Por Carlos Lezcano y Gabriela Bissaro
Especial para El Litoral
Hay fronteras que por más esfuerzos que haga el ser humano por romperlas, aún no se lograron. Una de ellas es volar. Volar como vuelan las aves, livianas y con el viento como cómplice. Sin embargo, hay un camino que sí tenemos en común con ellas: el desarrollo de un lenguaje como forma de convivencia.
Esta conversación con Adrián Di Giácomo se detiene en las aves que él estudia y a las que dedica gran parte de tiempo, pero también cómo la curiosidad de niño puede ser la vocación científica de adulto.
Adrián Di Giácomo es doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad Buenos Aires, actualmente es investigador del Conicet y dirige el Laboratorio de Biología de la Conservación del Centro de Ecología Aplicada del Litoral (Cecoal). Es docente a cargo de la cátedra Ecología de la Conservación en la Facultad de Ciencias Exactas y además es miembro del Consejo científico de aves argentinas. A nivel internacional, es miembro de la Comisión de Supervivencia de Especies y del Equipo de Evaluación de Especies para la lista roja de aves del mundo.
—¿Cómo comenzó tu vínculo con las aves?
—Hace mucho tiempo, es un poco la historia de muchos chicos que crecimos en contacto con la naturaleza yendo de vacaciones todos los veranos al campo de nuestros familiares. En mi caso, íbamos de la ciudad al campo varias veces al año, y con mi hermano esperábamos con muchas ganas esos viajes, nos preparábamos para ir “a la aventura” y de esa manera, ese contacto con la naturaleza, cada vez se hizo más fuerte y disparó una vocación científica en ambos.
Primero era un hobby, descubrir qué aves había en el campo, como eran sus comportamientos, cuáles estaban siempre y cuáles eran migratorias, etc. Y luego se volvió una vocación, que afortunadamente pude desarrollar yendo primero a leer libros especializados a la biblioteca de Aves Argentinas (la antigua Asociación Ornitológica del Plata) y más tarde cursando la carrera de biología en la universidad pública (en la Universidad de Buenos Aires).
Hace unos años se publicó una investigación muy interesante en la cual estudiaron la trayectoria de algunos investigadores en la biología de la conservación y uno de los denominadores comunes era que casi todos ellos habían tenido una experiencia de niños en la naturaleza.
—Tenés vínculos con los guardianes voluntarios de tordos amarillos, que es una actividad que fue desarrollada a lo largo de mucho tiempo en un área específica con un objetivo. ¿Cómo nace esto, cuál es esa área y cuál es el objetivo?
—Realicé mi carrera universitaria en Buenos Aires y luego decidí venir a Corrientes. Uno de los motivos que me atrajo era la cantidad de especies que están en peligro de extinción en Corrientes y el Nordeste en general, y que además son especies que han sido poco estudiadas, es decir algunas casi desconocidas para la ciencia. Hoy en día para tomar medidas para la conservación de estas especies se requiere tener cierto conocimiento científico de su biología, el estado de sus poblaciones, las amenazas y problemas que enfrentan, etc. Entonces, ahí otra vez la curiosidad de ese niño surge para venir a aprender de la naturaleza. Una de las especies que más me interesaba investigar era el Tordo amarillo, que sabíamos que estaban disminuyendo mucho sus poblaciones. Probablemente un 80 - 90% de su población haya desaparecido durante las últimas décadas…
Comenzamos a partir del año 2015 un programa de trabajo junto con “Aves argentinas” que es una organización no gubernamental que se dedica a conservar las aves en Argentina, y nuestro equipo del Conicet dedicado a la investigación. Inicialmente emprendimos la tarea de identificar los lugares donde los tordos amarillos instalaban sus colonias de reproducción. Encontramos que sus zonas de crías eran muy poquitas, aquí en Corrientes estaban principalmente en los bañados de la cuenca del río Aguapey en lugares que no están protegidos. Observamos además que producían muy pocos pichones cada año. Esto nos planteó un doble desafío: estudiar las causas de esta baja producción de pichones, y a la vez protegerlos con urgencia.
Una de las estrategias que implementamos es la de poner equipos de “guardianes” en esos sitios de reproducción que generalmente se encuentran en campos privados. El equipo de guardianes, trabaja durante la época de reproducción del Tordo amarillo realizando tareas de investigación y de protección de los nidos adentro de los bañados. Por ejemplo, una de las estrategias que utilizamos es colocar cercos protectores de nidos para evitar la depredación. Afortunadamente, los propietarios, los trabajadores rurales, y los vecinos colaboran mucho con el proyecto. De esa manera se hace un proyecto de conservación fuera de las áreas protegidas, contando con la colaboración de mucha gente .
—Llama la atención que un proyecto científico, en algún punto, es muy artesanal. Tal vez es efímero que alguien ve un tordo amarillo y pueda comunicarlo o dar algo de información y colaborar. Estamos hablando de una ciencia por ahí diferente a la que todos imaginamos, que tiene cierta dureza y es endógena. En este sentido, ¿ustedes se valen también en el trabajo con la comunidad?
—Sí. Hoy en día, una herramienta fundamental para los científicos, es la creciente comunidad de aficionados o naturalistas, así como la gente que aprecia la naturaleza y siente esa curiosidad de la que hablábamos antes. Hay numerosos proyectos científicos basados en la colaboración y la participación de aficionados a la ciencia, es lo que hoy en día se denomina la “ciencia ciudadana”. Algunas personas colaboran con los proyectos enviando información como pueden ser registros de especies que están siendo buscadas, o realizan fotografías, así como otras personas se suman como voluntarios para acompañar a los científicos al campo, y en otras disciplinas como por ejemplo, la astronomía, muchos voluntarios analizan datos tomados por instrumentos de los científicos.
En el caso de las aves, la participación que hacen los observadores de aves aficionados es fundamental para nosotros los investigadores porque tenemos “más ojos”, es decir, disponemos de más información o podemos cubrir áreas más grandes en los estudios, y así podemos hacer análisis más robustos y llegar a hacer mejores apreciaciones de los fenómenos de la naturaleza que nos rodea. Eso no quita que muchas de las tareas que desarrollamos los científicos dentro de diversos proyectos de este tipo, implican por supuesto, la conceptualización, la búsqueda de las preguntas, el análisis de la información que permite responderlas adecuadamente, la búsqueda de datos adicionales que por ahí pueden ser cada vez más complejos con el avance de las nuevas tecnologías. Es por ello que también necesitamos cada vez más científicos. Por ejemplo, en el caso de las especies que están en peligro de extinción, nosotros tenemos un Laboratorio de Biología Molecular donde luego de tomar muestras de los animales en el campo (en el caso de aves es una pequeña gotita de sangre o un par de plumas) realizamos análisis genéticos, o tomamos muestras de enfermedades o parásitos que son analizadas en el laboratorio por otros expertos. Pero sin dudas, hay una gran cantidad de información que hoy en día sólo es posible generar a través de la colaboración y la participación de la gente que también se interesa por estos proyectos.
También es importante la comunicación de los proyectos de investigación en las zonas donde se desarrollan ya que se producen impactos muy positivos. Por ejemplo, en las comunidades locales poco a poco la especie a la cual uno está yendo a estudiar con preocupación, rápidamente empieza a ser reconocida, cuidada, vigilada. En nuestro caso, la gente del campo nos avisa por ejemplo cuando observan Tordos amarillos mientras nosotros no estamos allí, o si se quemó un bañado. Pero también se involucran las autoridades y a nivel legal realizan declaraciones de interés, colaboraciones o medidas de protección. Así como también hay personas de las comunidades locales que se involucran a nivel cultural, por ejemplo, hay hermosos murales de tordo amarillo en varios de los lugares donde trabajamos, o artistas que han creado bellas canciones, e incluso espacios gastronómicos que eligen estas aves como motivo de decoración. También aparece el turismo de naturaleza, es decir, surgen oportunidades para pobladores locales que brindan servicios ligados a la visita de observadores de aves que buscan alojamientos, guías.
—¿Dónde viven los tordos amarillos? ¿Cuáles son sus características? ¿Cuál es su comportamiento? En fin, ¿cuál es su comportamiento reproductivo?
—En la actualidad el tordo amarillo se encuentra en dos regiones del país. Una está en el sur de Entre Ríos, cerca de Gualeguaychú, en una zona bastante modificada por la agricultura durante los últimos años. Allí quedaron unas pequeñas poblaciones de tordo amarillo en un mosaico muy heterogéneo de forestaciones, cultivos de soja, girasol, maíz, ganadería, incluso ciudades. Y otro grupo poblacional más grande se encuentra aquí en Corrientes, cuya principal población está en la cuenca del río Aguapey.
Aparentemente, estas dos poblaciones que están separadas por 800 kilómetros no estarían en contacto. Esa es una pregunta que vamos a contestar en breve haciendo unos estudios genéticos; pero, aparentemente, estas dos poblaciones no se estarían contactando a través de migraciones, y podrían estar aisladas. Para las especies que están en peligro de extinción, el aislamiento es una amenaza adicional a las que puedan tener por el impacto de las actividades humanas; entonces, se suma un problema más, que es el de la pérdida de variabilidad genética.
Las otras poblaciones de tordo amarillo que quedan también están un poco aisladas, por ejemplo, una en la zona del litoral atlántico de Brasil y Uruguay, y hay otra población en Paraguay. Es decir, que están quedando aislados y entonces eso los hace más vulnerables a, por ejemplo, que una catástrofe que pueda ocurrir, que puede ser una enfermedad o para sacar un tema candente, un incendio que arrase toda su área reproductiva. Entonces, por eso también estamos muy preocupados por el impacto que hayan tenido estos incendios de este año en varias de las especies que estudiamos, además del tordo amarillo, y que tienen poquitos individuos.
El plumaje del Tordo amarillo es diferente en machos y hembras. En el caso del macho es de color negro contrastado con la cabeza, la zona ventral, la rabadilla y los “hombros” de color amarillo intenso, en inglés su nombre hace alusión al color del azafrán. En las hembras el plumaje es menos contrastado, el color negro es reemplazado por un color pardo, y el amarillo es menos brillante. En Corrientes nidifican en “colonias” o grupos de decenas de parejas que colocan sus nidos muy cercanos, y los ubican en arbustos o plantas firmes que suelen estar en zonas inundadas de los bañados. Luego de su reproducción de la primavera y verano los individuos adultos y juveniles de varias colonias cercanas se reúnen en bandadas más grandes para pasar el invierno recorriendo zonas en busca de alimento.
—Y justamente conecto eso con algo, un trabajo que te debemos a vos y a Cecilia Kopuchian, que es el descubrimiento de una especie, que es el capuchino Iberá, pero que en ese caso, según tengo entendido, se asocia al otro tipo de capuchino. ¿Qué pasa con esta frontera entre las especies y cuándo se comunican y no se comunican, o cuando actúan asociativamente, cuáles son los beneficios y los peligros que conlleva?
—En el caso de los capuchinos es una pregunta que teníamos pendiente durante muchos años, porque los primeros estudios genéticos que se hicieron a principios de los años 2000 daban cuenta que a pesar de que las especies de capuchinos tenían mucha variación de coloración y de plumaje, cuando se analizaban las características genéticas de cada especie se veían, con aquellos métodos, que genéticamente eran iguales. Es decir, que podrían ser considerados la misma especie del punto de vista genético.
Para los biólogos, uno de los conceptos clásicos es que los individuos de la misma especie se entrecruzan entre sí para dar descendencia, pero no así con individuos de otra especie. En este caso, la variabilidad genética de los capuchinos indicaba que podían cruzarse entre las diferentes especies, pues no había barreras genéticas que lo impidan, ni tampoco físicas, ya que se reproducen en los mismos lugares, incluso migran juntos en el invierno. Entonces resultaba muy raro que no fueran especies que se estuvieran “mezclando”.
El trabajo que se hizo hace un par de años, que salió publicado en 2021 en la revista Science, tiene una visión interesante ya que con métodos de secuenciación del genoma completo se encontró que sí hay diferencias genéticas entre los capuchinos.
Encontramos que esas diferencias genéticas son muy pocas y muy sutiles, es por ello que no habían sido detectadas con los métodos anteriores. Y también que están dirigidas en su mayoría a generar la coloración de cada especie. Pero son mantenidas entre los individuos a fuerza del comportamiento, que incluye además del reconocimiento del plumaje, el reconocimiento de las vocalizaciones particulares de cada especie. Es decir, es como un mecanismo que impide que, a pesar de que se podrían reproducir entre ellos y dar la descendencia fértil, no lo hacen porque están separados por el comportamiento, aunque estén a conviviendo a 20 metros de distancia.
—¿El canto entonces es lo que identifica al capuchino?
—Es un ejemplo bastante difícil de encontrar en la naturaleza. Por ejemplo, en se conocen otros conjuntos de especies de aves que son muy similares genéticamente, pero que están siendo separadas por barreras geográficas como grandes ríos, cordilleras, o el mar como es el caso de las islas. Esas especies aisladas por estas barreras con el tiempo van evolucionando de manera divergente o separada, hasta adquirir diferencias genéticas que impidan su cruzamiento. En el caso de los capuchinos no hay barreras físicas, y los individuos están siendo separados entre especies por estos mecanismos del comportamiento. Este hallazgo es un ejemplo de lo que se llama un proceso de especiación rápida mediada por pautas de comportamiento, ya que si este proceso de especiación debiera ocurrir mediante la separación gradual de especies cercanas a nivel genético tomaría miles de años, hasta que las especies acumulan tantas diferencias genéticas como para que no puedan cruzarse y dejar una descendencia fértil a la próxima generación. Es interesante además destacar que este estudio de campo se realizó en los Esteros del Iberá y con una especie recientemente descubierta.
—¿Cómo fue para ustedes descubrir esta especie? ¿Cómo fue ese momento?
—Fue en el marco de exploraciones que hacíamos en los Esteros del Iberá, cuando se empezaron a hacer estudios en el marco de las primeras ideas de reintroducciones de especies. Junto con otros equipos de investigadores que trabajan en otras disciplinas (mamíferos, plantas, hormigas) hacíamos relevamientos periódicos, año tras año, en toda la cuenca del Iberá y uno de esos relevamientos incluyó un sector que hoy en día es un sector bastante visitado; pero que hace unos 15 años era de difícil acceso ver la costa de los esteros a la altura de Concepción o desde San Miguel.
Eran lugares a los que solamente se llegaba a través de las estancias. Entonces, pudimos acceder a lugares que no habían sido demasiado explorados o con regularidad durante el pasado. Entonces, entre diferentes campañas empezamos a registrar como una serie de individuos de capuchinos cantaban diferente, tenían diferente plumaje y que inicialmente los asociamos con un plumaje juvenil o con un plumaje intermedio de alguna de las especies conocidas. Jamás pensamos que podía ser una especie nueva cuando observábamos unos pocos individuos. Pero empezamos a entrar en lugares donde estos individuos eran muy abundantes como, por ejemplo la zona de San Nicolás, ahora el “portal San Nicolás” del actual Parque Nacional Iberá. Además, en todos los años encontrábamos individuos en actitud reproductiva en los mismos lugares exactos tomados con el GPS y, ahí nos dimos cuenta que eran adultos y que estaban defendiendo territorios de cría y que no eran individuos juveniles, y podrían pertenecer a otra especie de capuchino desconocida.
Y bueno, ahí empezamos a describir sus plumajes, realizar experimentos de “playback” de grabaciones de sus cantos para ver que respondían solo a las grabaciones de ellos y así caracterizar a la especie. Fue un proceso que se fue dando mediante la acumulación de información durante varios años hasta que hicimos este estudio con los métodos moleculares modernos, para corroborar que era una especie diferente de las otras.
—¿Qué te pasa a vos cuando observás aves?
—Es interesante la pregunta. Observar aves te cambia la vida. Hace algunos años un ornitólogo y poeta jujeño, Francisco Contino, lo dijo mejor que yo: “El zumbar de alas del ave que pasa, me aleja del mundo, me lleva”.