Por Enrique Eduardo Galiana
Moglia Ediciones
Del libro “Aparecidos, tesoros y leyendas”
Sobre la calle Quintana, cerca de la plaza 25 de Mayo, se encuentra ubicado un inmueble de arquitectura hermosa, de tiempos lejanos que cuenta sus historias al caminante con sólo mirarlo. Adornos de caras, canteros al aire, grandes ventanales, mármoles sobre sus ventanas, sus paredes oscurecidas por el tiempo. Fue el domicilio del primer escribano de Corrientes, cuyo nombre coincide con el autor de la Divina Comedia.
Desarrolló su profesión de escribano con hidalguía y respeto. Su caserón extenso y lleno de secretos, con una de las bibliotecas más grandes de la ciudad de Corrientes durante su vida, exhibía orgullosa su estampa en el casco histórico de la cuadrícula urbana. Cerca de la Casa de Gobierno, la Legislatura, el Ministerio de Gobierno, la Policía, es lógico inferir que su terreno es uno de los privilegiados en el reparto inicial de la distribución de heredades de la base territorial fundacional.
Era una personalidad trascedente de la comunidad. Formó su familia. Probablemente en esa época -y en Esta también- la suerte le fue esquiva, pero supo sobrellevar con grandeza su delicada situación.
No pude o no quise determinar la cantidad de hijos que tuvo, solo relato lo que conozco de primera mano. En esa época, tener un hijo discapacitado suponía un problema grave, algunos atribuían a la intervención de conjuros diabólicos con ayuda de creencias medievales; otros, más benevolentes, a problemas de salud, “la mala sangre”. Las familias denominadas acomodadas no podían exhibir ese desprestigio social. Por eso es que, para seguridad del insano, construían en el fondo piezas con rejas para recluirlos de por vida. Triste historia la de los discapacitados.
En algunas noches, cuentan los vecinos que se escuchaban sus gritos o risas.
No tuvo mejor suerte con otra de sus hijas. La casa paterna de la cual hablamos, se conectaba con otra que tenía salida sobre la calle Salta, hoy conocido como el Garage Argentino, también antiguo, en el fondo estaban las construcciones habitables. Todo fue derrumbado, hoy subsiste sólo la fachada. En esta casa, al fondo del garage, vivía una de sus hijas, que se casó con un joven idealista con el cual tuvo dos hijos. Este joven desgraciadamente fue víctima del terrorismo de Estado, lo mataron en Posadas. Mejor dicho: lo fusilaron en Misiones. Por razones políticas, al marido de esta bella mujer se lo ocultó en una casa que estuvo abandonada durante mucho tiempo, en una construcción sobre la línea de la edificación en altura, en el ostracismo que vivió, la esposa solo en ocasiones cruzaba la calle como quien va a la librería -pues allí estaba entonces la sucursal de la Librería La Ley, frente al Garage Argentino. Ese local adelante era lo único habitable de ese , y ella se escabullía con alimentos y remedios para su amado, agregando las noticias.
La hermana de la señora a la cual refiero, durante noches enteras gritaba e invocaba a dioses extraños, producto de su mente. La paz del sector se rompía de pronto cuando “la loca del barrio” arremetía con sus ataques. Al comienzo hubo quejas, pero luego de las explicaciones dadas por sus parientes, la compasión superó a las quejas y los vecinos se acostumbraron a convivir con los llantos y gritos. La única persona que la calmaba por rarezas de la naturaleza era la hermana, quien con una paciencia infinita la atendía, le hablaba, le enseñaba -o trataba de hacerlo- lecciones elementales de algo, lo que fuere.
Pero el destino, lamentablemente, guarda la tragedia en un saco oculto del futuro. Los padres murieron, el marido de la señora razonable fue asesinado en tierras remotas a raíz de sus ideales, por criminales hoy condenados.
La mujer del asesinado, trastornada, con problemas de dos hijos, con un dolor indomable, herencia de vaya a saber dónde, una tarde cualquiera en Corrientes, cuando apretaban con su aroma los azahares que poblaban entonces la vereda de la calle Quintana, luego de visitar a su hermana enclaustrada de por vida, salió por la calle Salta lentamente sin saludar a nadie se dirigió a las torrentosas aguas del Paraná y se tiró para desaparecer en ellas, con la particularidad de que su cuerpo nunca fue hallado. Quedó flotando una chalina de seda, regalo de su padre.
La ciudad amaneció con la noticia de la tragedia. Pronto los parientes se dirigieron a la casa de sus padres, sabiendo que la hermana quedaba sola. La sorpresa fue mayor: vestida de gala, con flores a su alrededor, se hallaba muerta. Un perfume extraño flotaba en el ambiente: la que se había arrojado al río, antes de partir le dio con el mate cocido un potente remedio que la durmió para siempre sin dolor. Eutanasia creo que la llaman.
Se comenta en el barrio que algunas noches especiales suelen ver pasar a una mujer desconocida, vestida de blanco, por la calle Salta. Viene hasta el Garage, mueve las puertas de metal, algunas veces desaparece y otras, como si no pudiera superar el escollo, vuelve sobre sus pasos hacia el río y de golpe desaparece. Esa es la mujer de blanco que muchos relatan sobre la calle Salta. En otras oportunidades, cruza la arteria y se arrodilla frente a una de las casas de la misma calle, que según cuentan, era donde estaba la antigua y venerada cruz de San Juan Curuzú, levantada por el obispo Niella.
En verdad, la historia de la familia es el relato de una tragedia.
La casa contigua a la del escribano es otra reliquia arquitectónica, gemela de la anterior. Ambas tenían sótanos, la lindera tres, que hoy -se afirma- están totalmente tapados y rellenados. Si los sótanos hablaran... cuántas historias nos contarían.
Lo que sí afirmamos es que la mujer de blanco, la que es confundida con una turista por su forma extraña de vestir, suele quedarse en la puerta de la Facultad de Derecho con otra figura extraña que tras la reja conversa con ella.
Esperamos que alguna vez encuentren la paz que tanto buscan. Los viejos ñangapirí del fondo del Garage Argentino, como los de la casa principal, al morir la hija del escribano, se secaron de la noche a la mañana. Sus frutos rojos desaparecieron de la escena