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La imagen viva de nuestros héroes en la palabra poética de María Laura Riba

Por El Litoral

Domingo, 03 de abril de 2022 a las 01:00

Por Rodrigo Galarza
Especial para El Litoral

En la mañana del 2 de abril de 1982 tenía casi diez años. Como todos los viernes, los niños asistíamos a la escuela con el entusiasmo especial del último día de clase de la semana. Pero ese día hubo un doble júbilo (el segundo no entendíamos demasiado): nos comunicaron, tras la entonación del himno nacional en el patio, que el ejército argentino había recuperado las Islas Malvinas. Los más chicos no sabíamos muy bien de qué se trataba, pero debíamos estar contentos. Recuerdo que ese día fabricamos banderitas argentinas con papel crepé en la hora de labores. Con el pasar de los días aquel festejo colectivo dio lugar a ver a mi padre preocupado, prendido a una radio Tonomac escuchando las noticias o pidiendo silencio cuando en la televisión se interrumpía el programa que estuviera emitiéndose para dar paso  a los “comunicados” del Estado Mayor Conjunto. 
Todos sabemos lo que pasó después. Los argentinos vivimos el dolor de una guerra que no debió suceder (acaso ninguna en el mundo) pero que sí sucedió y sigue sucediendo en todos nosotros y con mayor énfasis en aquellos que perdieron nietos, hijos, esposos, novios, amigos. 
Con los años, cuando empecé a comprender qué eran y qué representaban esos comunicados del Estado Mayor Conjunto, pude también comprender y abrazar, desde un lugar mucho más cómodo, por supuesto, a nuestros héroes. No he dejado de pensar en ellos, en su valor, en su entrega.
Desde nuestro espacio queremos homenajear a nuestros veteranos con la voz de “Un sapucay en la nieve” de la poeta correntina (por adopción) María Laura Riba, quien ha sabido poner en práctica con talento y respeto aquello de Gelman: “Entre tantos oficios ejerzo este que no es mío, / como un amo implacable me obliga a trabajar de día, / de noche, / con dolor, con amor, / bajo la lluvia, en la catástrofe, / cuando se abren los brazos de la ternura o del alma, / cuando la enfermedad hunde las manos. / A este oficio me obligan los dolores ajenos, las lágrimas, los pañuelos saludadores (…)”.
¡Larga vida a nuestros héroes!

Muestrario mínimo

Cruza tu noche una ráfaga a de nieve. 
La sangre se hace escarcha bajo la tela de las zapatillas. 
Cómo crujen los dedos en aquella         [madrugada de olvido. 
Un sapucay corre hacia el viento de las balas. 
Aquel grito 
nadie sabe bien por qué
duele más que el descaro de la muerte.

III
Durante la madrugada 
Un colibrí ha crecido en su pecho de adolescente niño.
Se respira vivo. 
Él sabe que en aquella tarde verde 
por primera vez 
la rasgada mirada profunda de ella 
se demoró en sus ojos oscuros. 
Ella lo ha dejado iluminado 
como las aguas del río 
cuando por las noches 
le crecen lunar de camalote. 
Ella también ignora el silbido 
    [de una bala. 
Ella todavía piensa 
nadie puede ser más feliz que 
    nosotros dos en 
    este mundo.

IV
Pero abril asecha como el pico 
    rasante de un 
    pájaro asesino.
1982 es el número grabado en sus         patas carroñeras.

Allá en el sur hace tanto frío…
la niebla esconde figuras que salen de la nada, 
el tajo del hielo avanza hasta el fin de las gargantas.

Tiemblan los adolescentes 
    años altivos.
Tirita el temor hueco de 
    sentirse vacío
tan lejos de casa.

XVI
El adolescente con rasgos de soldado 
tirita junto a la mínima     
    llama de silencio 
que azuza el fuego. 
Otro soldado 
un hermano 
un amigo, 
le enseña una cruz de plata que le         sirve de consuelo. 
En los ojos oscuros de la noche 
sin sorpresa 
un lúgubre silbido nace 
y recorre los huesos. 
Todo se petrifica de pronto... 
Que ruido más blando. 
Que ruido más seco. 
Y la cruz se hace bala 
y la bala agujero 
    en el pecho de plata. 
Él
que solo ha sabido mirar nubes 
    de sueños, 
no sabe cómo dejar de mirar hacia los ojos del soldado 
que se ha vuelto viejo. 
Ay... 
La luna se escondió negra en su         mochila de muerto.

XX
Entre tanto
allá en el sur de los sures
cubierto con el girón de su 
    bandera enlodada
a él lo arrastra un sapucay 
de hacha,
de monte,
    de tiniebla,
        de ganas.

Salvaje  sapucay  salvaje
tropilla encabritada galopándole         en la sangre.
Un segundo bastó.
Entonces nadie supo explicarlo,
pero él corrió
sin arma
    sin cuerpo
        sin calma 

corrió  corrió  corrió
y no cayó
    no se quebró
        no se ocultó.

Su desgarrado sapucay fue 
pavoroso río entre montañas.

El girón de su bandera
le amortajó el alma.

XXI        
A la distancia
curvada hacia el horizonte    
la madre no mira y calla.
Tiene rotas las palabras.

Hay temores que nacen 
    en la espalda.

XXII
Allá en las islas del sur 
tan lejos del naranja atardecer que se hunde en las aguas
una orden cruzó el gris fulminante     [de las trincheras.

Tiene dieciocho años y piedras     molidas palpitan en su corazón.

Todos lo ven. Nadie lo ve.

Su cuerpo es un Cristo maldito     que Dios no entiende.
        
Tengo frío, murmura
y las manos 
en las balas
        para siempre
quedaron desnudas.
                
Mamá, ya lo sé…
la muerte tiene el color de la tierra     donde marqué mis pasos.

Y en el eco del olvido
su cuerpo se arquea de cara 
al viento
    y cae,
        cae.

No existe el frío, mamá,

y sigue cayendo enredado 
    en las crines de un alazán
que lo galopa sin miedo.

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