¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

PUBLICIDAD

En busca de la calidad perdida

Julio Ramírez logra en este disco un resultado singular porque, fuera de este material, no encontramos nada parecido en el género, ya que se trata de una investigación obstinada de los sonidos de un instrumento con pocas posibilidades y poco margen para la interpretación.

Por El Litoral

Domingo, 05 de abril de 2020 a las 01:02
Por Carlos Lezcano
Especial para El Litoral

La información disponible sobre la fábrica Hohner dice que se trata de una compañía alemana dedicada a la producción de instrumentos musicales fundada en 1857 por Matthias Hohner (1833-1902), reconocida especialmente por sus armónicas y acordeones. La compañía Hohner ha inventado y fabricado armónicas, pero también hace mirlitones, flautas dulces, melódicas, guitarras, bajos y ukuleles.
Un acordeón de esa casa es el instrumento que eligió Julio Ramírez para realizar uno de los discos más notables del chamamé de los últimos años. Con la producción de Juan Pedro Zubieta, “En dos hileras” fue grabado en los estudios de Willy Suchard en 2018 con la idea de sacarle al instrumento el máximo de posibilidades sonoras.
Según Zubieta, las Hohner llegaron masivamente al litoral a fines del siglo XIX a bordo del ferrocarril que hizo posible sembrar los almacenes de pueblo con ese instrumento que compartía el espacio con calchas, sombreros o mercaderías. Con él y con guitarras surgieron los primeros compuestos y, luego, incipientes chamamés.
Julio Ramírez logra en este disco un resultado singular, porque fuera de este material no encontramos nada parecido en el género ya que se trata de una investigación obstinada de los sonidos de un instrumento con pocas posibilidades y poco margen para la interpretación. Es sabido que los horizontes sonoros de este instrumento son limitados ya que tiene solo ocho bajos y veintiún teclas; sin embargo, Ramírez con insistencia y notoria destreza logra este disco cuya unidad de sentido está en la maestría en la ejecución del acordeón dos hileras marca Honner, primordial sonido del chamamé.
“En dos hileras” plantea un universo  que oscila entre lo antiguo y  lo conocido, lo novedoso y sorprendente en la interpretación con este instrumento simple. Se trata de una mixtura de temas conocidos y dos inéditos que se articulan por la ejecución ajustada de Ramírez, que nos recuerda los orígenes sonoros del imaginario chamamecero, a la vez que plantea una distancia en los resultados poco frecuentes, adonde llega  su talento.
“En dos hileras” condensa la tradición sonora del género que pervive en la memoria y, a la vez, da un paso en la calidad de la interpretación. Se trata de una síntesis de memoria, la lenta decantación de saberes y un paso más en la ejecución del instrumento en cuestión. En síntesis: en el disco de Ramírez aún laten los corazones de los pioneros con renovado vuelo.
Samuel y Facundo Rodríguez tocan las guitarras, Juan Pablo Navarro el contrabajo, Gabriel Cocomarola toca el acordeón dos hileras en “Río Miriñay” y Néstor Ferreyra canta en “Amor guaraní”, “El último cachapé” y “Tropero Santa Cruz”.

—¿Cuándo comenzaste a tocar?
—A los cinco años con acordeón verdulera, cuando fui a estudiar con Raúl Alonso en su academia por avenida Maipú. Mi mamá me traía a Corrientes a una clase de cuatro a cinco de la tarde. Era un salón donde estábamos con Oscar Mambrín, Noemí Maizares, Pablo del Valle y en otro salón aparte Raúl le daba clase a los Alonsitos. Así que allí llegaba con mi Hohner de dos hileras. Estudié dos años, me pasaba los temas y los tocaba. Después seguí solo, escuchaba cassettes, los sacaba y así aprendía.
Estuve así varios años, hasta los diez cuando empecé a estudiar bandoneón por música en la escuela “Huellas argentinas” con Aldo Verón.
—¿Por qué empezás a estudiar?
—A raíz del accidente de Bella Vista cuando tenía cuatro años, en el canal 9 de televisión pasaban muchas veces los videos de la actuación en el Teatro Vera y me llamaba la atención cómo tocaba el Gringo Sheridan. Se trataba fundamentalmente de una cuestión visual lo que me impactaba. Me impactaba cómo movía el fuelle, cómo se tiraba para atrás, cómo abría y cerraba el instrumento, la expresión que tenía me impactó mucho. No sabía nada de música entonces.
Me crié escuchando la música de Los de Imaguaré y Reencuentro, porque ponía mi papá todos los días. Así, viendo los videos y escuchando la música, empecé a imitar los movimientos del Gringo y mi tío Lito, hermano de papá (Miguel), un día compró un acordeón que estaba en muy malas condiciones, pero me lo trajo para que jugara.
Agarré el acordeón, ponía los cassettes hasta que un día encontré algo, o llegué a un sonido igual al que sonaba en el grabador.
Le dije a mi viejo que escuchara lo que había hecho y apareció Coqui Ojeda, que le propuso que fuera a estudiar con Raúl Alonso. Cuando llegamos,  no me quiso enseñar porque era muy chico y él tomaba alumnos recién a partir de los seis años, pero igual me hizo una prueba. Fue entonces que le dijo a mamá que podía andar. Así empecé y a los tres meses toqué mi primer tema en Canal 9 que fue “Laguna Totora”. Era el único tema que sabía y lo toqué en el programa de Alfredo Norniella un domingo. Ese día había ido Raúl a tocar y me llevó a mí para promocionar su academia.
—¿Y en Resistencia como fue el proceso de estudiar el instrumento?
—Iba también martes y jueves a “Huellas argentinas”, donde estudiaba teoría y solfeo, que no me gustaba nada. Me costó mucho esa etapa porque me aburría, pero siempre desarrollé más el oído que la lectura. Por ejemplo, para rendir me daban las partituras y sacaba de oído y por eso siempre tenía correcciones. Ese bandoneón, con el que entonces tocaba, me compró papá en malas condiciones y lo mandamos a arreglar, con eso arranqué y lo conservo, aún lo toco.
—Y cuando salís de “Huellas argentinas”, ¿qué hacés?
—Tenía 14 años cuando salí de allí, estaba en la secundaria. Siempre toque con Néstor Ferreyra y Pocho Morilla (que es odontólogo). Me acompañaban desde los 7 años.
Pero toqué con muchos: con Lino Mancuello, Caye Gauna, con Pocho Roch en el Vera con 15 años. Pero el cambio musical viene a los 16 años con Coqui Ortiz en el año 2000. Me junto con él y me dice que estaba trabajando en algunas cosas y me las mostró, eran unas canciones que empezamos a ver y ensayar mucho.
El se iba en bicicleta desde Resistencia a Barranqueras, diez kilómetros exactos. A las seis de la tarde llegaba a mi casa y regresaba a la suya a las tres de la mañana. Me pasaba la melodía a la que le agregaba algunas cosas y así comenzamos a trabajar juntos. En poco tiempo le sale una actuación en Río Cuarto y allá fuimos. Nos encontramos en Paraná con Sebastián Macci para ensayar durante dos días y fuimos a tocar. Esa fue la primera actuación y hace 20 años estamos juntos.
—¿Por qué es importante Coqui Ortiz en tu carrera?
—Porque me cambió la cabeza. Yo estaba tocando de manera tradicional y él fue quien me abrió la cabeza mostrándome otras músicas, otras formas de tocar y relacionarme con otros músicos. Me mostró otros caminos.
En ese tiempo Coqui tocaba con Ricardo Panissa, hacían tango, candombe, bossa nova, milongas y así empiezo a conocer todo eso. Mucha música en vivo, también algunos artistas que no conocía como Zito Segovia, Caye Gauna. Me mostraba composiciones con otros vuelos que no conocía.
Después llegó el tiempo de escuchar en CD música brasilera o a Carlos Aguirre, Jorge Fandermole, Juan Falu, Liliana Herrero, aparecía para mí un mundo infinito. En esa época habían armado “La Ronda”, una agrupación cultural ideada por Coqui. Unas veinte personas que hicimos cosas a pulmón, trajimos músicos a tocar en Resistencia en la Sociedad Española.
—¿Cómo empezás a escuchar otros bandoneonistas y acordeonistas?
—Para mí, el máximo referente del acordeón es Nini Flores. Me acuerdo de que mi papá un día vino con un CD y me dijo escuchá esto, era “Por cielos lejanos”, me volví loco. Después fue “Refugio de soñadores”, eso me impactó.
El bandoneón escuchaba a los tangueros como Néstor Marconi o Leopoldo Federico, Julio Pane o Astor Piazzolla. Toqué la obra María de Buenos Aires con la orquesta del Centro Cultural Nordeste. El pianista era el director de la orquesta que distribuía las partes a los músicos y nos hicimos amigos. Entonces pasábamos tardes enteras en la casa para que leyera las partituras, pero no fue posible. Sin embargo, me pasó la música de oído, la memoricé y toqué la obra. Ponía el atril frente a mí, pero solo para la referencia de los silencios. Durante todo este tiempo no toqué el dos hileras, calculo que fueron unos diez años.
—¿Cómo surge el disco con el dos hileras y por qué?
—Un día, en un tiempo que trabajaba en la carnicería que tenemos, siempre iba a una gomería que estaba en la esquina. Siempre el dueño me preguntaba cuándo iba a grabar o qué estaba haciendo en ese momento musicalmente y un día su cuñado me dice: “Mirá lo que tengo acá”. Era una Honner adentro de una bolsa. Le pido que me venda y no quiso al principio, pero ante si insistencia me vende el instrumento a 90 pesos.
Agarro la bolsa y me voy a casa. La idea era investigar un poco. Cuando abrí la bolsa, salió un par de cucarachas y me di cuenta de que era imposible. Voy a lo de Roque González por otro tema y le pregunto si el acordeón tenia salvación, y en el caso de que sí tuviera, me hiciera un presupuesto. Roque me dice que le deje el acordeón, lo hago y me voy. Regreso a los tres años, era 2005, nos saludamos y me pide que espere en el salón que tiene delante de su casa. Veo un acordeón y hago lo que siempre hice cada vez que fui, agarré uno y me puse a mirarlo.
Cuando vuelve Roque le pregunto que de quién es ese instrumento y me responde que no sabe, que alguien dejo el acordeón y nunca fue a buscarlo.
—¿Este no es el acordeón que te dejé? Le dije.
—Lo mire una y otra vez, y me di cuenta de que era el mío. Ya lo había arreglado, afinado. Le pago y me voy con el juguete nuevo.
Nunca toco solo, siempre busco la compañía de un músico para ensayar, pero esa vez, fui a mi casa y tomé el instrumento, toqué y salio “Roquiño” un tema de Gonzalez. Me doy cuenta de que puedo tocarlo bastante parecido a la versión del autor y fue donde se me ocurrió hacer algo con eso. Veo que puedo resolver otros temas completos y se lo comento a Juan Pedro Zubieta y me propone grabar el disco.
—¿Cómo comenzó ese trabajo tema por tema?
—En los temas que estaban tocados en acordeones cromáticos, iba a la parte donde veía que no podía resolver con el dos hileras. Tocaba mucho y si no lo resolvía, no seguía con ese tema y pasaba a otro.
Primero fui con “Añorando”, la parte de los bajos era un problema, hasta que le busque la vuelta y encontré algo parecido o que podía suplantar lo que hacía Nini y redondeé ese tema, le hice otro final y quedó. Después “Corrientes Norte” también lo pude hacer, luego “Noches de San Antonio” aunque no grabé en el disco.
Cuando veo que tengo cierta cantidad de temas, le hablo a los guitarristas Facundo y Samuel  Rodríguez, y les comento la intención de grabar y me dicen que sí, que lo harían conmigo.
Programamos un ensayo y en el primer encuentro armamos un tema de Roque Gonzalez que se llama “Los yacarecitos”. Llegué con unas ideas y ellos que se conocen mucho porque, además de ser hermanos, son grandes músicos, salió muy rápido el arreglo.
Surgió la idea de invitar a Néstor Ferreyra para matizar con temas cantados, y entre Samuel  y yo fuimos armando los arreglos y el repertorio lo fuimos armando entre todos.
—¿Cuál fue la principal dificultad técnica del disco?
—Hubo dificultades, por ejemplo… el desafío de resolver temas,  se trataba de agotar las posibilidades de hacerlo con el acordeón y cuando ya no había forma de hacerlo, aparece Facundo con la guitarra y vamos complementándonos. Por ejemplo, en “Bailantas chamameceras”, que es un tema que cambia de tonalidad en la introducción, donde no tengo nada que hacer y lo resuelven los guitarristas. 
Cuando lo invito a Gabriel Cocomarola a grabar “Río Miriñay”, el Topo Zubieta nos presta una verdulera, pero no pudimos programar ningún encuentro con Gabi. Nos fuimos a Asunción a grabar así, sin juntarnos nunca, el día que teníamos que grabar le digo que tenemos que hacerlo sí o sí. Lo armamos en 45 minutos, y lo hicimos.

Micro bio
Acordeonista, bandoneonista y arreglador, Julio Ramírez nació en Barranqueras (Chaco) el 3 de julio de 1984.
En el año 2008, junto con el desaparecido guitarrista Horacio Castillo, grabó el disco “Música del río” luego de ganar un concurso del “Fondo Nacional de las Artes” que financió este material, editado finalmente en 2015.


Destacado sesionista, Julio Ramírez ha compartido escenarios y grabaciones con otros celebrados artistas como Hugo Fattoruso, Carlos “Negro” Aguirre, Luiz Carlos Borges, Florencia De Pompert, Jorge Fandermole, Rudi y Nini Flores, Raúl Junco, Juan Quintero, Santiago “Bocha” Sheridan, Belén Majul, Piri Araoz, Gabino Chávez y Gabriel Cocomarola, por citar algunos.


En el año 2018, grabó su primer disco solista “En dos hileras”, acompañado de los guitarristas Samuel y Facundo Rodríguez y del contrabajista Juan Pablo Navarro, material que contó con invitados como Néstor Ferreyra y Gabriel Cocomarola, registro ternado para los premios Gardel en la categoría chamamé. Julio Ramírez está radicado en su ciudad natal, dedicado a su carrera artística. (Fuente Fundación Memoria del Chamamé).
 

Últimas noticias

PUBLICIDAD