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/Ellitoral.com.ar/ Especiales

"Mi obsesión no fue ser gobernador, sino estar en el manejo de la cosa política"

Juró el viernes 11 de diciembre de 1987. Fue el segundo gobernador de la actual era democrática. Recibió los atributos de otro gobernador elegido por la voluntad popular en el marco de un acto que no se daba, entonces, desde 1952, y que él mismo no podría repetir por la crisis política que empezó en el 91 y culminó en el 93, después de tres intervenciones federales. Hoy, en la segunda entrega del ciclo “Gobernadores de la democracia”, Ricardo Leconte, el último liberal al frente de una gestión de gobierno que debió soportar, entre otras cosas, la falta de recursos como producto de una hiperinflación superior al 6 mil por ciento. A 30 años de aquellos días dice que “quiere ser recordado como un hombre que tuvo vocación por la cosa pública y que honestamente hizo lo que pudo”.

—¿Cómo se convirtió usted en el segundo gobernador tras el retorno de la democracia en Corrientes? 

—Cuando yo tenía 15 años, al salir de una misa del San Francisco, mi amigo (Juan Ramón) Aguirre Lanari, varios años mayor que yo, me dijo: “Vos ya estás en edad de actuar en política y hoy hay una reunión en el Comité Liberal. ¿Por qué no venís?”. Le dije a mi padre y nos fuimos. Era diciembre del 47, momentos del esplendor peronista. Corrientes fue la única provincia que eligió un gobernador no peronista. 

(Por ese tiempo) Aguirre Lanari fue nombrado director general de Provincias del Ministerio del Interior. Me llamaron para que fuera su secretario. Fui y estuve con él un año y algo. Después volví a Santa Fe, me recibí de abogado en junio del 47. Vine a Corrientes, y en ese mes se hacía la primera Convención de la Juventud Liberal, para organizarla, y fui electo presidente. Al año entrante fui diputado provincial. Éramos opositores al gobierno de (Fernando) Piragine Niveyro. Defendimos la estabilidad del empleado público. Fuimos los autores del proyecto de Estatuto Docente que se sancionó y de la donación del terreno para el Club Huracán y para el Club Juventus. 

—Hay un largo camino previo. Pero, ¿cómo se produce su candidatura o cómo se arma eso para que usted llegue a ser candidato?

—Yo fui militante activo como presidente de la Juventud, presidente del Comité de la Capital, después como miembro del Comité Ejecutivo. Cuando el doctor (Ernesto) Meabe, que ya tenía 91 años, renunció, me respaldó a mí como su reemplazante. Yo asumí en el 83. Fui candidato del partido. Pero en el Pacto acordamos que el que tenía más votos en esa oportunidad llevaba el gobernador y el otro partido el vice. “Pocho” (Romero Feris) me ganó, entonces fue “Pocho” el gobernador y García Enciso el vice, y yo fui electo senador junto con Gabriel Feris.  

—¿En el 83 regía ese pacto?

—Sí.

—Gana “Pocho” Romero Feris en el 83, y en el 87, por la vigencia del Pacto, le corresponde al Partido Liberal proponer candidato a gobernador. Ya no era por cantidad de votos ahí.

—Era por alternancia.

—¿Cómo era la alternancia?

—El Pacto tiene dos principios básicos: uno era la alternancia. En la primera elección, el que sacaba más votos llevaba el gobernador y después se producía la alternancia. Como después hubo varios cortes, se empezó de nuevo en el 83, y salió “Pocho”. Además, la mitad del gobierno era para cada uno de los partidos. Incluso había otra norma: si el gobernador era de un partido, el ministro de Hacienda era de otro. 

—Una especie de autocontrol...

—Exacto, por eso era una sociedad ejemplar para convivir. No siempre era fácil. En ese sentido, Gabriel Feris -director de El Litoral, que fue mi gran compañero en el Senado y mi compañero de fórmula- fue un gran mediador para limar asperezas, acordar consensos, etc. Y bueno, en la elección del 83, “Pocho” me ganó por treinta mil votos y después por mayor diferencia en el 85; y en el  87 le gané por tres mil votos. Le saqué la diferencia, pero en un clima de convivencia constituimos el Gobierno. (Pero) nos tocó una época muy difícil, porque la inflación en los 4 años fue de más de 6 mil por ciento.

—¿Cómo fue gobernar en ese contexto político y económico sobre todo?

—Teníamos una Ley de Coparticipación, pero con escasos recursos. El presupuesto de aquella época fue de 300 millones. Calculando que más o menos estaba a la par del dólar, hoy estaríamos en unos 45 mil millones, menos de un tercio de lo que hoy es un presupuesto. Los mayores costos encarecían todas las gestiones. De entrada tuvimos muchos problemas. Había huelga de docentes y de empleados en todo el país. Incluso había ataques a supermercados, pero eso acá no ocurrió. Fuimos unas de las pocas provincias, junto con Córdoba y algunas más, en las que no hubo rebeliones policiales como hubo en casi todas las provincias. Fue una época difícil. Pero nosotros, a través del diálogo y la difusión de los datos reales... Yo me acuerdo que después de una huelga docente, yo me reunía con los directivos de los docentes que eran opositores. Esta es nuestra situación (les decía), la coparticipación que venga la vamos a dedicar a los docentes. ¿A quiénes quieren que les paguemos primero? Y ellos nos decían: “El mes pasado fue a la costa del Uruguay, ahora le toca a la del Paraná”. 

—¿Tenía que negociar eso?

—Sí. Además, durante el gobierno de “Pocho” Romero Feris, el ministro de Educación, que era liberal, Juan Ramón Palma, impulsó y concretó la participación de los docentes por elección de representantes en el Consejo de Educación y en la Junta de Clasificación y Disciplina. Se elegían entre ellos. O sea que había una participación de los docentes, aún de opositores, en el manejo de la educación. Esos eran canales que permitían diálogo y entendimiento. Bueno, hasta que para nosotros fue un milagro la Ley de Convertibilidad, en marzo del 91, pues luego de esas cifras siderales que nos creaban tantos problemas, de golpe, entre marzo y diciembre del 91, cuando dejé el poder, creo que la inflación fue del 2 por ciento. 

—Pero, en general, además de los docentes, ¿cómo se llevó con los trabajadores? ¿El mayor problema era por los salarios?

—Sí. Había temas de discusión, pero nosotros éramos muy conciliadores. Fíjese que en esa época, una de las iniciativas que fue muy importante era las privatizaciones, que (el presidente de la Nación, Carlos) Menem había iniciado en el orden nacional. Nosotros por filosofía liberal, somos partidarios de reducir la función del Estado, que debe ser muy efectivo y contundente en la seguridad con el monopolio de la fuerza, en la educación y en la salud, para crear las condiciones de convivencia, libertad e igualdad para todos. Pero cuando el Estado entra en actividades comerciales es ineficiente. Yo les decía, entonces: “El Estado en función de empresario es ineficiente, aunque yo lo maneje”. Y privatizamos el Banco de Corrientes, que tenía un déficit y una deuda con la Nación muy grandes. Refinanciamos la deuda y privatizamos. Privatizamos Obras Sanitarias; los casinos de Corrientes y Paso de los Libres; los hoteles de Goya, Esquina y Curuzú; hasta el Boletín Oficial privatizamos.

—¿Cómo le fue con el producido de eso?

—En algunos casos percibimos algo, pero no eran cifras sustanciales. Fíjese, para privatizar Aguas nosotros vimos que la clave de la adjudicación era qué proponente ofrecía mayor rebaja a la tarifa de agua y cloaca. El Estado no percibió un peso, los beneficios eran para los usuarios. 

—¿Cómo definiría usted a su propio gobierno?

—Yo le diría que fue un gobierno que tuvo que asumir en condiciones muy negativas. Yo había trabajado con un programa de gobierno. Elaboramos temas para el desarrollo de infraestructura, la salud, la educación y muchas de esas cosas no pudimos hacer. Pero sí hicimos cosas importantes. Por ejemplo, para mí la más trascendente, que demuestra el espíritu de Corrientes, fue el Instituto de Cardiología. Esa fue una iniciativa de “Pocho” Romero Feris, él inició las obras y antes de entregarme el mando inauguró cuatro consultorios externos. A mí me tocó la opción de seguir, terminar las obras, poner en función los servicios, internaciones y locales quirúrgicos. Y sobre todo el éxito de la administración por la Fundación. Eso fue muy importante. Y ahí hay dos figuras dentro del Instituto que hay que recordarlas y que fueron claves: el doctor (Jorge) Badaracco y el doctor (Joaquín) García.

—¿Cuál cree que fue su mejor gestión y cuál su mejor obra de gobierno? 

—Yo creo que esa del Instituto de Cardiología, como política de Estado, que han seguido todos los gobernadores, (...) y que sigue manteniendo su jerarquía pues cada uno aportó algo. Después yo creo que la honestidad en la función pública y la claridad en los procedimientos. Además hicimos obras. A mí me tocó terminar la Ruta 17, de Loreto, San Miguel; la Ruta 11; el acceso a Santa Ana y a Berón de Astrada; el barrio Bartolomé Mitre. Terminar, pues estaba en un 20%, el barrio Las Tejas. Habilitar Cazadores Correntinos y construir la avenida Independencia. 

—¿Qué no haría de volver a gobernar?

—Mire uno en función de gobierno tiene aciertos y errores. Uno a veces piensa que quizás podríamos haber hecho más viviendas de ayuda mutua, que nosotros desarrollamos mucho cuando yo era un joven ministro de Obras Públicas, en el gobierno de (Diego Nicolás) “Miki” Díaz Colodrero. Nadie hizo más barrios de ayuda mutua que nosotros. Nos faltaron recursos durante el gobierno para hacer todo lo que yo pensaba desarrollar.

—¿En qué cree que se equivocó?

—No sé. No sé si a veces al elegir funcionarios, uno busca los mejores y no siempre lo son. O no haber dado más énfasis a algo. Pero, realmente, gobernar en esa época era desesperante, porque no teníamos dinero. Yo tenía una gran relación con el gobernador de Córdoba, (Eduardo) Angeloz y él me prestaba, a través del Banco de Córdoba, dinero para pagar los sueldos el día 5 de cada mes, y nosotros le cedíamos la totalidad de la coparticipación. Hasta el 23 o 24, que cancelábamos la deuda, estábamos con 4 pesos. Luego, con lo que recibíamos del 24 hasta 5, íbamos cumpliendo con la administración del Estado. Es decir, tuvimos que afrontar una acción con mucha limitación. Eso fueron comprendiendo los docentes, los policías, los empleados públicos, lo que nos permitió convivir mejor que en otras provincias.

—¿Cómo era su relación con los gobernadores de la región? 

—Muy estrecha. Yo era el único gobernador no peronista de acá, de la región (Misiones, Formosa, Chaco y Entre Ríos) y con ellos nos entendíamos mucho. Incluso, yo era representante en las relaciones con el Sur del Brasil. Nosotros impulsamos mucho con el gobernador de Rio Grande do Sul, Pedro Simón, la construcción del puente Santo Tomé-Sao Borja. Yo llevaba la representación de los otros gobernadores. 

—Hablando de las relaciones, en la Capital usted gobernó con dos intendentes: Ana María Pando (liberal) y “Tato” Romero Feris (autonomista). ¿Cómo era la relación con ellos?

—Bueno, con “Tato” no era fácil. Él era muy activo y trabajador y había sido mi ministro (de Hacienda). Yo me acuerdo que cuando fue ministro era muy diligente y difundíamos la situación financiera todos los meses. Pero yo le daba apoyo a Ana María Pando, intendente, y un día “Tato”, al año de gestión, me dijo: “Pero no tenemos plata. No le podemos dar a Ana Pando”. Él ya tenía sus intenciones para disputar la Municipalidad. “Si vos le seguís dando plata, yo me voy”, me dijo. Entonces yo le dije, “tráeme tu renuncia. Te voy a dar un abrazo agradeciéndote lo que has hecho conmigo, pero traeme tu renuncia porque yo la voy a seguir ayudando”. Después cuando hubo la elección él con apoyo peronista nos ganó. Ahí hubo una polarización. Los dos fueron buenos intendentes.

—¿Por qué cree que la relación con el intendente de Capital siempre es tirante?

—Bueno, hay que pensar que la Municipalidad de Capital administra la vida de casi el 40 por ciento de los habitantes de la provincia, entonces, es un poder al lado de otro poder. Y lo que hace la Municipalidad se ve enseguida. Si hoy se deja de recoger la basura o limpiar la calle o cortar el pasto, en una semana esto es explosivo. En la acción de gobierno los resultados son más dilatados en el tiempo. Entonces, siempre hay alguna puja de imagen entre el Gobierno provincial y el intendente que está en la vidriera.

—¿Cuáles fueron los índices que evolucionaron y los que involucionaron después de su gestión? 

—Los índices que mejoraron considerablemente fueron los del control de la inflación. Yo recordaba que el primer año fue del 300 por ciento; el segundo año de 3 mil; el tercero de 2 mil; el cuarto del 84 por ciento. Ya después de la Convertibilidad y en los años siguientes era del 1, 2 o 3 por ciento, como hoy ocurre en los países del mundo. Eso dio una estabilidad y una continuidad a los planes, porque los inversores, las obras públicas y privadas se podían pensar hacia el futuro con razonabilidad. Después sí hubo situaciones negativas, porque cuando terminamos mi gobierno en el Colegio Electoral nosotros empatamos con los opositores que eran radicales y peronistas, que actuaron juntos. Y como ellos para impedir que se elija se fueron al Chaco, al final el Colegio Electoral, con 13, lo eligió a “Tato” Romero Feris. Pero después eso fue anulado. 

Cuando yo terminé mi mandato le entregué el poder al presidente de la Cámara de Senadores, que era (Hugo) Mancini. Me acuerdo que horas antes de entregar me llamó (José Luis) Manzano, ministro del Interior de Menem, y me dijo: “Si no hay gobierno nuevo, quedate vos. El presidente te ofrece todo el apoyo”. Yo le dije: “La Constitución dice que mi mandato dura 4 años y no me quedo un minuto más. Y te aviso que en dos horas entrego el poder al presidente del Senado”. Le entregué a Mancini y a los dos meses Menem mandó de interventor a (Francisco de) Durañona y Vedia, que estuvo 6 meses más o menos. Después vino Claudia Bello, que hizo una campaña muy rastrera contra los opositores. Y al final Menem -que tenía cintura política- mandó a (Ideler) Tonelli, que fue un caballero.  

—¿Para usted es un dolor institucional eso de no haber podido entregar el mandato a quien correspondía por elección? 

—Sí, hubiera deseado... pero en esa época todas estas circunstancias adversas, que desgastan, hacían que se repartieran los votos entre peronistas y radicales. Cuando yo fui electo, el Pacto más los demócratas progresistas sacamos más votos que radicales y peronistas juntos. En ese final, con hiperinflación y todas esas cosas, se repartieron más los votos, incluso, en partidos menores. Por poco no alcanzamos los 14 electores. 

—Fue una situación muy compleja.

—Sí, sí. Nosotros mantuvimos el Pacto. Después Durañona propició una reforma constitucional que suprimió el Colegio Electoral. Porque también cuando no podíamos, en uno de los últimos colegios electorales -antes de que pudiera triunfar el peronismo- estábamos nosotros (liberales y autonomistas) dispuestos a apoyar a un radical, que era Noel Bread. 

—Ese fue el año del escándalo, de la fuga del elector Tabaré Bruzzo. Pero en ese momento también se empezaba a hablar de que el Pacto empezaba a perder peso hasta que se diluye. ¿Qué pasó ahí?

—Cuando la economía no anda el gobierno se desgasta, entonces, pese a las cosas que estábamos haciendo, nos desgastamos. Eso repartió votos en demócratas cristianos y otras fuerzas menores, que niveló la relación nuestra con la oposición de estas otras dos grandes fuerzas. No nos podían ganar, pero no podíamos ganarles. Empatábamos.  

—¿Cómo ve a los partidos políticos hoy?

—Yo creo que han perdido vigencia y gravitación en la sociedad. En aquella época todos estábamos politizados; éramos peronistas, liberales, autonomistas, radicales. Pero ahora han perdido fuerza. Faltan liderazgos gravitantes en el orden general. Entonces, hay un sector de opinión pública que no se identifica con los partidos tradicionales. 

—¿Pero ahí hay también una necesidad de los partidos de poder mirar y hacer un mea culpa para ver qué es lo que pasa?

—Sin duda. No ocurre espontáneamente. Están faltando propuestas de los partidos. Hoy mismo nos encontramos con que los partidos no tienen propuestas concretas para todos los temas que afectan a la sociedad.

—Y con respecto a los liderazgos, ¿por qué usted dice que no hay liderazgos? ¿Qué pasa con el liderazgo de Ricardo Colombi, por ejemplo? 

—Colombi surgió como una alternativa frente a “Tato” y al peronismo. Nosotros los apoyamos, y después la continuidad fue (Gustavo) Valdés, que tiene un gran consenso en la opinión pública. Es un hombre que no agrede, administra bien las cosas; paga los sueldos regularmente; hace algunas obras; entonces tiene gran consenso. Pero, sin duda, no existen las figuras ni la gravitación que tenían el peronismo, el Partido Liberal, el Partido Autonomista o el radicalismo hace algunos años.

—¿Usted cree que Colombi no tiene esa gravitación? 

—Yo creo que ahora ha perdido y le ha ganado de mano Valdés, en ese sentido. Si bien él sigue teniendo un control importante en su partido.

—¿Cómo se llevaba usted con “Pocho” Romero? Porque se hablaba en su momento de que tenían una relación tirante.

—A veces era difícil. No pensamos siempre lo mismo, pero sabíamos que pelear era perder el poder. Entonces, el riesgo de que se hundiera el barco hace que uno se tome de todas las tablas que flotan. 

—¿La élite política de épocas anteriores es diferente a la élite política que gobierna hoy en general en la Argentina? ¿Decreció de nivel? 

—Sin duda.

—¿Y eso a qué obedece?

—Yo no sé si los conflictos o los problemas han hecho que mucha gente capaz se alejara de la política, entonces se reduce la iniciativa trascendente en función de gobierno. Cuando no hay una visión superior de las cosas se vive mucho el día a día. Se construye para hoy y se frena el camino para el mañana. Ese suele ser el camino del populismo: dar satisfacción inmediata, pero compromete el futuro. 

—¿Cómo cree que es el correntino? 

—Tiene características muy especiales. Tenemos nuestro idioma, nuestra música y nuestra historia. En el desarrollo de la historia nosotros no vivimos arrastrados por los acontecimientos, sino que tratamos de marcar rumbos. Enfrentamos a la dictadura, luchamos siempre por la organización institucional, la igualdad de todos. Trabajamos hasta que en Caseros se permitió la Constitución que en 50 años cambió la vida del país. Entonces, en Corrientes hay características muy propias que tenemos que aprovechar. El correntino es firme, de convicciones seguras, que se juega en momentos difíciles. Pero hay que abrirle el camino para que haga cosas trascendentes.

—¿El poder lo confundió en algún momento?

—No. Por una filosofía que aprendí en mi partido, uno es consciente de las limitaciones del poder y sabe que es pasajero y debe ser leal a las instituciones. Yo no extraño el cargo público ni el boato de las ceremonias, ni la alfombra roja, ni las bandas que me recibían con sones marciales. No. Yo creo que es una tarea de servicio y en ello uno encuentra la mayor satisfacción, estando en el poder y o en la casa. Muchas veces el drama de los gobernantes corruptos e ineptos es una consecuencia, porque los buenos se quedan en su casa y dejan el vacío.

—¿Por qué quiso ser gobernador?

—Mire, mi obsesión no fue ser gobernador, sino estar en el manejo de la cosa política, como diputado, como ministro, como lo que fuere. Y las cosas me fueron llevando casi le diría naturalmente.

—¿Para qué?

—Para hacer cosas. La mayor satisfacción del político es hacer cosas.

—¿Y lo logró, en general? 

—Muchas cosas sí.

—¿Qué cree que dejó a sus hijos?

—Un buen nombre.

—¿Y a la sociedad?

—El ejemplo de la honestidad en la función pública. 

—¿Se arrepiente de algo?

—Uno en el curso de la vida cuando hace tiene muchas cosas que puede decir por qué hice o por qué no hice. Yo no tengo acá algo como para ponerle un ejemplo, pero sí hay. De lo que uno no debe arrepentirse es de hacer. La peor falla es quedarse en la casa, hay que salir. Por eso uno, dentro de la concepción liberal del estado de derecho, respeta las ideas ajenas. Porque el otro también dejó la comodidad para salir a luchar, quizás por una idea equivocada, pero con una vocación de servir, al margen de los desórdenes que a veces le cuestionamos a los adversarios. Pero uno debe respetar las ideas ajenas.  

¿Cómo quiere ser recordado?

Como un hombre que tuvo vocación por la cosa pública y que honestamente hizo lo que pudo. 

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