Es como manda la técnica cinematográfica moderna. Estar en dos lugares a la misma vez, o sea en escenas paralelas que simultáneamente nos muestran las dos caras de una situación de la trama. Destacar lo que sucede en dos escenarios diferentes pero pertenecientes a mismo hilo de narración, alternando una toma con la otra casi como un diálogo. Tener visión ambivalente al mismo tiempo, una de otra, integrando el contexto general.
Los argentinos siempre hacemos gala de esa capacidad innata de escaparle a las álgidas situaciones. Comprometidas. Complicadas. No gratas. Apelamos siempre a la vía más simple de escape. O sea, a la película repetida de la irresponsabilidad. Repelemos el compromiso. Dejamos la realidad para asumir una alternativa que nos resulte más placentera.
No tomamos en serio las evoluciones de los gobiernos y su accionar, y nos desesperamos cuando no tenemos ningún mango y nos sorprendemos con los resultados electorales. Pero no tiene por qué llamarnos la atención, cuando jamás tomamos en serio las propuestas políticas de cada uno, evaluando sus virtudes, si es que aún las tienen. Pero no después del acto electoral consumado.
Sucede con el Mundial de Qatar, mientras tanta gente en función de calle se desespera por un magro pan. Nos los demuestran los inexplicables y largos feriados puente con una afluencia turística sin precedentes.
No estoy en contra de ellos, pero no cuadra con tanta gente vendiendo lo último que tiene; la diferencia se ensancha con una inflación próxima al 100 %. No hay una paridad solidaria y justa que equilibre la balanza. Que la haga más equitativa, sin tanta gente jugándose por fuera. No puede ser que muy poca, los menos, se beneficien con el plato central mientras que el resto aproveche toda migaja que cae al suelo.
Los países que han devenido de una crisis irremontable, como lo fueron Alemania y Japón, de posguerra, han asumido el sacrificio de reconstrucción con trabajo y sacrificio denodado. No estaban con el almanaque calculando futuros feriados puentes, sino que veían cómo remontar la alarmante realidad. Y la única forma era con trabajo y trabajo.
Y no sucumbieron. Al contrario, hoy son países evolucionados con una cultura del trabajo que han aprendido dolorosamente, que nada se obtiene con trivialidades sino con el compromiso firme y perseverante de que ningún sacrificio es suficiente.
Sin embargo, nosotros, con un Gobierno que ha reprobado todos los exámenes, haciendo lo que ha criticado, el pedido reiterado de nuevos créditos al FMI como al BID, comprobando dolorosamente que no somos fiables por ser tan díscolos, continuamos en la misma por esa ambivalencia. Estar en dos escenarios diferentes a la vez, para hacernos ilusión de ser lo que no somos: solventes, agraciados por la diosa fortuna, totalmente faltos de entidad, no creíbles.
Hay dos películas en proyección simultánea, una la que marca un derrotero feroz con una inflación que supera los deseos de cualquier paritaria. Y la otra, que también siempre está en cartelera, la de la evasión haciendo lo que un país en caída libre no debe hacer: imprimir, subsidiar, administrar, banalizando todo, tratando de olvidar lo que es un triste presente anclado en el pasado.
Los más jóvenes nos dan a diario duras lecciones de ciudadanía, desvelándonos certezas e incómoda realidad que se depositan bajo la alfombra. No hace mucho, el joven chaqueño Lionel Shroder le dijo a su gobernador en un encuentro de Jóvenes del Norte Grande, haciendo una síntesis de cuánto sucede: “Argentina es un país rico y depende de charlatanes”. Está “cansado de una Argentina sin futuro”. “De qué igualdad me hablan cuando hay miles de personas sin poder trabajar”. “Las empresas se van del país, hay escasez de combustible, el sector agronómico no puede trabajar porque el gobierno le come todo lo que tiene, quieren cambiar la manera en la que hablamos, desgastan el sector privado sacándole la mayoría de sus ganancias, dejándolos sin motivación para seguir trabajando. Esto es insostenible. ¿Cómo piensan que el 43 por ciento de la población que trabaja puede mantener al 57 sin trabajo? Y a mí me vienen a hablar de géneros”.
No obstante, no se corrige la forma displicente de asumir un país a la deriva, donde las discusiones y pujas por cargos crecen; todos se juegan el sillón del respectivo nivel logrado a dedo, peleas de por medio unos y otros abundan. La pertenencia de cada bando es muy fuerte, cada cual con su ideología tratando de imponer la propia con visión de choque, sin medir las consecuencias a las que nos han llevado durante todo estos años de ir y venir.
Esto es muy similar al recordado vals de Ivo Pelay y Francisco Canaro, que cantaban nuestras abuelas: “Soñar y nada más”. Claro que la poesía del vals se orientaba detrás de lo más hermoso, que es el amor, pero en materia de vaticinio no pasamos la dolorosa realidad que vive la sociedad, solo se cumple el título, que forma parte de los eslóganes de guerra utilizados nada más como expresión de deseos: “Soñar y nada más”. Porque los sueños, sueños son.
El ideal. El de gratificaciones. El que nos hace olvidar del auténtico e incorregible rumbo errático, directo a sucumbir contra el iceberg. Mientras tanto, se pone sordina a los reclamos, se pasa por alto las voces de alerta ya desgañitadas de tanto advertir sin que nadie se dé por enterado, salvo los excluidos, los desclasados. Porque tomar cuenta de la situación es comprometernos a resolverlos, asumir el trabajo de buscar alternativas ciertas, no parches.
Es cierto, las escenas paralelas en el cine siempre ganan tiempo, porque. a la vez, simultáneamente, nos permiten ver, coincidentemente, qué actitudes se asumen en una y otra toma. Pero eso es cine, porque nosotros lo utilizamos para mirar a otro lado, escabullirnos, escaparnos del compromiso: “¡Yo, argentino!”.
Dejemos la película y actuemos responsablemente como ciudadanos preocupados por salir de la tormenta, pero logrando que todos tengan la misma oportunidad. Iguales. Federales. Sin coronitas. Que no solamente un segmento sea beneficiado como siempre por tener contactos o residir en pueblos y ciudades de la pampa húmeda. Todos, o nadie.