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Extraña mujer en el cementerio San Juan Bautista

Domingo, 10 de julio de 2022 a las 01:00

Por Enrique Eduardo Galiana
Moglia Ediciones
Del libro “Aparecidos, tesoros y leyendas”

Un hombre, de los tantos que tiene nuestra ciudad como habitante, pasaba por un momento grave por su situación económica, lo habían despedido de su empleo y la desesperación lo había sumido en un estado depresivo que iba tomando formas acentuadas. No conseguía trabajo. En vida, sus padres eran su consuelo, refugio y abrigo, pero habían partido hacia el más allá. Aun así no dudó en acudir a ellos, como lo hacía desde hace años, frente a su tumba, en el cementerio local San Juan Bautista, fue a pedirles consejos y ayuda. 
La tarde se presentaba hermosa, lindo fresco, brisa suave, sol que brillaba con intención de desaparecer con rojizo color en el oeste, en la calle principal del cementerio proyectaba sombras al pegar sus rayos sobre los panteones majestuosos que ostentan el lugar de privilegio en el enterratorio. 
Una bella y delicada mujer ubicada frente a uno de los panteones mencionados, bajo el sol que cubría la mitad del sendero, lo saludó con cortesía. Sin mediar presentación alguna, cuando ya se habían cruzado, la señora de mediana edad le dirigió la palabra: -Escuche señor, tengo que hablar con usted. El hombre apesadumbrado: ¿Conmigo? -Preguntó. Si con usted. ¿Podría acercarse por favor? -Manifestó. Inmediatamente le dijo: Lo veo muy triste, ¿me puede contar su pesar?
El interpelado, sorprendido, trataba de buscar entre sus recuerdos, memoria y pasado, de dónde conocía a la señora o señorita quizá, pero no podía ubicarla de ningún modo. 
Le respondió, mire estoy mal económicamente, deprimido y mis amigos, con tono de chanza, me mandaron a llorar, como se dice en Corrientes, a la Cruz Mayor, pero lo que hago es venir a hablar con mis muertos señora, -repuso. Mis padres como es mi costumbre. 
Ello me sirve de bálsamo. La señora parada frente al panteón de grandes rejas, le manifestó: ¿Me espera un segundo, por favor? Abrió la puerta de rejas forjadas y extrajo del interior de la bóveda una caja. Con delicadeza, la abrió con una llave pequeña haciéndole entrega, con el asombro del hombre, de billetes de curso legal, dólares, libras esterlinas, joyas y quitándose un anillo del dedo, le entregó también. 
El joven no entendía nada de nada. Pero señora, -le manifestó azorado, no puedo aceptar. Ella le respondió: -Es con una condición: cuando usted mejore de fortuna ayude al prójimo, percibo en usted una persona bondadosa. Dicho esto se introdujo en la bóveda y se cerró la puerta de rejas con su queja habitual, del hierro rozando el hierro. 
El joven que no salía de su asombro se dirigió a la tumba de sus padres, estuvo allí hasta que el sol desapareció en el horizonte con el rojo que se hunde en el Paraná. Mientras permaneció monologando con sus padres, sintió una exquisita paz interior. 
Volvió a su casa y le contó a su esposa, a partir de allí mejoró su fortuna. El hecho no pasó desapercibido. ¿Quién le iba a creer tamaño cuento? Ante su sorpresa, llegaron desconocidos a la casa, se habían enterado por un joyero muy conocido, que él había pretendido vender un anillo muy valioso de características únicas, que el joyero distinguió, por ser su trabajo, como artístico, hecho a pedido. 
Lógicamente, avisó a la familia. La entrevista se realizó en términos cordiales. El joven le relató con lujo de detalles lo ocurrido y les exhibió el anillo, más la condición impuesta por la señora. Los visitantes se miraron con asombro, verificaron en el cementerio y la tumba no había sido violentada, el cajón de una señora que había muerto hace tiempo y nada, ningún rastro de violencia, pues los expertos funebreros controlaron hasta los mínimos detalles, los cerrajeros observaron las cerraduras y no hubo violencia alguna. 
Les resultaba imposible creer lo que escuchaban. Dada la situación, le comentaron al casi mudo joven que la señora con la que había hablado era su madre, muerta hacía años, que el anillo lo llevaba al morir, a pesar de la prohibición de joyas en los cadáveres y ahora sin rastro alguno en el cadáver, había desaparecido. El sorprendido muchacho, tenía ganas que la tierra lo tragara, ¡había hablado con una difunta! Se tranquilizó por las palabras de la hija de su benefactora: -Mi madre era una mujer muy bondadosa, hacía obras de caridad siempre, no nos sorprende, queríamos manifestarle nuestro agradecimiento por haber confiado en nosotros y le rogamos se mantenga en contacto con nuestra familia, el anillo usted lo dispone, el intento de devolverlo no surtió efectos, se negaron absolutamente. -Si ella se lo regaló a usted, por algo será. Disponga de él. Un buen precio lo espera en la joyería, ya dimos la autorización para que no haya dudas sobre su procedencia. 
El joven mantuvo siempre una relación de amistad sincera con la familia de la difunta, triunfó en la vida, fue feliz, ayudó a muchas personas, cumpliendo su carga perpetua y esto fue noticias en los periódicos de Corrientes. 

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