Por Emilio Zola
Especial
Para El Litoral
Cae la tarde en un bodegón de Warnes casi Muñecas. Este cronista, que gusta ocasionalmente de penetrar la grasa de las capitales en el reducto de los repuestos automotrices que, como en un edén metálico, se ofrecen en la tradicional avenida porteña, suspende la búsqueda de cierto faro trasero para tomar un café con el Señor “G”. Setentañero y con el cuerpo cansado por el tabaquismo, se sienta a la mesa con el mantel de hule.
Pide un mixto con porrón Quilmes Stout. No hace calor, pero su diestra tiembla como si Belcebú hubiera prendido las hornallas del infierno. Son amigos los comensales que, cara a cara, rompen el silencio con una conversación trivial. “Che, ¿que tal anda la máquina?”, inquiere. El entrevistador contesta que la economía, que la inflación, que la falta de tiempo, que la coupé juntará polvo hasta mejores tiempos.
“Entonces, esperá sentado pibe porque Milei es capaz de cualquier locura”, sentencia mister “G” luego de capturar un bocado literalmente gigante de flan con crema. Diabético, sabe que la suya es una jugada de riesgo pero no le importa. “Viví 30 años en peligro hasta que me jubilé en la fuerza. Hoy soy un abuelito bueno al que le dejan subir primero al subte”, se mofa.
“La fuerza” es la Secretaría de Inteligencia del Estado (Side) y el señor “G” fue orgánico de la superestructura dedicada al espionaje institucionalizado. Allí, en su frondosa experiencia como fisgón del aparato oficial de indagaciones inconfesables, apunta la pregunta que va al hueso: “¿Ustedes contratan a las chicas denominadas “Julietas” para atraer la atención de algunos caballeros que se dejan llevar por el deseo?”
“No pibe, la Side no está en esa, no podría. Es un organismo del Estado que observa para prevenir y si es necesario actúa bajo una estrategia determinada, pero eso de las chicas contratadas como señuelos no corre. Lo que no quiere decir que no ocurra porque hay muchachos que pasaron al mundo privado y se dedican a operaciones como la de Insaurralde con la modelo del yate”.
El escándalo desatado por la divulgación de fotos en las que puede verse al ahora desplomado capitoste del kirchnerismo en Lomas de Zamora es parte del juego maquiavélico de la política, pero la “cama” (si es que lo fue) no fue planificada por elementos del Estado. Tampoco, al menos directamente, por los adversarios que intentarán destronar al peronismo el 22 de octubre.
El señor “G” es fuente suficiente. Según su mirada, “habría que ver quién se beneficia sacándolo de combate a Martín Insaurralde y a quién perjudicaron con su caída. Yo miraría por el lado del juego, de los casinos que este muchacho permitió que se instalaran en su momento. Y en para quién están jugando esos sectores del poder económico que por algún motivo quisieron armar este kilombo justo antes de las elecciones”.
¿Quiénes? El señor “G” no arriesgó. “Puede haber sido cualquiera menos un organismo del Estado como se anda diciendo en los medios. Eso es para la gilada”. La charla termina con un apretón de manos. Los dos viejos amigos se alejan en sentidos opuestos. Quizás haya sido la última vez que se vieron. El epílogo de una amistad contra natura que surgió en medio del caos de 2001, cuando el espía retirado aún no peinaba canas y se mezclaba con los manifestantes en las protestas, anotador en mano.
El caso Insaurralde desnuda no solamente las miserias de una clase política consumida por la depravación de su propia naturaleza, sino que extiende una sombra de sospecha sobre todos los que convalidaron que el exjefe de Gabinete de Kicillof (instalado allí por mandato de Cristina Kirchner) disfrutara de una vida de magnate mientras declaraba un patrimonio paupérrimo.
La pregunta es si la bala que acertó en el riñón del kirchnerismo bonaerense llegará a Sergio Massa, el ministro candidato que viene a 300 kilómetros por hora en un auto sin nafta. El tanque vacío (el Banco Central sin dólares) lleva la inflación a límites de altísimo riesgo, mientras los tejes y manejes de los operadores financieros catapultan el dólar blue para elevar la brecha entre el oficial y el ilegal, con un tipo de cambio irreal que se traslada a precios.
Massa sigue con posibilidades por mérito propio. Evita el naufragio como puede, pero protegido por sus reflejos de político profesional. Lo demostró hace una semana, cuando reaccionó con rapidez ante el affaire del exesposo de Jésica Cirio y su nueva ¿novia? Sofía Clérici, la misma señorita que había tenido cierta historia dañosa para la imagen pública de Daniel Scioli años atrás, cuando el Pichichi intentaba rearmar su vida sentimental después de la simulación matrimonial con Karina Rabolini, montada para contrapesar la imagen de pareja ideal Macri-Aguada en la campaña 2015.
“Que Martín renuncie a la candidatura a concejal”, exigió desde una minivan Sergio, a la salida del primer debate de candidatos presidenciales celebrado en Santiago del Estero. Y al día siguiente no quedaban ni los carteles con el rostro de Insaurralde en el partido de Lomas. ¿Es suficiente para resarcir a una ciudadanía harta de la obscenidad de políticos enriquecidos a fuerza de negocios espurios? Se verá en las elecciones.
Mientras tanto Massa apuesta a lo épico. Se multiplica para estar en 10 programas al mismo tiempo. Sobrelleva un cansancio bien disimulado y toma medidas que proporcionan placebos instantáneos a sectores sociales que no esperaban beneficios como la elevación de la alícuota de ganancias. Rompe las alcancías y reparte al estilo peronista con un mensaje implícito: no es necesario sufrir ahora para disfrutar después. Papá Estado puede proteger aunque el dólar llegue a los mil pesos y el contexto internacional permitirá que a partir de 2024 a la Argentina ingrese un aluvión de dólares por exportaciones que se frenaron ante la desconfianza que inspira ese presidente simbólico llamado Alberto Fernández.
Milei, en tanto, desperdicia oportunidades de dar la estocada final. Se enemista con los medios, ataca a empresarios y monta una contracumbre marplatense de la que emerge irascible, enojado hasta por el ringtone de un celular. Sus referentes meten la pata en cada declaración pública con ejemplos como la perplejidad de Marra ante las mujeres que dan la teta, la admiración a la Gestapo expresada por el asesor educativo Martín Krause y, en las últimas horas, la insólita equiparación de discapacitados con transexuales, a cargo del inefable legislador tucumano Ricardo Bussi.
Por alguna razón indescifrable Milei omitió el caso Insaurralde en el debate de La Banda, como tampoco se refirió al Chocolategate de La Plata. Dos dagas que pudo haber lanzado contra la “casta” a la que dice combatir, al tiempo que justifica su alianza con el sindicalista gastronómico Luis Barrionuevo, en cuya redención cree a pies juntillas. “Todos tienen derecho a cambiar”, justificó esa noche.
Hoy llega el capítulo dos del “tournoi” preelectoral, con los aspirantes más taquilleros lastimados por hocicadas de sus respectivos conmilitones. Será la oportunidad para tirar con munición gruesa en busca del voto indignado, del voto reflexivo y del voto independiente, entre otros.
Pero por sobre todo, será la chance para que Patricia Bullrich escale posiciones con una habilidad dialéctica que supo acreditar en otros tiempos y que debería reflotar sin tanto “coucheo”. Siendo más ella y menos la dama de cabello emprolijado por los cráneos del branding.
A dos semanas de la contienda, el final sigue estando abierto, las operaciones se ejecutan con descaro y la puñalada fatal puede provenir del aliado más cercano. A río revuelto, la candidata de Juntos por el Cambio podría convertirse en la mejor pescadora si se enfocara en un fenómeno que Jaime Durán Barba detectó en las últimas horas: “El apoyo de Mauricio a Milei no perjudica a Patricia sino que la favorece”. Traducido: Bullrich está en condiciones de quitarse el sambenito de “segunda marca” del libertario y de volver a ser la comandante Pato que tanto valoró la sociedad argentina hace un tiempo no tan lejano.