Por Carlos Lezcano
Especial para El Litoral
El 17 de agosto a las 9,25 de la mañana Franciscano Sastre subió a sus redes: “El uniforme del General José Francisco de San Martín ya se encuentra exhibido en el museo histórico de la localidad de Yapeyú de la provincia de Corrientes, lugar que lo vio nacer”.
“Al cumplirse 171 años de su paso a la inmortalidad, con real orgullo y admiración por su obra libertadora, este es un gran homenaje que me tocó realizar y me dio la oportunidad de reunir a muchos artesanos que apasionadamente hicieron su aporte para lograr auténticas piezas de museo, dignas de admiración!”
De este modo, y después de seis meses de “absoluta dedicación, poniendo el corazón por sobre todo” concluía un proceso de cuidadoso trabajo artesanal de este sastre correntino que reside en Buenos Aires.
El Museo Histórico de Yapeyú fue reinaugurado este año como parte de los actos que recordaron el fallecimiento del general San Martín.
Los encargados de realizarlo aclaran que no se trata de un museo sanmartiniano sino una puesta que recorre la historia de Yapeyú que inicia con la etapa prehispánica, luego colonial dividida en los años de la llegada e instalación de los jesuitas en el lugar y la llegada de los San Martín a ese sitio.
Los criterios museológicos pusieron el acento en la figura del Libertador con un guión que enfatiza sus valores humanos que incluye la confección de un traje de gala. Por este motivo se convocó a Fransicano Sastre, un destacado profesional que trabaja la técnica tradicional, para realizar el uniforme.
Fueron numerosas las investigaciones realizadas por el equipo técnico en torno al traje entre ellas la reconstrucción de la figura del Coronel Mayor (1817) en base al retrato de José Gil de Castro. Los especialistas sostienen que se trata de un óleo que se acerca mucho a la figura del Libertador.
En la entrevista el sastre encargado de la confección del uniforme cuenta los detalles del trabajo, del tipo de tela usada, el color azul, casi negro y la forrería. Los detalles de las mangas y el cuello son tomados de óleos que existen y que remiten a uniformes no solo argentinos sino chilenos.
El bicornio sigue la tradición documental del “falucho” que usó en el cruce de los Andes, que se basa en la ficha técnica de los bienes donados por la nieta de San Martín. Se indica en ese documento que el bicorno estaba realizado de “un sombrero de paja, pintado la copa de alquitrán para su impermeabilización y forradas con cuero negro, las alas que fueron levantadas le dan a todo el conjunto una rigidez marcada. Por eso no es muy liviano, ni tampoco maleable para su colocación, ni plegable, ni estático”.
—¿Cómo fue trabajar el traje de San Martín? ¿Cómo comenzó?
—Allá por el mes de febrero me convocaron desde el Instituto de Cultura, para el proyecto liderado por Hada Irastorsa. Me llamaron en principio, para ver si existía la posibilidad de poder hacer una réplica del uniforme militar de San Martín, el último que usó él con su cargo de general. Cuando surge esa propuesta fue, en principio, investigar un poquito a ver si era posible realizarlo. Desde el primer momento cuando me lo proponen, el sí ya estaba. De alguna forma lo iba a hacer porque me parecía que era una pieza icónica, que no solamente me serviría a mí, por mi oficio de sastre, sino, también sumaría a la cultura tener una pieza en vivo, que se pueda ver de cerca. Así que comencé a investigar todo lo que pude, con historiadores, con libros relacionados al tema, con uniformólogos, porque existen personas que se dedican exclusivamente a estudiar el crecimiento o el avance de los uniformes militares. Así que, fue introducirme en algo que no pensé que me llegaría, pero desde el momento que llegó me generó una satisfacción muy importante.
—¿Cómo fueron esos primeros pasos? Contanos paso a paso cómo fue desde el comienzo.
—Llevó mucho tiempo de investigación porque en realidad existen varias teorías sobre el uniforme del general. La realidad es que el uniforme que habitualmente estamos acostumbrados ver, incluso del uniforme que se veía en el billete de cinco pesos, el que tenía todo el frente bordado, no existió en la realidad. Es una pintura de San Martín que estaba en su habitación en Francia; pero el uniforme físico nunca existió. Ahí ya teníamos un dato erróneo del uniforme. Por esto tuve que empezar a investigar cómo fue el verdadero uniforme, al principio costó un poco y pero di con el tipo de traje específico que tenía que realizar y comencé el estudio de ver cuál era el tipo de tejido que se usaba en esa época para los uniformes militares.
Tengamos en cuenta que antes los tejidos tenían mucho más cuerpo, que además no estaban tan refinados como hoy en día, tenía un peso mayor al que se tiene hoy para una chaqueta. En el caso del uniforme, se trata de un frac militar. A partir de eso teníamos que investigar qué tipo de tejido se podía encontrar. Tuve información de que todavía se fabricaban en Inglaterra uniformes militares con un tipo de tela similar. Estudiamos cuáles son las características de ese tipo de tejido y después entramos en la parte estética, de los bordados por ejemplo. Antiguamente se hacían bordados en oro y son un material muy difícil de trabajar, se llama gusanillo y es como un resorte que viene de un metro de largo que es muy finito, más finito que un canutillo y eso se va cortando milímetro por milímetro para ir dando forma a lo que necesitás bordar.
Si vas a dibujar un sol, tenés que cortar diferentes milímetros para formar el rayo, después para formar la carita del sol y así todo. Es un laburo artesanal muy laborioso que tuve la suerte de encontrar una familia que se dedica a hacer eso hace más de 60 años y es el plato principal del traje también.
—Volvamos al comienzo, ¿qué tipos de tela usaste y cómo trabajaste eso?
—Es una tela que actualmente la conocemos como sarga, es muy gruesa en un color azul noche. Es un color muy raro porque en esa época era más tirando al negro, tiene un poco de brillo por el tipo de tejido que se usa hoy en día. No tiene la opacidad que tenía en ese momento la tela, pero es una lana muy pesada de más o menos 350 gramos por metro cuadrado. Estamos hablando de una tela muy pesada, pero que resiste estar durante tanto tiempo estática en un maniquí.
—¿Cómo se corta eso? ¿Cómo se trabaja?
—En este caso, también dentro de esta investigación tuve que relacionarlo a la morfología de San Martín, que tenía un metro setenta de estatura. Tuve que empezar a investigar el tipo de cuerpo español de esa época y cuáles eran sus contornos. Porque no teníamos y no existen las medidas de sus contornos; por eso estudiamos eso también. Logré dar con unas tablas de medida del año 1810 en adelante, y lo sitúe en la época que necesitaba de San Martín y con eso pude cortar lo más parecido a lo que sería el cuerpo de San Martín; teniendo en cuenta que antiguamente los uniformes militares se usaban mucho más holgados, porque la parte interna, lo que nosotros conocemos como la forrería de una chaqueta, llevaba todo un material como matelassé. Eso que se ve en los acolchados, que los dejan como inflados, pomposos; eso se usaba antiguamente con lana de oveja apelmazada y seda. Se creía que servía como un chaleco antibalas. Toda esa estructura tiene que estar por dentro del traje, tenés que dejar los márgenes necesarios para que eso quede por dentro y que no genere un volumen necesario y a su vez que quede estéticamente bien en el maniquí.
Eso fue prueba y error. Corté un prototipo en otra tela primero, lo probé en el maniquí, lo presenté, lo dejé un tiempo presentado ahí para ver cómo reaccionaba; y cuando empecé a poner la forrería empecé a ver qué cambios había, teniendo en cuenta que se vea estético y no sea una bolsa puesta arriba de un maniquí.
—¿Qué tipo de hilo se usa para la forrería?
—En este caso toda la forrería cosí con hilos de seda. El traje está cosido con hilo de 100% algodón y algunas partes están mezcladas algodón y seda; y todos los bordados que van aplicados al traje, como la parte de atrás, son cintas que van cosidas con hilo de oro.
—¿Y las charreteras?
—Lo que busqué con eso es que sea un tamaño real de charretera, no hacerlo más chicos para que no quede desproporcionado. Antiguamente se usaban las charreteras muy grandes y la charretera de San Martín es de tamaño natural. Está hecha completamente en oro y tiene una chapa para resistir todo el peso que necesita y las tiras que cuelgan que se llaman canelones, y están hechos en alambres, hilos y alambres de oro retorcido.
—¿Y el cuello tiene un armado especial?
—Sí; antiguamente tenía una estructura muy fuerte, porque convengamos que todos los decorados que tiene, también esconden una parte funcional que es proteger un poco a las partes más críticas. El cuello y todo eso es fundamental que resista. Entonces sí tiene una estructura de entretelas de lanas apelmazadas que hacen también de barreras ante cualquier golpe y ni hablar que los bordes al ser de alambres de oro también resisten cualquier tipo de impacto.
—¿Y los botones?
—En el caso de los botones había un tema, porque antiguamente se usaban botones solamente con el sol y después de investigar mucho di con un especialista que me decía que el uniforme de San Martín tenía el escudo con el sol arriba. El escudo conformado y gracias a eso pude comprar de un coleccionista los botones fabricados en el año 1870 aproximadamente, y son de una empresa Argentina que se llamaba París; son originales de esa época, son muy lindos, todo de bronce y la verdad que le terminan de dar el toque final delantero de la chaqueta.
—¿Y esa la tela celeste que cruza el traje?
—Es una banda celeste que tiene unas borlas que se llaman dragonas, son unas borlas que caen y representa su cargo de general; es algo que acompaña a todos los otros identificativos que tiene. La banda tiene dos metros cincuenta por cuarenta y cinco de ancho y las borlas que caen están hechas todas en hilo de oro.
—¿Y el cinto blanco?
—Es un cinto de cuero blanco con una hebilla que tiene la granada representativa de los granaderos. Tiene el diseño de la granada antigua que es un poco más redonda y las llamas que salen de la granada son más gorditas en comparación con las que se ven hoy en día en granaderos que son muy finas. Esa es la parte constructiva de lo que es la chaqueta. También tenemos las botas y el bicornio.
—¿También el bicornio hiciste?
—El bicornio hizo una sombrerera en base a lo que también pude investigar. Con ella pude materializar el bicornio. El sombrero de San Martín se llama también falucho y por una cuestión de tiempo se lo hicieron con un sombrero de paja forrado en cuero de cabretilla negra. Agarraron un sombrero de paja con alas bastante largas, forraron las alas con cuero de cabritilla y la parte de la copa lo pintaron con alquitrán para impermeabilizarlo. Doblaron las alas y lo dejaron en un estilo muy parecido a Napoleón que lo usaba hacia el frente y San Martín lo usaba hacia el costado. Por lo que estuve leyendo que él usaba de costado porque para el cruce de los Andes era más fácil para que el viento no se lo lleve.
—¿Cuál fue el momento más crítico, qué fue lo más difícil de este proceso hermoso supongo para vos?
—Hay varios, pero conseguir las botas fue uno de esos momentos, porque necesitaba dar con una bota específica, antigua, para poder restaurar. Porque hacer una bota desde cero no tenía como mucho sentido, me parecía que restaurar era importante y logré conseguir una bota del año 1950 en becerro acharolado negro. Eso costó un poco, y también dejarla 100% lista para el museo también tuvo un trabajo importante. Y después dar exactamente con la gente que me podía hacer parte del bordado también llevó mucho tiempo. Tuve que dibujar absolutamente todo. Ellos estaban acostumbrados a hacer un tipo de trabajo más de insignias y charreteras solamente; nunca habían bordado una prenda como el escudillo y las mangas; así que también fue un momento crítico porque hasta no ver el trabajo terminado que tercerizás es como que no estás tranquilo. Afortunadamente logramos un entendimiento y salió una pieza increíble.
—¿Y el mejor momento?
—Sin dudas fue hacer el montaje en el maniquí en el museo. Tomé un maniquí y le di la forma de lo que yo necesitaba para la chaqueta, para que justamente no tenga una caída completamente distinta; pero el momento más emotivo fue cuando lo pude ver, lo pude armar en el museo, terminarlo, dar la última puntada a los ajustes que tenía que hacer ahí y dejarlo listo, fue la alegría de la tarea cumplida.