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La ilusión del pensamiento mágico

Las continuas frustraciones han construido muchas distorsiones adulterando situaciones e incitando a lecturas superficiales y esa circunstancia invita a apegarse a recetas disparatadas que carecen de fundamento alguno. 

Por Alberto Medina Méndez

amedinamendez@gmail.com

@amedinamendez 

 

Es tan fuerte la ansiedad cívica por llegar a esa meta que muchos sueñan con que gracias a un fugaz chasquido de dedos todo automáticamente encontrará esas soluciones que siempre se desearon y jamás aparecieron.

Ojalá todo fuera tan lineal. Los errores no son irremediables, pero tampoco se pueden borrar del mapa por el sólo hecho de anhelarlo fervientemente. La voluntad de que eso suceda no se conecta inexorablemente con la imprescindible secuencia de acontecimientos que podrían permitir el éxito.

Lamentablemente la existencia humana es bastante más compleja y las simplificaciones sólo pueden anidar en la ficción de los ilusos, que no han conseguido comprender siquiera cómo funcionan básicamente las comunidades, sus interrelaciones sociales y la economía que los rodea.

Los países que consiguieron crecer no recorrieron un camino sin escollos, ni obtuvieron sus victorias de la mano de la suerte, o de las bendiciones recibidas. Ellos trabajaron duro, en muchos casos durante varias generaciones para alcanzar un estándar que hoy se comprueba bastante superior al del resto.

Pese a sus aparentes triunfos, y a ese desarrollo envidiable que otras naciones le reconocen siguen combatiendo con viejos y nuevos dilemas. No viven en el paraíso y por esa razón continúan dando la batalla, esa que les ha permitido llegar hasta allí, pero que no deja margen para el descanso. La característica de esas sociedades es que, cada una a su manera, bajo su idiosincrasia y con sus particulares matices, han entendido finalmente que las alquimias misteriosas y las pociones secretas son solamente una fantasía que reside en las mentes más ingenuas e infantiles.

Ellos han aprendido de sus desaciertos, han tropezado en infinidad de ocasiones, pero eso no ha sido en vano. Han logrado tomar nota de cada desvarío en el que han incurrido y entonces decidieron buscar otros senderos, innovar con variantes y evitar repetir trayectos inviables.

Por estas latitudes se sigue girando en círculos, reiterando payasadas hasta el cansancio. Se vota pésimamente, se participa muy poco, se delegan atribuciones a gente incapaz, corrupta e inescrupulosa, se convierte en dioses a simples mortales y el corolario de tanto desmadre es el predecible.

Sería un milagro, un absurdo o una casualidad que razonando tan ilógicamente se obtuvieran progresos que mejoraran la calidad de vida de esos habitantes que siguen imaginando que se pueden hacer muy mal las cosas pero que de todos modos debería llegar la gloria invariablemente.

Si realmente se pretende prosperar habrá que revisar bastante las propias matrices, especialmente las de una ciudadanía que no está dispuesta a vincular su pensamiento y su accionar con eso que luego sucede, primero en las urnas y luego en su lapidaria realidad cotidiana. Si los políticos contemporáneos piensan que pueden administrar los recursos de los contribuyentes en forma irresponsable, dilapidando el esfuerzo ajeno, saqueando descaradamente a los que producen para premiar a los que no aportan nada, pues sería un desquicio creer que con semejante fórmula se puede funcionar adecuadamente.

El problema es que esa dinámica no es producto exclusivo de las retorcidas ideologías de los gobernantes de turno, sino que es una práctica aclamada por la inmensa mayoría, de hecho, es la mirada predominante, esa que promueve la redistribución, pero al parecer ha fracasado estrepitosamente y como suele pasar en estos casos, las derrotas son huérfanas.

Va siendo tiempo de mirarse al espejo, de reclamarse a sí mismo, de cuestionarse acerca de la paupérrima calidad dirigencial, de la inagotable cantidad de mediocres que pululan en el poder, personajes sin formación ni preparación, oportunistas pícaros que capturan el botín, disfrazados de almas altruistas que, vaya a saber cómo, ayudarán a todos a vivir mejor.

Esta tragedia no ha ocurrido sin la anuencia de los votantes, esos mismos que hoy esperan que una varita mágica resuelva todos los desmadres de décadas, sólo porque creen merecerse un futuro venturoso. Este presente es la consecuencia inevitable que se deriva de una nómina interminable de malas decisiones. Hasta que no se asuma que lo que se ve alrededor no es ni más ni menos que el desenlace natural de años de equivocaciones, involuntarias pero inexcusables, nada será diferente.

El día que se abandone esta mecánica descabellada de tomar espantosas determinaciones y esperar que todo fluya positivamente gracias al orden divino, se tendrá una chance de cambiar definitivamente el paisaje.

Mientras tanto se transitará por este pantano en el que se buscan culpables fuera del ámbito propio, en el que todos se hacen los distraídos mirando al costado y esperando nuevamente que alguien se haga cargo de resolver lo que casi todos destruyeron defendiendo ridículas posturas ineficaces.

No habrá magia. El objetivo no es sólo alcanzar la cima o al menos enderezar el rumbo, el principal logro será admitir que todo lo obtenido, lo bueno y lo malo, lo que genera orgullo y lo que produce vergüenza, será la consecuencia irremediable de cada paso seleccionado en este mundo incierto, plagado de desafíos que precisa de protagonistas, de valientes y no de líderes solitarios a los que se les demanda una inteligencia superior.

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