Por Francisco Villagrán
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Especial para El Litoral
La historia de la torre Eiffel comenzó en 1886, cuando el gobierno francés lanzó una convocatoria para la construcción de un monumento conmemorativo de la Revolución Francesa y a la vez mostrar al mundo el progreso de la ciencia. Debería inaugurarse al mismo tiempo que la Exposición de la Feria Mundial de París, en 1889. De 100 proyectos presentados, el ganador resultó el ingeniero Gustave Eiffel, creador de las construcciones prefabricadas, que ya había diseñado la estructura interna de la Estatua de la Libertad, varios puentes en el mundo, entre ellos el del río Duero en Portugal y una iglesia en Baja California.
El ingeniero explicó que para hacer el diseño de la torre, se inspiró en el cuerpo de la jirafa, de largas patas y más largo cuello. Eiffel formó una compañía para financiar la construcción, mientras que el gobierno le cedió el terreno y le dio un millón y medio de francos. La torre costó 7 millones 800 mil francos. Eiffel cobraría la entrada durante 20 años y después la torre pasaría al poder del gobierno. En los talleres Perret, se produjeron en 18 meses, una cantidad de diseños que cubrirían cuatro mil metros cuadrados de superficie, se hicieron 15 mil piezas de hierro numeradas, de modelos diferentes, con siete millones de perforaciones, provistas de dos millones y medio de remaches, todo con un peso de 7.000 toneladas, que con los edificios anexos, llegó a 8.500 toneladas.
Fríamente calculado
Todo estuvo calculado, los remaches se colocaron sin tener que limar nada. Iniciada la construcción, acudían multitud de parisinos que preguntaban: “¿Se caerá?” 250 obreros trabajaban día y noche en el ensamblado. Al año de iniciados los trabajos, quedó terminado el primer piso y cuatro meses después la segunda plataforma. Siendo 14 de julio, día de la independencia francesa y fiesta nacional, Eiffel lanzó los primeros fuegos artificiales desde la torre. El 31 de marzo de 1889 se inauguró la gigantesca construcción de 324 metros de altura, la más alta del mundo en ese momento.
Como todavía no instalaban los ascensores, los 60 políticos invitados tuvieron que seguir a Eiffel escaleras arriba a pie. A un diputado le dio vértigo y tuvieron que vendarle los ojos para que no mire abajo y se impresione. Solo 40 políticos llegaron al segundo piso y únicamente 20 hasta el cuarto piso. Estos “pioneros” que llegaron jadeando, con la lengua como corbata, tuvieron que trepar 1.710 escalones. El 15 de mayo, cuando se abrió al público en general, la gente se precipitó a las escaleras. Los jóvenes subieron como chimpancés y pronto llegaron hasta arriba. Desde abajo, la gente los vio como moscas asomándose en la cima. El 28 de mayo se estrenó el elevador y de todo el mundo acudieron muchos visitantes. Hubo granjeros que llegaron a caballo y borricos. Los ataron y subieron rápidamente a la torre, no querían perderse la inauguración y mucho menos llegar a la cima de la torre.
Un éxito tremendo
El éxito fue formidable: casi dos millones de visitantes hasta el 5 de noviembre. Las utilidades fueron tantas, que Eiffel y sus socios pronto recuperaron lo invertido y se llenaron los bolsillos de dinero. Sin embargo, cientos de parisienses protestaron contra la torre, clamando que era una armazón horrible, que afeaba el paisaje de la ciudad. Eiffel se defendió explicando que “He querido erigir para mayor gloria de la ciencia moderna francesa, un arco de triunfo más imponente que los que los que las generaciones anteriores erigieron en honor de los conquistadores. La torre se utilizará para observaciones de meteorología, de telecomunicaciones y estudio de los vientos.” Y así sucedió, el ingeniero abrió en la torre tres laboratorios para estudiar biología, astronomía y meteorología, haciendo más de cinco mil experimentos sobre las hélices y el perfil de las alas de los aeroplanos. Años después montó una estación emisora de radio y colocó antenas receptoras que son consideradas actualmente como unas de las más altas del mundo. Cuando Eiffel se retiró, quiso que siempre quiso que siempre estuvieran rodeándolo toda su familia, sus yernos, nueras y toda la chiquillada resultante. El famoso abuelo, a los 75 años aún seguía dando clases de esgrima a sus nietos alborotadores. A los 80 años edificó, a los pies de la torre, otro laboratorio para estudiar la resistencia de los vientos. Finalmente Gustave Eiffel murió en 1923, a la edad de 91 años.
Gracias a su colosal construcción, la torre Eiffel, Francia es conocida y apreciada en todo el mundo porque es el símbolo más conocido de París. Los franceses la llaman cariñosamente “la vieja señora”. En el resto del mundo se la conoce como la Tour Eiffel y desde que se inauguró suscitó fuertes polémicas y duras discusiones, campañas de prensa e incluso algún que otro duelo. Ahora se ha convertido en la imagen de Francia y al mismo tiempo en el recuerdo más querido de los millones de turistas que han dejado su corazón en París, la “ciudad luz”. Tras su paso por esta ciudad los turistas quieren llevarse al menos un pequeño recuerdo de la torre, un llavero, una réplica, una foto o postal.
Y la clásica foto de ellos parados frente a la torre, es el souvenier más preciado y querido por los turistas. Quien pasó por París y visitó todos sus barrios, museos, edificios, no puede dejar de visitar la famosa torre Eiffel, aquella que desde sus comienzos fue resistida por muchos y hoy se muestra orgullosa al mundo como una muestra de la capacidad de los franceses. En su momento fue una obra ciclópea que asombró y sigue sorprendiendo al mundo.