Por Francisco Villagrán
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Especial para El Litoral
Durante el reinado de la reina Victoria I se instaló en Londres el sistema de farolas para el alumbrado público en la calles, que no tardaron en quedar iluminadas tenuemente como un símbolo de la historia universal del crimen. Ya veremos porqué. Corrían tiempos de malestar popular, en especial en el sector del East End, en la mitad oriental de Londres, donde se concentraban los pobres, las prostitutas, los estibadores de los muelles del Támesis y los inmigrantes. A todos los problemas políticos e internos que había, se sumó el atentado fallido de los independentistas irlandeses que pretendía volar la abadía de Westminster durante la celebración del jubileo de los 50 años de la reina Victoria I. Entre la turbulencia de la época y la gran pobreza reinante, el barrio de Whitechapel, centro de la inmigración judía, iba convertirse en 1888 en el oscuro escenario de las andanzas del primer asesino en serie mediático de la historia. El 3 de abril de ese año 1888 la prostituta Emma Smith, de 45 años fue salvajemente asesinada por un grupo de pandilleros. A los pocos días apareció muerta otra prostituta de 40 años en George Yard, cosida de 30 puñaladas desde el cuello hasta el bajo vientre. En realidad se dio poca importancia a estos dos hechos, aunque serían incluídos entre los expedientes de asesinatos sin resolución.
La carrera acreditada del asesino universal, aún sin nombre, empezó el viernes 31 de agosto. A las 3,40 de la madrugada , un carrero de camino a su trabajo se tropezó con el cuerpo inerte de Ann Mary Nichols, que yacía a la entrada de un callejón, con el vestido por encima de la rodilla y una cofia negra caída a un costado. En el depósito de cadáveres certificaron que le habían cortado el cuello de oreja a oreja, tenía abierto el abdomen y varios orificios. La víctima, de 45 años, había sido vista deambulando por la zona a la búsqueda de algún cliente ávido de “pasar un buen rato” para poder sacar algunas monedas. Una semana más tarde, una mujer de 47 años que había sido echada de su pensión por no tener dinero para pagar la renta, fue encontrada por un vecino en la parte trasera de la casa, totalmente destripada por el misterioso asesino de Whitechapel. Tenía restos de su intestino sobre el hombro y lo peor, le faltaba la parte inferior del útero, extirpada limpiamente con un corte preciso.
Los cuatro asesinatos sexuales de Whitechapel empezaron a sembrar el desconcierto y la preocupación entre la policía, los políticos y la gente del lugar. Los periódicos se hicieron eco de estos macabros sucesos que parecían no tener fin. Se creó un grupo de vigilancia nocturna en la zona con el fin de controlar los posibles asesinatos, un grupo de patrullas nocturnas. Al mismo tiempo creció una ola de antisemitismo, producto de un rumor callejero atizado por la prensa, que hacía responsable a un inmigrante de los asesinatos. Los médicos cirujanos y los carniceros estuvieron en la mira de los sospechosos, por su profesión, pero luego fueron descartados. De acuerdo a las investigaciones, los dos últimos asesinatos habían sido cometidos por la misma persona. Sin embargo, el domingo 30 de septiembre tuvo lugar en un abrir y cerrar de ojos un “doble evento” que conmocionó a todo el mundo. Nada menos que dos nuevos asesinatos de prostitutas en apenas 45 minutos.
La primera fue una mujer sueca, de 44 años, que tuvo la suerte de no ser destripada por la aparición oportuna de un carro tirado por caballos. El carrero comunicó la novedad a las autoridades. A los pocos minutos, otra mujer, de 43 años, Catherine Eddowess, salía de la comisaría donde estuvo detenida por algunas horas, por armar alboroto callejero en estado de ebriedad. En su camino tuvo la mala suerte de encontrarse con quien había asesinado a la mujer sueca. El policía que encontró el cuerpo al verla pensó: “Otra mujer despedazada” y no se equivocó. Los dos médicos forenses que examinaron el cuerpo lo certificaron de la manera más cruda: tenía el cuello segado, el estómago abierto, los intestinos al aire, un sinfín de mutilaciones en el rostro, la punta de la nariz cortada y las dos orejas seccionadas, además de cortes irregulares debajo de cada ojo. Asimismo hicieron constar la desaparición del útero y del riñón izquierdo.
La vida en Whitechapel
En 1888 Londres era la envidia del mundo, la capital del imperio británico era el espejo del progreso y la modernidad, pero los asesinatos de Jack el destripador, como se lo llamó popularmente al ignoto asesino, pusieron al descubierto el lado más oscuro y los frágiles cimientos de la sociedad victoriana, en la que los más débiles fueron las víctimas. En la época de los asesinatos más de cinco millones de personas vivían en Londres. Profundas diferencias sociales dividían geográficamente a la capital: mientras en la mitad occidental, el West End, residían la aristocracia y la burguesía, en el East End (donde se halla Whitechapel), se extendían las humildes viviendas en las que se hacinaba la clase obrera en condiciones miserables.
El alcohol era la lacra social más extendida en Londres, se estimaba que el consumo de cerveza anual alcanzaba los 158 litros per cápita. Así las cosas era común ver por las calles a muchos hombres caminando como podían, totalmente borrachos. Las viviendas de una sola habitación eran muy frecuentes. En ellas se agolpaban una o varias familias con muchos hijos. La muerte involuntaria por asfixia de los lactantes que dormían entre sus padres, era un trágico y habitual accidente.
Finalmente, ¿qué fue de Jack el destripador? Puesto que se ignora la identidad del asesino, también se ignora su paradero. Una vez que cesaron los asesinatos, se dio por sentado que el asesino había escapado o murió, pero nunca se dijo nada de su identidad. Se sospechó de un marino, un médico o quizás un psicópata, que desaparecieron misteriosamente. Nunca se supo la verdad de quien fue el misterioso asesino serial, el primero de la historia, conocido mundialmente como Jack, el destripador. Incluso se sospechó que hubo mucho más que cinco víctimas, lo que se intentó tapar para evitar el pánico de la gente.
¡Feliz Año Nuevo y hasta el año que viene!. Nos volveremos a encontrar la primera semana del mes de febrero …