Por Rodrigo Galarza
Especial para El Litoral
A veces los promotores de cultura ejercen de tales en acciones concretas como la posibilidad que uno tiene cuando viaja en el metro de Madrid de leer a poetas y narradores de nuestra lengua en las pegatinas que abundan dentro de los vagones. De pronto uno se abstrae leyendo un poema de Gelman o de Gamoneda o un fragmento de alguna novela. Debo confesar que cada vez que tomo el metro tengo la ilusión de encontrar algún texto nuevo y cuando esto sucede hay algo de celebración en ese acto de descubrir. Alguna vez, hace muchos años ya leí en la Línea 1: “huye hacia los bosques, / vete a la montaña; / límpiate la boca; (…) alimenta el cuerpo / con raíz amarga;(…)Y cuando las carnes / te sean tornadas, / y cuando hayas puesto/ en ellas el alma/ que por las alcobas/ se quedó enredada,/ entonces, buen hombre,/ preténdeme blanca,/ preténdeme nívea,/ preténdeme casta”.
Nuestra “asaltante” de hoy formó parte de esta casa editora, durante varios años ejerció el periodismo cultural bajo la guía (ella misma lo ha señalado siempre) del recordado periodista Carlos Gelmi. Moni Munilla se declara en la estela creativa de Alfonsina Storni y Pablo Neruda, y así lo atestigua su prolífica obra poética publicada, toda ella traspasada de un lirismo evocativo y de búsqueda personal. Cobran vida en su palabra los recuerdos de la infancia, los espacios queridos que perduran en su vida como memoria o que aún están, siempre ligados a sus seres queridos. Hay un tono confesional en la poesía de Munilla, confesión hacia el otro y para sí (duelos, desiertos y jardines), la lucha con el tiempo que arrebata y da: “El viento abre las puertas de la casa / lo escucho silbar entre las hojas del jardín / la noche llega con su abrazo infinito. / ¿Eres tú, tiempo? ¿Eres la sombra que ciega mis ojos / y transpira en mis manos? / Si eres tú, no me espantes, no despintes las paredes / hasta que me haya ido./ ¡Déjame recordar ahora que he alcanzado la paz!”.
Es en el trabajo con el tiempo en el que la poeta se entrega a rendir cuenta de su propio recorrido vital, de sus aciertos y errores, de sus dolores mal curados que regresan en búsqueda de redención: “Aquí las voces me detienen siempre, / me sujetan contra la pared / me aprisionan los abrazos con sus manos agrietadas. / ¡Pobres voces! Llenas de raíces sus lamentos. / ¿Por qué insisten? saben que respiramos el mismo frío? / Todos los domingos intento cerrar la puerta”. ¡Salud, poesía y libaciones!
Muestrario mínimo
La casa sola
La noche
cruza el patio de mi casa
y se detiene con su velo lánguido
a contemplar las sombras
[que a su paso
se han dibujado en los viejos
[mosaicos
en las viejas paredes que
[transpiran sus años
en los árboles viejos, silenciosos
[y amados.
La casa
abre sus puertas de bisagras
[oxidadas
desempolva los grises de las
[sábanas blancas
de sus historias que ya
[tanto ha contado.
No teme a los fantasmas
que celosamente ha guardado
no teme a las lluvias que
[horadaron sus rincones
hasta dejar profundas cicatrices
que nadie ha remediado.
La noche
se mira en sus ojos gastados
que tanto ha amado.
Acaricia las plantas con su
[efímera forma
y canta.
Un tango, como antes.
Canta un tango con la voz
[de mi padre
y lo trae en su vuelo a la
[casa tan sola
tan silenciosa y sola
como esta nostalgia
que me agobia al nombrarlo.
La noche
es ese andar lejano
del que hablaba mi madre.
Desorden
No busco lo suficiente. Cierto.
Olvido donde dejé las palabras,
me prendo de las paredes
[para no caer
en el abismo de mis sueños.
A tientas reconozco el camino,
separo la maleza, destruyo
[con mis manos
las raíces pequeñas y cuento.
Cuento los días que faltan
[para el invierno,
las noches de insomnio,
los problemas sin resolver,
las tentaciones.
Tanto desorden me abruma.
También es cierto.
Los muebles están despintados [por el sol de la siesta,
y la humedad ha dejado en ellos, manchas grises
que toman la forma que yo quiero,
[según como me siento.
Puedo pasar la tarde entera
mirando ese universo imperfecto
inventar cada vez un cuento, con demonios blandiendo tridentes
y ángeles inocentes reclamando
[su cielo.
Cuando la oscuridad me ciega
[con sus sombras,
siempre regreso. Me abrazo a la
[almohada, intento un rezo
con las manos unidas sobre el pecho,
[sujetando mis miedos.
Los fantasmas revuelven en los
[cajones del ropero,
arrastran los pies al pasar entre la mesa de luz y el esquinero.
No buscan lo suficiente, digo, [mientras me duermo.
La puerta
Estaba nada más, un tanto abierta,
el viento movía su madera liviana
de un lado al otro, sin cerrarla.
Pensé que así mi vida transcurría,
como el pasado ahondando
[entre las sombras
de una puerta temblando.
Deseo
Busqué en el jardín hasta dar con [tu nombre. Entonces,
deshojé uno por uno los días,
[hundí las manos
[en la tierra húmeda
y dije mientras sonreía: haré
[que vuelva la primavera.
Humedad
Es esta habitación.
Aquí las voces me detienen
[siempre,
me sujetan contra la pared
me aprisionan los abrazos con sus [manos agrietadas.
¡Pobres voces! Llenas de raíces
[sus lamentos.
¿Por qué insisten? saben que
[respiramos
[el mismo frío?
Todos los domingos intento cerrar [la puerta,
dejo que el viento mueva las
[cortinas hacia la tarde,
guardo los manteles y las copas [sin usar,
guardo las servilletas
[prolijamente dobladas,
apago las luces
y espero hasta guardarme.
Es esta habitación.
Hay algo en mí que muere
[cuando callo.
Miedo
Siempre es de noche cuando
[avanzas
sobre mi luz pequeña.
Intento doblegarte,
intento ser una mentira para que [no me descubras
detrás de estos brazos que en vano [me resguardan.
Vas derribando todas las palabras,
hasta dejarme desnuda,
mi piel es una cicatriz profunda
donde duele tu nombre.
Abandono
Las ropas sobre la silla, del revés, con las manchas
fluyendo su olor a vino y desazón.
El cuerpo flotaba entre las
[palabras cuajadas,
esculpidas sobre las paredes de [esa habitación oscura
plagada de nombres escritos sobre [el color verdinegro.
Allí siempre hada frío, hasta
[cuando no respiraba,
hasta cuando se tapaba la cara con las manos
construyendo el escondite
[imperfecto para su ahogo.
Ellos llegaban con la noche,
[abrían la puerta
y cerraban su corazón con el
[mismo golpe.
La desnudez la iba carcomiendo
hasta mutilar sus brazos
[y sus piernas.
En ese momento, infinito,
ella sentía que flotaba,
que protegía sus culpas mientras los escuchaba mascullar
sobre su piel lastimada.
El tiempo, era una canción,
[cualquiera,
era una voz insistente, era casi [una plegaria
abandonada en sus labios,
abandonada.