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/Ellitoral.com.ar/ Especiales

Una poesía que desarma la mirada conocida

Por Gabriela Bissaro yCarlos Lezcano

Especial para El Litoral

Mami no te preocupes, no pasa nada” le dijo ella sonriendo. Dolly había descubierto algunos poemas entre los bártulos que volvieron a Alvear, de la estadía de Estefanía en Buenos Aires en 2009. Los leyó detenidamente, a medida que avanzaba el poema, los ojos se llenaban de lágrimas. Uno de ellos, “la niña de los ojos tristes”, la conmovió. Recordó entonces que de pequeña era la preferida en la escuela para recitar las poesías, pero ahora estaba ante una poeta. Así la descubrió, lloró de emoción mientras en la habitación contigua escribía José Gabriel, como siempre. 

Desde los años en que se fue a Buenos Aires para estudiar un posgrado en Derecho, la poesía es la manera en que Estefanía Ceballos piensa el mundo. Su mundo, el amor, la casa de su abuela, esa mujer que tocaba el piano y mantenía largas charlas con su nieta para quien se preparaba cada vez que la visitaba. 

Como dice Olga Orozco: “Había una vez una casa (no) Había en un tiempo una casa (no) Había en varios tiempos varias cosas que eran una sola casa. ¿Era realmente una casa o era un espejo fraguado por los tres tiempos, de modo que cada uno era la consecuencia y el motivo de otro?”.

La casa de la abuela es un mapa viejo y a la vez uno que se hace continuamente, que Estefanía sigue recorriendo. Da pasos lentos, vuelve sobre los rituales, mira, escribe. En cada poema intenta “Desarmar la mirada conocida / afinar la última mueca / descoser los ecos que todavía sobreviven”. Desde hace un tiempo la abuela ya no está, pero ella la encuentra en esas coreografías del hogar. Entre estas resonancias de “la segunda madre”, como la definió Dolly, y otros textos que recorren el cuerpo y la reflexión sobre la poesía, Estefanía nos ofrece un nuevo libro: “El hueso de la noche”. Aquí está el poemario de la que no quiso tragar “la pastilla de la buenaniña / la que prefirió evadir el dilema de pelar papas o besar a un hombre”.

—¿Cómo comienza la escritura de este libro?

—“El hueso de la noche” es un poemario escrito prácticamente en pandemia, tiene algunos textos que venía trabajando, y en ese tiempo le di el último toque para que puedan incorporarse a este libro. La última parte está dedicada a mi abuela, a su ausencia. Fueron textos que empecé a trabajarlos más o menos en el 2019, pensando en una publicación como un poemario completo en homenaje a ella. 

Mientras pasaba las vacaciones de enero en Alvear, como siempre, apareció la posibilidad de mandar algo al concurso del Fondo Nacional de las Artes en 2020-2021. En verdad todo se gestó en el pueblo, reuní y pulí los textos, decidí incorporar los que más me gustaban de ese futuro librito, que iba a ser un homenaje a mi abuela. Entendí que todos estos poemas podrían  estar incluidos en un mismo libro y, cuando terminé, encontré el título  “El hueso de la noche”, que es el título de uno de los primeros poemas del libro.

—Escribiste durante la pandemia y hay evidentemente un trabajo de mucha reflexión. También se nota una estructura muy diferente de esa parte dedicada a tu abuela. ¿Cómo fue ese trabajo de escritura y después para pensarlo todo como parte de un mismo libro?

—Traté de recuperar una experiencia que tuve con el libro  “Desde la guarida”, que fue el primero. No suelo escribir pensando en un tema para hacer la publicación. El tiempo transcurriendo y los textos que van saliendo, por supuesto que son muchos, pero después cuando uno hace un recorrido, intenta encontrar un único corpus a los textos, uno puede encadenarlos teniendo en cuenta ese transcurrir del tiempo. Es una forma de ir, de trabajar el poemario en capítulos o en partes, lo que me permite reunir una serie de textos en los que yo entiendo que hay hilos conductores, y abrazarlos.

Los dos libros tienen esta misma particularidad, que cada una de sus partes se ensamblan con las otras y también había una primera mirada poética que abre cada capítulo. En este está un poco más marcado y esa diferencia que ves, y que efectivamente es así, en escritura de los últimos poemas que son los dedicados a la ausencia de mi abuela y todo el resto del poemario, tiene que ver con esos últimos poemas sí estuvieron escritos pensando en el libro. Hubo una primera intención, que en verdad fue la única vez que me pasó, de pensar “esto lo voy a escribir y esto va a ser un libro”. Quizás esa conciencia que le di a la escritura de esos textos de la abuela hacen que sea una cosa un poco despegada de la escritura del resto de los poemas del libro.

—En la primera parte, los poemas “El lenguaje de hierro”, “El hueso de la noche”, el mismo poema dedicado a Juan Carlos “Disritmia poética”, hay un pensamiento poético y es muy visible la reflexión sobre la poesía, sobre el hacer poesía. ¿Cómo surge esto en vos? ¿Cómo se escribe esto?

—Siempre pienso también que los que escribimos poesía estamos todo el tiempo preguntándonos porqué lo hacemos. Es también la pregunta que nos surge de forma individual, pero también es recurrente del afuera. ¿Qué es la poesía?

Cuando uno va a algún lugar o tiene una nota o charla con amigos, esa pregunta está dando vueltas. Es un tema de preocupación del que hace poesía. ¿Qué es la poesía? ¿Qué es la escritura de la poesía? ¿Por qué está tan despegada de la narrativa, de la literatura en general? ¿Por qué se parece tanto a otras cosas? Tiene tanto de mística, tiene tanto de musicalidad, el trabajo por el silencio. Hay un montón de factores que influyen en la poesía, que la despegan de la narrativa, de la literatura. Es un tema de preocupación, cada vez que me preguntan por qué escribo  poesía,  no sé qué decir, porque es todo eso. Y es todo eso a su vez, es muy difícil de ponerlo en palabras, ponerlo en palabras en un lenguaje habitual, en lenguaje con el que nos comunicamos en el mundo. La forma en la que tenemos que comunicarnos todos los que escribimos poesía, porque por eso lo hacemos, es comunicarnos a través de la escritura de la poesía; por eso esos los primeros textos trabajan el tema de qué es la poesía, qué es la palabra poética, qué me sucede con el tema de la poesía, cómo ve o  cómo veo yo, porque tampoco puedo decir que todo el que haga poesía, todo el que escriba poesía tenga la misma visión de eso. Pero así como yo veo el mundo, cómo transcurro yo el mundo con la palabra poética.

—¿Cómo se distancia el yo poético de esos personajes que pertenecen a tu vida cotidiana?

—Para que la primera escritura se transforme en un objeto poético, en texto poético, la distancia necesaria no es entre ese mundo al que hago referencia y el momento de la escritura, generalmente están muy pegados esos dos momentos. Un momento de conmoción por  algún suceso. Te pongo como ejemplo una cosa: la muerte de mi abuela, un momento de conmoción a partir del cual empecé a escribir los textos. Pero la distancia que se logra al sostenerlos en el tiempo a los textos, volver sobre ellos, recitarlos, leerlos, decirlos en voz alta, trabajar con otros. Trabajo mucho mi poesía con otros escritores, con amigos, las leo, leo textos en los encuentros de festivales de poesía a ver qué sucede con ellos. Me parece que ahí sí se logra la distancia.  Después el trabajo de pulido que para mí es absolutamente fundamental en el que uno está ahí solito con el texto y empieza encontrarle las sobras, los huecos, las necesidades de respiración del texto, eso ya es un trabajo en soledad digamos. Pero me parece que la distancia se logra de esa forma, no publicar algo que aparece inmediatamente, sino darle el tiempo para que ese material pueda alimentarse dentro de uno y luego volver a él reiteradas veces hasta que finalmente algo te termina llevando a la publicación. En realidad, no estaba pensando en una publicación pero terminé reuniendo todos estos textos para un concurso y después sucedió que no pasó nada con ese concurso pero tenía un libro. Luego viene el momento de publicarlo que quizás si no hubiese existido ese factor externo del concurso yo seguía remando y volviendo sobre los textos y corrigiéndolos eternamente hasta que uno se ve —digamos— en el brete por alguna razón o por alguna necesidad propia de mostrarlo. Finalmente todo ese proceso  concluyó  en un libro.

—Lo otro que aparece recurrentemente es la idea de la casa. La casa, las resonancias de la casa, un hueco que supone un equilibrio deficiente, la casa como ese lugar a atrapar que está a punto de desaparecer, un lugar a veces deshabitado, a veces visible o hermético, a veces inasible... 

—Sí, las casas son los lugares en los que todo lo posible sucede. Habité muchas casas: la casa de mi infancia en mi pueblo, la casa de mis abuelos que también fue parte de mi infancia en el pueblo, mis propias casas a medida que fui mudándome y cambiando de ciudad. El cuerpo también como una casa, algo relacionado a la construcción interna, lo que significa. De hecho hay un poema que se llama “Cuerpo obraje”, donde trabajo el cuerpo como si fuera una casa.

—¿La poesía es una casa?

—La poesía puede ser una casa, la casa de la poesía. Lo que pasa es que se transforma en una casa mucho tiempo después. Una casa no sé si es inevitable, por lo menos en mi caso, la poesía es el lugar de lo inevitable, yo puedo no publicar pero yo puedo seguir escribiendo todo el tiempo y estoy habitando el mundo con una mirada poética, una mirada poética que no tiene nada de romántico en mi caso. Es una mirada intensa del mundo, una forma de estar en el mundo, de relacionarse con los otros, con mi contexto, con mi historia, con mi pasado, con mi futuro…

—Escribiste o corregiste durante el año pasado, durante la pandemia. Decís en algún lugar que no se puede atravesar una tormenta con movimientos elegantes; sin embargo, en los poemas se lee algo muy trabajado, hay trabajo sobre estas poesías. ¿Cómo te impactó la pandemia? Porque es el contexto de donde surgieron estos poemas...

—Sí, la pandemia fue muy movilizante por varias cuestiones. Primero porque me tomé con mucho compromiso lo que estaba pasando y actúe en consecuencia, cuidé mucho al otro. Vivo en un complejo de edificios y tenía mucho cuidado con los contactos, trataba de manejarme hacia el afuera lo menos posible; la conciencia del cuidado del otro apareció de forma muy fuerte en mí en la pandemia, no porque antes no haya estado, sino que de golpe tenía otra una sustancia esa situación. Esa mirada hacia el otro fue muy fuerte, todavía no sé qué consecuencias trajo en mí, porque recién estamos saliendo, pero también me llevó a una situación de mucha soledad, de mucho aislamiento, que no fue mala para nada. Yo disfruté mucho del silencio, de la introspección; estuve por primera vez alejada de mi mundo, del pueblo durante un año. Nunca había pasado tanto tiempo sin contacto con aquel mundo que siempre formó parte de mi vida aunque ya no esté  allá. De golpe se habían cortado los lazos con aquellos también;  pasé un año sin ir a la plaza descalza a pasear a mi perra, un año sin tomar mate en la vereda en una silleta, cosas que a uno lo hacen uno, eso se cortó.

—Llama mucho la atención la cuestión más formal, tu poesía no tiene signos de puntuación, lo que no significa que no esté trabajado el ritmo y que no esté trabajada la cesura del poema. Esto se manifiesta en los blancos sobre todo, que tienen algunas líneas. Tu poesía es como caminar sobre un hilo tendido en el vacío. Así uno siente la poesía. ¿Cómo fue para vos?

—El tema de la no puntuación la trabajé ya en el primer libro y eso ahora creo, está mucho mejor logrado, porque aparte el trabajo con la editorial fue muy fuerte. Estuve dos meses trabajando en las galeras, hice un trabajo de mucha intensidad, tanto que me terminaron pidiendo que por favor cierre la galera porque no paraba más, obsesivamente cómo soy.

Viví unos años en Buenos Aires, hace muchos años, y allí hice un taller literario con una poeta que falleció este año, Laura Yasan. Fue después una gran amiga. Llegué al taller de Laura con carpetas enormes llenas de cosas que no sirvieron para nada, era lo que tenía en ese momento. Entonces empezamos el trabajo en taller y una de las cosas que me acuerdo, que quizás ella ni siquiera le dio la importancia en ese momento porque me lo refirió así como un contexto muy al pasar, que fue esto de pensar que “el papel en blanco es un lenguaje; el papel en blanco ya dice algo. No es que cuando te enfrentas al papel en blanco no hay nada, el papel en blanco te está diciendo algo que es el silencio que tiene el papel en blanco; entonces, atrévete a trabajar con ese silencio previo”. O sea, las palabras que vos ponés en un papel o en una hoja de Word —como trabajo yo— no es lo primero que aparece en el papel, ya había un lenguaje previos sobre el que trabajar. Y eso me quedó marcado y me pareció en aquel momento que lo trabajé como un juego pero se instaló en mí como una forma de escribir. 

No utilicé signos de puntuación cuando supe que podía jugar con ese silencio eliminando los signos de puntuación, aprovechando este silencio previo del papel y dándole una importancia en mi propia escritura. Si se lee a conciencia en un mismo verso hay espacios, esos silencios que en un verso habitual del lenguaje común lo ocuparía una coma; acá lo ocupa un silencio. Pero después también hay versos que comienzan corridos sobre la sangría del texto total o palabras sueltas en algún momento también corridas de las sangrías del texto. Esos son momentos a los que quiero dar una importancia, son palabras o versos que tienen importancia sobre el texto completo, por eso arranca con un silencio. Ese primer momento de la sangría que parece que está corrida, es algo, es un silencio. Es un silencio que está puesto antes del primer verso.

—¿Cuándo y cómo escribiste “La hija huérfana de la madre huérfana”?

—Creo que lo escribí en Alvear, en la casa de mi abuela. Entre la muerte de ella y el momento en el que todo se cerró,  me vi imposibilitada de  ir a Alvear. Estábamos con mi mamá en  la casa sin que se corriera absolutamente nada, ni la última pastilla que ella estaba por tomar esa noche que falleció. Yo iba habitualmente a esa casa, la limpiaba, viajaba de Corrientes al pueblo cada quince días, me quedaba un día entero limpiando, acomodando, poniendo la radio que ella ponía. Esas cosas que pasan cuando uno ya está velando la ausencia. Es la casa como ese lugar de lo que fue, de lo posible; entonces, en esas caminatas dentro de la casa escribí ese poema.

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