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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

La ruindad que nos rodea

Los padres tienen el compromiso de enseñar desde la familia a vivir con dignidad humana, cimentada sobre los valores más importantes y relevantes para la vida propia y ajena. 

Por Leticia Oraisón de Turpín

Orientadora Familiar

Especial para El Litoral 

Graficaremos la ruindad con una simple anécdota de la vida diaria, “dos niños hermanos entre sí están jugando, cuando el más chico de ellos cae y se lastima, por lo tanto, llora y pide ayuda, su hermano que no estaba lejos hace caso omiso al llanto de su hermanito. Viene la madre, lo asiste y consuela y dice al mayorcito, ¡ay, hijo mío, qué ruin has sido! El niño mira a su madre y le responde, ¿qué quiere decir ruin, mamá?...”. 

Ruin, es aquel que ante dos valores elige el de menor valía. El juego, la distracción, el entretenimiento es un valor, pero es un valor de menor importancia que ayudar, asistir o consolar al que lo necesita. 

Por eso normalmente se asocia al ruin con el mezquino, con el falso que justifica sus apetencias o deseos con actitudes hipócritas para no quedar al descubierto de su egoísmo. 

En la vida nos encontraremos muchas veces ante la elección entre dos valores, y si no los sabemos jerarquizar actuaremos ruinmente, eligiendo el facilismo y la comodidad. 

Los valores de vida que sustentamos se manifiestan siempre en nuestro comportamiento, en los actos que cometemos a cada instante, en las decisiones que tomamos ante cada circunstancia. 

Los valores de vida se transmiten de generación en generación, lo que supone que se enseñan desde niños. Pero la pregunta del millón es ¿por qué ahora se han mezclado tanto? se perdió la jerarquización que tan sencillamente se establecía no hace mucho. 

Muchas personas se olvidan o no reconocen que Dios es el valor supremo, dejó también de respetarse la vida; las libertades individuales muchas veces son desconocidas o cercenadas; el amor como manifestación de altos sentimientos es devaluado con interpretación mezquina, la verdad tampoco es primacía, usándola a conveniencia igual que a la amistad, que ya no se imponen con responsabilidad personal o de fidelidad a lo relevante de la vida. El servicio a los demás, y la ayuda desinteresada se van esfumando poco a poco por el egoísmo, la comodidad y la hipocresía vigente. 

Lamentablemente poco a poco vemos cómo se va perdiendo junto con todos los valores, uno que era fundamental y primario como el valor de la palabra, que valía más que una firma en un documento, porque era un compromiso que se respetaba a rajatabla. Nadie osaba desdecirse de lo que había aseverado oportunamente para cambiar su pacto, opinión, deber o acuerdo contraído anteriormente. 

Los padres tienen el compromiso de enseñar desde la familia a vivir con dignidad humana, cimentada sobre los valores más importantes y relevantes para la vida propia y ajena, recordando simplemente ese mandato recibido de Jesús cuando dijo que “había que amar al prójimo como a uno mismo”.

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