¿Quién es Juan Grabois? ¿Un referente piquetero capaz de acampar junto al lago “privatizado” de Joe Lewis o un docente, escritor, abogado, licenciado en ciencias políticas y traductor de textos literarios? Ambas.
El precandidato presidencial del campo popular, quien por estos días experimenta un crecimiento moderado pero sostenido en la intención de voto, no cuenta ni con el presupuesto ni con el aparato que tiene a disposición su rival interno, Sergio Massa, pero en otro momento histórico de la Argentina que todavía no ha llegado podría instalarse como opción en un función de una propuesta humanista que comenzó a ser valorada en las plataformas digitales.
Ágil para la comunicación práctica, presto para el debate y dueño de una solvencia intelectual sorprendente, Grabois sorprende con definiciones de fondo que lo muestran con el equilibrio que demanda el grueso de la sociedad. Por caso, no vacila en sentenciar que el país necesita de un empresariado nacional sólido que no crezca en función del amiguismo político sino sobre un sustrato de reglas jurídicas claras donde se contemple un esquema tributario comparable a modelo noruego y al modelo alemán.
En decenas de entrevistas concedidas a los canales YouTube que a la vez expanden contenidos en grageas hacia el resto de las redes sociales, el referente de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (ex CTEP) articula un discurso que trasciende al propio kirchnerismo y lo eleva a lo que realmente es: un exponente de la generación democrática que tomó posición a favor de los más humildes no porque haya sido abarcado por las corrientes rupturistas tradicionales, sino precisamente porque no vivió la dicotomía predictatorial de izquierda versus derecha.
Juan Grabois pertenece a una generación de jóvenes que se formaron en democracia. De hecho, nació un 23 de mayo de 1983, pocos meses antes de que Raúl Alfonsín le devolviera a la Argentina la institucionalidad perdida, un dato que explica por qué se posiciona en un andarivel ideológico que nada tiene que ver con los extremos setentistas, como erróneamente le achacan los medios tradicionales.
Las vertientes en las que abrevó el precandidato de Unidos por la Patria combinan una mirada social afín al ideario peronista con el cimiento fundacional de la doctrina social de la iglesia. En esa raíz religiosa de un hijo de judíos que abrazó el catolicismo hasta convertirse en asesor del Papa Francisco reside el tronco de su pensamiento progresista, desde el que propone redistribuir sin descuidar aspectos como el crecimiento empresario, el desarrollo tecnológico y las cadenas de bloques de criptomonedas como instrumento transparentador de los procesos económicos.
¿Cómo es eso? ¿Criptos? Sí. Grabois es el único aspirante a la Presidencia que maneja con solvencia el nuevo lenguaje de los activos digitales a partir de su familiaridad con el universo virtual. Fue generador de emprendimientos informáticos hasta que se graduó como abogado, momento a partir del cual se dedicó a combinar su experiencia en la creación de servicios web con la actividad social que desplegó a partir de la década pasada, cuando logró organizar a los cartoneros de Buenos Aires en cooperativas para que pudieran salir de la clandestinidad (antes de eso la actividad recicladora estaba prohibida) y ser reconocidos como trabajadores por el Gobierno porteño con salario, uniformes y obra social.
En una reciente entrevista con el canal “La Última Frontera”, de Santiago Siri, Grabois se animó a nadar en aguas profundas al admitir que estudia cómo aplicar el sistema de blockchain para expandir y eficientizar el proceso por el cual el Estado, a través de las organizaciones sociales, vuelca asistencia a los excluidos. Para Juan se trata de “la clave para romper el mito de que los llamados planes, que en realidad son salarios sociales complementarios aprobados por ley, son un curro”, ya que los bloques de dinero virtual ofrecen una trazabilidad superior, con una ventana para la auditoría constante de hacia dónde se destinó determinada masa de recursos, cómo se distribuyó y hasta en qué se gastó.
A Grabois le interesa conocer los patrones de consumo de la sociedad. “No como un gran hermano que todo lo espía” (aclara), sino porque el consumo se direcciona, ya sea desde el Estado, a través de la cultura o simplemente por medio de trucos semiológicos de esos que pululan en el mundo del marketing digital. Sería –según su criterio- una herramienta eficaz para detectar y prevenir los procesos de concentración económica en el momento exacto en que la conducta de los consumidores está siendo influida por los sectores económicos más gravitantes.
Desde la perspectiva del precandidato rival de Massa, la concentración de riqueza en los gigantes alimenticios es el talón de Aquiles de la espiral inflacionaria que afecta a la Argentina desde hace años, con resultados alarmantes en materia de desigualdad social. “Hay miles de personas que se empobrecen mientras se evidencia un enorme aumento del share de las grandes cadenas de comercialización, que se benefician de acuerdos de precios que son pan para hoy y hambre para mañana”, diagnostica. Para Grabois, falta evaluar científicamente el rendimiento de los recursos que aporta el Estado en materia de subsidios para que no caigan en los mismos bolsillos de siempre, algo que podría lograrse a través de los mecanismos de trazabilidad que ofrecen las cadenas criptos.
Las herramientas de las que habla el fundador de la CTEP son tan nuevas que pueden resultar inentendibles para el resto de los políticos más sobresalientes de la esfera nacional. En especial porque ninguno de ellos observa la revolución digital como un catapultador de la movilidad social ascendente. Grabois sí lo hace desde su perspectiva de líder de los sectores más golpeados por la pobreza: la tecnología no debería estar al servicio de las finanzas –postula-, sino de la humanidad, de modo que quien gobierne garantice que la llamada revolución digital sea una fuente de creatividad que genere felicidad en un círculo virtuoso y no “lo que los yankees llaman cold monkeys, gente amontonada en un galpón, pasándola como el orto y ganando dos mangos”.
Para Grabois el principio del desarrollo tecnológico debería contemplar las diferencias entre tecnocracia y la tecnología aplicada desde un planteo humano. Esto es, que la idiosincrasia argentina tome a los avances digitales como un medio para elevar las oportunidades de trabajo y crecimiento en los sectores que podrían ser incluidos por el sistema económico si los capitales nacionales invirtieran en el desarrollo de productos digitales con el mismo apetito de lucro que los mueve a continuar en la carrera exportadora de soja y otros commodities.
¿Por qué? Porque si además de vender alimentos al mundo (algo que el país hizo bien en tiempos de Julio A. Roca pero que, como ahora, no se tradujo en procesos de emparejamiento social) la Argentina elevara la participación de sus creaciones informáticas en el producto bruto interno, no habría sequías, ni guerras, ni pandemias que evitasen la consumación de tales operaciones en un mundo que demanda comida y energía, pero también entretenimiento y talento creativo como el que desborda en los antiguos territorios del plata.
Juan Grabois no ganará las elecciones internas del peronismo. Será superado por Massa, pero ese detalle no le quita mérito a su propuesta de subir al tren productivo a los excluidos en un país al que define como el resultado de una guerra ganada por los unitarios, con inacabables superficies despobladas y villas de emergencia atestadas. Su plan apunta al futuro. A un tiempo que todavía no ha llegado. Y tiene posibilidades de plasmarse en los hechos a juzgar por el interés demostrado por el embajador de Estados Unidos, Mark Stanley, quien visitó al dirigente en su chiringuito del conurbano, para (en perfecto inglés) hablar de política.