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Un ajuste solapado

Por El Litoral

Martes, 01 de febrero de 2022 a las 01:26

Cuando se gasta en exceso y el crédito se ha cortado, el ajuste se vuelve inevitable. Por las buenas o por las malas, alguien paga el costo del desborde. En su afán por ignorar esa realidad, el Presidente ha justificado su pelea con el FMI como si fuera una gesta patriótica. Una épica soberana del “derecho a crecer”, según nuestra creencia respecto de “cómo debemos crecer”.
¿Cómo cree Alberto Fernández que debemos crecer? Pues, distinto de querer, deber o creer es poder. Sin crédito externo, sin inversiones y con inflación desbordada, la Argentina no podrá crecer. El Presidente soslaya la cuestión con un trabalenguas digno de Pablito, el que clavó un clavito. Al comienzo de su mandato, ya había exhibido dotes de sofista con aquel célebre: “No es verdad que no tenemos plan, es verdad que no lo contamos”. Esperemos que, al regresar de su gira oriental, no lo cuente en ruso, o en chino mandarín.
El ajuste solapado, atrasando jubilaciones y pensiones, congelando sueldos del sector público y afectando los planes sociales opera a través de la inflación. La ventaja política para el kirchnerismo es que evita enfrentarse con los sectores organizados que simpatizan con el Gobierno, a cambio de mantener sus privilegios. La clase pasiva no tiene más que al defensor de la Tercera Edad, quien no cuenta con lanzagranadas para visibilizar sus reclamos. En tanto, los sindicatos docentes y del Estado defienden sus privilegios sectoriales a costa de licuar los ingresos de sus afiliados. Y, en la calle, los camioneros actúan como fuerza de choque, mientras negocian todo tipo de canonjías, incluida una ley de paradores estatales.
No solo el Fondo Monetario requiere un plan de estabilización para poner las cuentas en orden, bajar la inflación y reestablecer la normalidad cambiaria. Es la nación argentina que necesita paz y administración para crecer, recuperar el empleo formal y ordenar las vidas familiares.
Todo ajuste solapado es una forma artera de distribuir las cargas, sin beneficio para la sociedad en su conjunto. Porque un programa de estabilización, sustentable y consensuado, rinde frutos que la coalición ofiialista ignora, oculta o rechaza. Un ajuste solapado solamente retrasa gastos que luego se recompondrán con mayor fuerza. No es sostenible un país con exceso de jubilados y pensionados con relación a la población activa, a menos que se extienda la edad jubilatoria, entre otras reformas. Tampoco podrán retrasarse los haberes de los servidores públicos para continuar pagando estructuras superfluas, inventadas para militantes de abultados sueldos. Ni demorarse pagos a contratistas, sin paralizar obras o servicios. Preparan sus bruscas reapariciones como muñecos sobre resortes a presión, en cajas de sorpresas.
La propia expresión “ajuste” resulta engañosa, pues no es lo mismo el ajuste solapado que la estabilización virtuosa. La evocación presidencial de malas experiencias anteriores se refiere a casos malogrados por ausencia de virtud y exceso de populismo. De nada vale atrasar variables, contener gastos, ignorar reclamos, acogotar docentes, sofocar enfermeras, asfixiar policías o sumergir jubilados si todo es parte de un teatro coyuntural a la espera de una cosecha salvadora o de un salvavidas chino.
El ajuste solapado es un parche insostenible en el que nadie cree, ni siquiera sus propios autores. Como el alacrán y la rana, está escrito en su ADN que lo abandonarán, haciendo la señal de la victoria y cantando una marcha pegadiza, cuando las tensiones sean insuperables.
Y ese es el quid de la cuestión. La estabilización virtuosa tiene que ser creíble. No solo por la consistencia de sus números, sino por el consenso político imprescindible para hacerla sustentable en el tiempo. No es un tema económico, sino institucional. No basta que la oposición firme cualquier papel, para cumplir con “la foto” que requiere el FMI. Eso sería una colusión perversa contra el bienestar general. En cambio, es indispensable apoyar un programa serio, con reformas estructurales, que saque al país de la decadencia. Esta alternativa parece una ilusión alejada de la realidad. Difícilmente se den las condiciones cuando prevalecen los cálculos del cronograma electoral, las prioridades judiciales de la vicepresidenta y la falta de liderazgo en el frente gobernante. Pero es importante destacar que, aunque el Gobierno se empeñe en alejarnos de él, sí existe un camino para poner a la Argentina de pie y sacar a la mitad de la población de la pobreza, sin pagar el costo inútil del ajuste solapado.

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