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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Radioteatro: el espectáculo de la vida

Adalberto Balduino*

Especial para El Litoral

El radioteatro se permite imitar a la gente y sus miles de historias. La radio, el vehículo primero después del circo y del teatro, con sus posibilidades infinitas de expresión pudo interpretarla fielmente tomando las voces de sus protagonistas y proyectarlas a un público predispuesto, siempre con pañuelo en mano.

Zelmar Gueñol, ese integrante fundacional de “Los 5 grandes del buen humor”, en  “Evocación del radioteatro”, en “Ensayo argentino”, publicado en 1972 por el Centro Editor de América Latina, dijo que sistemáticamente el radioteatro ha evolucionado. Desde lo más o menos épico, la aventura como la acción. Cuentan que su apogeo se afirmó y estuvo de moda aproximadamente desde 1930 a 1955. Hasta entonces, grandes elencos, extraordinarios actores pasaron por los micrófonos de radioemisoras porteñas, fenómeno que proliferó en el interior del país, retrasmitiendo o brindando sus propias producciones locales. Los pioneros fueron, entonces, Juan Sáenz, Novillo Quiroga, Díaz Usandivaras, según comenta Eduardo Romano en el libro: “Medios de comunicación y cultura popular”, conjuntamente con los especialistas Aníbal Ford y Jorge B. Rivera. Pero, sin duda, el que lo transformó en suceso fue González Pulido con su popular “Chispazos de tradición”. Nombres tan predominantes como Héctor Bates, Juan Carlos Chiappe, Pedro Laxalt, Rolando Chávez, coparon el espacio radial, y a partir de allí todos los nombres de los cuales muchos trasladaron su profesionalidad al medio que revolucionó los medios: la televisión, por ejemplo el exitoso Alberto Migré, popular autor y guionista.

El radioteatro como medio de gran didáctica, permite enseñar amenamente, llevando conocimientos e informaciones de gran utilidad como lo hiciera experimentalmente Incupo, Instituto de Cultura Popular, emplazado en Reconquista (Santa Fe) a partir del año 70. El Incupo es una sociedad civil dedicada a la construcción de vida digna para los agricultores y sus familiares, y pueblos indios. Incupo cubre Chaco, Corrientes, Santiago del Estero, Formosa y Santa Fe. Trabaja con 24 organizaciones campesinas que contiene a 2322 familias, 7 organizaciones indígenas integradas por 1500 familias. Los planes de trabajo que comprenden Educación para ecociudadanía, Abastecimiento de alimentos, Justicia climática y Derecho indígena, cuyos mensajes de difusión y extensión eran vehiculizados a manera de radioteatro, con voces y sonidos dando vida a personajes que por la proyección que tiene el sistema, al transformarse por la ficción en historias verosímiles que trasladaba la radio, daban como resultado asimilación y respuesta, logrando óptimo resultado de comprensión. Lo que quiero significar es que el radioteatro no solo entretiene sino que se permite enseñar, esa noble vocación que con la información fortalece el conocimiento.

La potencia que posee el radioteatro es ilimitada, porque eso tan gastado de “la magia” de la radio es bien cierto. Posee el encanto de la seducción, donde las palabras cobran vida, se diferencian, cuentan elocuentemente, crean un ámbito de atención, como el aula cuando la materia expuesta llenaba nuestras apetencias. Tan es así, que es bien recordada la anécdota que se permitió recrear el gran actor Orson Welles, de 23 años de edad, en el año 1938, en la CBS Radio, de la avenida Madison 485, Nueva York. Conjuntamente con el elenco  del “The Mercury Theatre on the Air”, que él mismo integraba, puso al aire la obra escrita en 1898 por Herbert George Wells: “La guerra de los mundos” (The War of the Worlds). Ocurrió más precisamente el 30 de octubre de 1938 por la noche, al elenco lo integraban Frank Readick, Kenny Delmar, Ray Collins y Orson Welles en la dirección y actuación como narrador. Los presentó Dan Seymour, y Welles comenzó diciendo con esa voz gutural de tono barítono dramático: “Hoy sabemos que en los primeros años del siglo 20, nuestro mundo estaba siendo observado por unos seres más inteligentes que el hombre y, sin embargo, igual de letales...”. Cuentan las crónicas de entonces, que los oyentes que no estaban persuadidos se impactaron de tal manera que abarrotaron el conmutador telefónico de la emisora, salieron a las calles buscando explicación. Sucede que Welles, para darle mayor fuerza, marcó que el libreto arrancara desde un informativo con las últimas noticias, y la gente confundiendo ficción con realidad dada la impecable puesta radial, despavorida enloqueció. Ello da la pauta de la gran capacidad de locuacidad que posee el radioteatro, si se revieran los libretos que, amén de contar historias, como Incupo, enriqueciera el mensaje, para que constituyan un aporte a la comunidad, como enseñar a leer y tantas cosas más que afiancen el conocimiento de aquellas personas que no han tenido la oportunidad de desarrollarse. 

Siempre me rodea la radio, es mi sino. La atraigo, tal vez. O tal vez porque la estudio y la pongo en práctica. He hecho muchos amigos a través de ella, incluso algunos notorios del ámbito nacional que me honran. Me gusta producir artísticamente, desarrollar una idea; tengo vasta experiencia, escribir me ayuda a abrir puertas porque busco, me informo y las memoro, porque algunas y muchas las he vivido. Una vez, que animaba un acto de colación del Instituto de Música,  llevado a cabo en el Teatro Vera, en un momento dado me avisaron que en los pasillos había un hombre que quería hablar conmigo. Me dirigí a él; me encontré con una persona no tan alta pero de finos modales, impecablemente vestida, canosa, tirando a rubia, un tono de voz que creí conocer, y como un noble pasándome la mano e inclinando su cabeza, me dijo: “Encantado, Alfonso Kanki”. Para los memoriosos, se trataba de un ícono del radioteatro que en la zona desde LT5 Radio Chaco había conquistado a todos los públicos; él encabezaba su propia compañía. Entonces, antes que agregue nada lo sorprendí, ganándole la palabra y repitiendo el poema del poeta mejicano Manuel Sánchez Nájera, con el cual arrancaba cada capítulo: “Quiero morir cuando decline el día, en alta mar y con la cara al cielo, donde parezca un sueño la agonía, y el alma un ave que remonta el vuelo”. Por supuesto, lo conmoví. Me comentó que él vivía en Córdoba y que ahora se dedicaba a la publicidad con su propia empresa llamada “Fénix”. Todo comenzó con escarceos en el radioteatro argentino, pruebas torpes, hasta que el español residente en nuestro país, Andrés González Pulido, se animó a conformar una compañía que en radio fue suceso: “Chispazos de tradición”. Primero lo hizo por Radio Nacional, para proseguir luego por LR3 Radio Belgrano de Buenos Aires, descontando el suceso que significó la radio que llevaba a todos los hogares esos diarios 30 minutos de sueños contenidos.

El autor, Eduardo Romano, casi poéticamente recuerda los años de radioteatro argentino: “Llevó gruesas ondas de fantasía, sentimentalismo y aun enseñanzas hasta la mesa familiar en que compartíamos el almuerzo o la cena, a la modesta mesa de cocina en que los más chicos tomábamos ‘la leche’ y nos emocionábamos con las aventuras de ‘Tarzán’ y de ‘Simón Templar, El Santo’”.

Podríamos decir: “Radioteatro es el espectáculo de la vida”, y no estaríamos errados, porque en él se dan todos los tonos, la alegría como el llanto, la esperanza y los sueños. Un ser humano contándonos sus cuitas, hablándonos de amigo a amigo, sentado al lado nuestro, dial de por medio.

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