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El arroyo Limita

Domingo, 15 de agosto de 2021 a las 01:33

Por Enrique Eduardo Galiana
Moglia Ediciones
Del libro “Aparecidos, tesoros y leyendas”

Quienes tenemos una edad respetable para que nos llamen viejos solemos tener memoria.
El arroyo Limita corre hoy entubado por lo que se conoce como Teniente Ibáñez, siendo el colector de la zona del antiguo Aero Club.
A su vera se construían casas precarias y ranchos que aprovechaban los loteos baratos de empresas de la época y la posibilidad de contar con un curso de agua que al menos servía para regar las plantas, crecían plantas de lima como si fueran yuyos. Casi en su desembocadura, entubada recién en el siglo XXI, se había instalado un cementerio no oficial en el cual se depositaban los restos de quienes murieron durante la espantosa epidemia de la fiebre amarilla del siglo XIX, la cual no distinguió clases sociales ni poderes económicos. Los cadáveres eran tirados a fosas comunes con cal viva.
A la altura de Mendoza se encuentra el Club Deportivo Libertad, su pared sur daba al arroyo Limita, cuando la pelota superaba el alambrado construido sobre la pared seguro alguien debía bajar al fondo del arroyo para buscarla, si la encontraba.
Doña Rosa vivió siempre en ese lugar, mujer piadosa y generosa, lavaba la ropa para afuera, era modista, pantalonera y chalequera. Tenía dos hijas de mediana edad. Un día de verano angustioso, bajó como siempre lo hacía a recoger frutos de lima y otros que crecían mientras no hubiera una creciente muy grande, cuando una de sus hijas la llamó: -“Mamá mirá lo que encontré”-, dijo y llevaba en la mano una moneda de oro. Rosa tomó de la mano a la hija y la siguió al sitio indicado, en el barro de la barranca estaba una tinaja de barro cocido rota de la cual afloraban monedas de oro. Con paciencia y sin apuro alguno retiró la totalidad de las mismas, escarbó por los alrededores por si había otras pero no encontró más. Pensó, “esto es un tesoro, trae mala suerte. Si me voy a la autoridad, robarán, si me voy al cura, robarán. ¿Qué hago buen Dios?”, se preguntó. De la nada escuchó de un rincón de su humilde casa una voz calma y clara: -“Construí una escuela, con tus manos, algo te va a sobrar”-. Miró hacia el lugar de donde provenía la voz y observó una figura de una mujer de edad, respetable y de dulce mirada.
Cada mes comenzó a cruzar al Chaco, en el vaporcito o la balsa según estuviera el tiempo, se dirigía a Resistencia, entonces territorio nacional y hablaba con un abogado de apellido Rossi defensor de pobres, indios, mucamas, mestizas y todo aquello que no cabía en el imaginario conservador. El hombre era en realidad bueno. Tres monedas por vez, dos para comprar materiales para la escuela y una para defender a gente como ella que no tenía lugar en la sociedad. El abogado cruzaba a Corrientes, compraba los materiales y los enviaba a un grupo de buenos vecinos de Rosa que aceptaban la donación de este hombre magnífico, quien juró no decir nada y le rendía cuentas de sus defensas y actos de beneficencia. Las monedas las vendían a un joyero paraguayo que no preguntaba y pagaba bastante bien.
Se construyó la escuela y muchos excluidos sociales recibieron la ayuda de este excelente abogado chaqueño, abogado de los pobres. Rosa mejoró su casa, la vida le brindó la oportunidad de ver a sus dos hijas llegar hasta la universidad, la Unne, Universidad del Sol, ambas médicas. Afirmaba Rosa, en sus últimos días esperando la muerte buena con dignidad, -“que raro no, yo tengo una moneda que guardé para el primer nieto con un sol”-. Rosa antes de morir tuvo la fortuna de encontrarse con la figura que le habló en aquella ocasión, esta vez la vio bien, se le acercó: -“Es hora Rosa, has sido buena es por ello que no hubo ningún castigo ni maldición, porque uno de los fundadores de la Unne es precisamente el abogado que vos elegiste”.
Rosa fue enterrada con el dolor de todo un barrio que supo acompañar a esa costurera hasta el cementerio, porque todos pusieron la mano en levantar las paredes, techos, baños, de la escuela que los sacó de la ignorancia. “Hasta para echar un árbol es necesario leer un libro”, decía Rosa, mientras corrían las aguas lentas del arroyo Limita a su destino final el Paraná.

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