia, que es una historia de amor, sexo, traición y muerte, y que nunca dejó de ser eso: una ficción. Está un poco inspirada en mi trabajo profesional: me tocó hacer una campaña en Tucumán y era muy impresionante lo que la gente me contaba sobre temas que tenían que ver con la corrupción. Si bien la historia que cuento en el libro es totalmente inventada, ahí se me ocurrió la idea de hacer este libro. Lo escribí y el día que dije “bueno, se terminó” (es algo bastante difícil para un escritor decir cuándo se termina un libro), decidí arreglar mi auto, fui a comprar un repuesto a la calle Warnes y escucho en la radio que un tal López había sido encontrando revoleando bolsos en un convento con nueve millones de dólares, armado con un fusil ametralladora; y dije: este libro no tiene sentido porque en la Argentina la ficción siempre supera a la realidad.
Bueno, pasó el tiempo, apareció el tema de los cuadernos, también hay algo de eso en mi libro, sin saberlo, porque eso fue mucho después, y me pareció que sí tenía sentido; al final es una novela muy argentina y la publiqué.
—Se dice, habitualmente, que los artistas, los escritores son una especie de sismógrafos en la historia. Esto que me estás contando es la prueba de que es así. ¿Cómo pensás eso? ¿Qué te pasa cuando sucede eso?
—Permanentemente me pasan esas cosas de pensar algo que después termina viéndose en la realidad y superando a la misma ficción. Mi novela anterior, que se llama “Descansar en paz”, cuenta la historia de una persona agobiada por su situación, que finge su muerte en el atentado a la Amia y huye a Paraguay. Después de publicada, un amigo periodista de judiciales me cuenta que hubo una víctima 86 de la Amia, un tal Patricio Irala, que fingió su muerte, se fue a Paraguay, su mujer cobró un seguro de vida y luego terminó detenido. Yo no conocía esa historia, me enteré después de publicado y dije, bueno, es una cosa increíble. A veces pasan esas cosas.
—Me gustan mucho esos guiños de escritor que tenés en la novela, en las continuidades que tienen la vida del escritor y la vida de sus libros. En el primer capítulo de la novela anterior hay una frase que se repite en esta novela, pero acá como título “Pagar, vas a pagar”, ¿esto es un guiño del escritor, no?
—Sí, es la primera frase de la primera novela, así arranca, un prestamista le dice al protagonista: “Pagar, vas a pagar”. Esta novela, que tenía que ver con temas de corrupción y de dinero, originalmente se llamaba “Plata de todos”, y un día dije “no”, pero “Pagar, vas a pagar” es mucho mejor, porque representa más “facturas” de las que habla el libro.
—No es solo dinero.
—Claro, no es solo dinero. Porque la novela tiene mucho de amor, de traiciones, de venganzas; entonces me parecía que era más integral y me gustaba eso que decís del guiño, de que así arranque la primera novela y que se retome como título en la segunda.
—Es inevitable para un lector correntino o provinciano ver en la novela ciertos guiños a nuestra realidad. Esa es la visión más sencilla, lo más complicado es leer solo como una ficción. ¿Cómo te llevás con eso, de la vida real de tu trabajo profesional y la ficción?
—La verdad es que yo hace 30 años que hago campañas políticas y las cosas que cuenta la novela nunca las vi en la vida real. La novela tiene no solo grandes casos de corrupción, sino asesinatos; no la quiero spoilear, pero hay de todo. Y creo que son andariveles bien distintos, aunque para los argentinos nada de lo que cuenta va a resultar inverosímil, al contrario, todos vamos a sentir que algo que conocemos está ahí reflejado.
—Aquí el vínculo de la realidad y la ficción es un límite muy delgado. ¿Eso te interesa como lector?
—A mí me interesa mucho que las novelas sean verosímiles, que no pasen cosas que vos digas “no, esto no podría haber pasado”, y las cosas que pasan en esta novela, para cualquier argentino son verosímiles; a lo mejor para un sueco o un dinamarqués no, porque uno ve series nórdicas de temas de política y decís “eso es un juego de niños”. Entonces, creo que para los argentinos estas cosas son verosímiles y a mí me gusta que sea verosímil. 
Yo leí la segunda novela de Fernández Díaz, “La herida”, y tiene bastante que ver con el mundo de las campañas políticas donde yo me he movido muchos años; la leo y digo “mirá, nada de lo que dice se parece a lo que pasa”, y a mí me molesta; es decir, la historia puede ser divertida, puede ser atrapante, pero yo quiero que tenga algo verosímil.
—Lo que mostrás es el ejercicio del poder, que muchas veces es brutal y, en general, es bastante kitsch. Los comportamientos de los personajes son bastante vulgares, en algunos casos como en la vida real.
—Totalmente, cualquier argentino que haya visto desde la muerte de Nisman al asesinato del secretario de Cristina Kirchner hace poco en Santa Cruz, o el suicidio de Hernán González Moreno en Corrientes, son historias que resuenan en la cabeza cuando uno las lee como ficción y por eso dice “esto pudo haber pasado”. Sí, totalmente. Aunque sean historias que son ficcionales.
—¿Qué personajes te costó más construir?
—Sabés que costar no me costó. Hay un par de personajes que yo quiero particularmente; uno es Diego, una especie de monje negro de la política, me parece que es un personaje de los más ricos, y después hay una que yo llamo la “loca de la escopeta”, que también la quise, me gustó y la gente cuando lee la novela me hace referencia a esos dos personajes. A diferencia de mi novela anterior, donde básicamente había cuatro personajes, acá hay muchos más y para mí fue divertido, porque el desarrollo de las personalidades de los personajes implica todo un desafío, para que tengan un perfil propio, para que sean creíbles y, entonces, trabajé bastante y la gente me lo reconoce, me dice que con respecto a la novela anterior mantiene el ritmo, esa especie de cosa que hace que uno la quiera seguir leyendo a ver cómo sigue, y que se leen muy rápido, pero que acá los personajes están más desarrollados.
—Es una novela que habla de política, pero tiene mucho amor, tiene mucho de enamoramiento. ¿Cómo hiciste eso?
—Yo no quería que fuera solamente una novela política, porque me parece que los matices de las personas, de los seres humanos que están involucrados ahí, tienen mucho que ver, también, con las otras cosas que les pasan, además de la política: el amor, las infidelidades, las traiciones, los ideales. Hay un juez que tiene una personalidad muy fuerte, que cuenta una historia de vida de su padre que justifica su accionar; entonces me parece que los personajes, en este caso, van armando una trama más compleja que solamente la corrupción.
—Una amiga que leyó la novela me dijo que era muy buena pero muy “machirula”. Alguien más te dijo eso, ¿tu amiga Elsa Drucaroff?
—Elsa es mi editora, con ella corrijo los libros. Elsa es una dirigente feminista muy importante y es implacable.
—¿Te dijo lo mismo?
—Sí, bueno. Tu amiga leyó una versión suavizada, matizada por Elsa y por mi mujer. Las dos me hicieron sacar algunas cosas. Pero bueno, yo me siento muy libre. Vos conocés mi militancia por la igualdad de los derechos de las mujeres, pero no pretendía escribir una novela políticamente correcta sino contar cosas que son las que vemos en la sociedad. Nosotros vivimos en sociedades que son machistas; entonces tampoco podía armar una historia que no tuviera nada que ver con la realidad. Yo tengo una actitud muy definida con respecto al rol de la mujer y no me asusta que algún personaje pueda ser como Esteban, que es totalmente machirulo.
—¿Te imaginás esto como una saga o terminó allí?
—No, mirá, de la primera novela “Descansar en paz” vendí los derechos para hacer una serie o película, y finalmente creo que va a ser una serie, y las series requieren y se piensan con una segunda temporada. Yo escribí la línea argumental de una eventual segunda temporada, no es otra novela, más bien es un conjunto de ideas que cuentan una historia para que puedan trabajar los guionistas. Pero nunca pensé en escribir una segunda parte de esa novela, porque me parecía que ya estaba; y este es un policial donde no hay detectives, hay un juez que investiga y en otro libro podría tomar otro caso, pero no lo estoy pensando por ahí. Porque además tengo muchos libros escritos sin publicar y mi intención ahora es terminar dos que están prácticamente para salir y uno más que estoy escribiendo, que sería la quinta novela. Tengo mucho escrito, entonces no estoy pensando en escribir una saga, quizás algún día, no sé...
—¿Pensás que las series son un género? ¿Constituyen la nueva literatura? ¿Es buena literatura?
—Para mí las series son extraordinarias. Las buenas series son adictivas y son la gran competencia para el libro. Cuando pienso en escribir, pienso en escribir como me gusta leer o me gusta mirar; es decir, cosas que transcurran a gran velocidad, porque hoy casi nadie está acostumbrado a leer muchas horas y está la competencia de las series, que son una gran tentación. Soy un tipo que mira bastantes series, tengo varias plataformas de streaming, y creo que todos tenemos que pensar -los que escribimos- que para bien o para mal, competimos con eso y entonces, de alguna forma, hay que registrarlo para no quedarse totalmente afuera.
—Así como es rápida su lectura para mí y muy apasionante, ¿es rápida su escritura?
—Bueno, vos sabés que yo no fui escritor de joven; o sea, empecé a escribir ficción a los 53 años, pero muchas veces había leído eso de que a los escritores les lleva años escribir una novela y no podía entender. Tal vez porque estoy muy acostumbrado a trabajar y a trabajar escribiendo, y digo “si vos te sentás ocho horas por día… lo tenés que hacer en menos tiempo”. Después, cuando empecé a escribir me fui dando cuenta de que hay un proceso de reflexión, de relectura, de pulido y que aunque dispongas de tiempo para escribir, las novelas llevan mucho tiempo. La verdad es que yo me tomo más o menos un año para escribirlas, aunque las termine antes, las dejó madurar, las vuelvo a leer, reviso ciertos capítulos y, después, con Elsa hacemos un trabajo de corrección que prácticamente me lleva otro año más. Entonces, el proceso de hacer una novela es un proceso largo.
—Esta situación de pandemia ¿fue un tiempo también aprovechable para escribir? ¿Cómo te tomó, cómo te pensás en esta situación?
—La pandemia al principio me pareció como una especie de situación, más allá de lo trágico, ideal para escribir, porque estaba todo el día en casa, tenía poco trabajo. Yo normalmente viajo mucho y dejé de viajar, entonces tuve mucho tiempo y al principio escribí mucho. Escribí esa especie de segunda temporada de “Descansar en paz” y seguí con otras cosas y en algún momento me deprimí y dije “che, hace dos o tres meses que estoy encerrado en mi casa”. Los porteños hicimos un tipo de cuarentena bastante estricta que los correntinos no tuvieron, y la verdad es que se me hizo muy difícil, me costaba leer, me costaba mirar series, me costaba concentrarme, estaba un poco deprimido, y bueno, después con los meses la situación se naturalizó. Creo que a muchos nos pasó que nos adaptamos a esta vida que ya no es tan restringida como fue al principio, pero sigue siendo muy limitada. Hay pocas cosas para hacer, no hay teatro, no hay cancha de fútbol, no hay viajes… hay un montón de cosas que no tenemos y yo te diría que me adapté bastante y ahora trabajo bien, me despierto muy temprano y hago las cosas del trabajo rentado del que vivo y cuando terminó con eso me pongo a escribir. Aproveché bastante el tiempo para escribir.

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