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El pueblo mítico populista

Por Loris Zanatta*

Publicado en Clarín

¿Qué busca Cristina Kirchner? ¿Por qué? El acto del 25 de mayo impone la misma pregunta de siempre, fuerza las mismas respuestas. Ella suena, nosotros bailamos. Se ve que funciona.

La primera respuesta es la más lógica e instintiva: lo hace por narcisismo, para estar encima del pedestal, en la punta de las lenguas, en el corazón de la hinchada.

Como una estrella del rock encanecida, un exfutbolista engordado, un poeta sin inspiración, sufre el síndrome de la estrella caída: necesita un escenario.

Lo que dice y hace, piensa o cree es secundario. ¿Invoca hoy el Estado gigante que un día quiso pequeño? ¿Defiende derechos humanos que no les importan cuando no les convienen?

Qué va: narcisismo rima con cinismo. No será la incoherencia la que desanime a los devotos, la insinceridad la que acabe con el culto. ¿Cuántas Vírgenes lloran sangre trucha pero atraen a los peregrinos como la miel a los osos? La fe no depende de su objeto, sino de la necesidad de quien la siente, de la emoción que provoca, de la comunidad que crea. Incluso la fe en Cristina Kirchner.

Aunque fundada, la primera respuesta no basta. Animal místico, Cristina es aún más animal político. Por lo tanto, las mismas preguntas exigen respuestas políticas. Son las más obvias. Quiere impedir que el peronismo se sacuda al kirchnerismo, que rehaga su vida.

Por eso recurre a la liturgia peronista, invoca al pueblo contra las instituciones, al dedazo contra las Paso, al carisma contra la democracia. Y agita las banderas eternas: el pueblo sagrado de los “oprimidos”, una “totalidad” en “unión mística con el líder”.

¿Un ritual gastado? ¿Un “significante vacío”? De nuevo: parece funcionar. Sus competidores quieren pasar página, pero ella les recuerda el texto sagrado, los mantiene a raya: quien a peronismo mata, a peronismo muere. En su corazón sueña con que el “pueblo” vuelva a coronarla: vox populi, vos Dei.

Por último, hay una tercera respuesta. Es más académica, por tanto oscura en apariencia pero simple de hecho. Cristina no lo sabe, pero no está haciendo “camino al andar”. Está pisando las antiguas huellas del “mito del eterno retorno”: así lo llamó Mircea Eliade, historiador de las religiones, a su gusto en el panteón peronista.

Un mito poderoso en las civilizaciones tradicionales dominadas por lo sagrado, casi desaparecido en las modernas y seculares. La historia, según el mito, es circular: reflejo de la voluntad divina, todo se repite. ¿El mal, el dolor, la muerte?

Debido a causas externas, se exorcizaban mediante ritos, sacrificios, devociones. ¿El futuro? Estaba en el pasado, un pasado mítico en el que se conservaba intacto el secreto del renacimiento. Y con el renacimiento la purificación de los pecados, la liberación de las desgracias. Este imaginario divino se transponía a toda actividad humana: guerra, competición deportiva, acontecimiento laboral. A un mitin político. El signo de lo sagrado estaba en todas partes.

Como aquel hombre arcaico, el líder populista moderno aspira así a conquistar la inmortalidad. Y como el pueblo sagrado de antaño, el pueblo del populismo confía en resguardarse de las intemperies de la historia. Cristina es su patrona, su amuleto que tiene el diablo a distancia.

El acto del 25 de mayo fue un compendio de tales elementos, una fotografía del imaginario peronista, de su sustrato religioso, de su negativa a secularizarse. ¿Los males de Argentina? Culpa de la finanza internacional. ¿Los juicios contra Cristina? Culpa del “mamarracho” de la Corte. Como a Cristo, los gentiles no le perdonan “no ser como ellos”, su condena es su medalla.

De ahí el rito propiciatorio, las consignas eternas y las pancartas inmortales, el “pueblo” invocando el nombre de Dios: Presidenta, Presidenta. Y de ahí la liturgia de la plaza, la Plaza de Mayo donde todo comenzó el 17 de octubre de 1945, el principio con el que el fin aspira a reunirse.

Ahí el reloj de la historia vuelve a cero, se enmiendan los errores, se perdonan los crímenes, se borran las mentiras, se limpian las conciencias. Ahí están Cristina y su pueblo a punto de retomar el viaje hacia la tierra prometida.

¿Funcionará? Sí y no. No funcionará porque los antiguos se engañaron. El tiempo es lineal, el futuro es imprevisible, la escatología es un sueño y la historia realidad, ahora radiante ahora dolorosa, siempre pasajera. No hay fe ni magia que la detenga y la de Cristina está en su ocaso.

Pero funcionará si este antiguo imaginario religioso sobrevivirá a su desaparición política, si conservará la capacidad de detener la evolución hacia un imaginario más moderno: menos mágico y más realista, menos mítico y más racional, menos mesiánico y más reformista. ¿Tenemos alguna pista al respecto?

Uno. Mientras todas las miradas se centraban en Cristina en un lado de la plaza, en el lado opuesto, en la catedral, entraba un nuevo arzobispo. Tiene 55 años. Si, como le deseamos, tendrá larga vida y buena salud, gobernará veinte años, una era geológica, una hipoteca: la plaza será su plaza, el declive del peronismo dejará a la vista sus raíces cristianas.

Eso sí, ¡una vuelta a los orígenes! Cura villero, bergogliano de 24 quilates, con él el Papa se garantiza la continuidad, se proyecta a la eternidad, nombra heredero del campo nacional popular. Y con él perpetúa su imaginario. El imaginario del pueblo mítico populista opuesto al pueblo profano de la democracia. Felicidades.

Historiador. Profesor de la Universidad de Bolonia, Italia.

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