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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

¿Por qué Milei mantiene su popularidad?

Explicar el triunfo de Milei en las presidenciales, ocupó mucho espacio en diarios, radio y televisión. No fue sólo el hartazgo con las elites políticas, también hubo nuevos paradigmas de la comunicación social que la política tradicional no entendió. Es eso, y no otra cosa, lo que explica que, sin mostrar resultados palpables en su gestión, mantenga un alto grado de popularidad.

“El poder es más fácil de obtener, más difícil de manejar y más fácil de perder”

Moisés Naim, escritor

Bastante se han analizado los elementos constitutivos de la victoria de Milei en las presidenciales de octubre, recordando su meteórico ascenso en las preferencias electorales desde un lejano lugar de exótico outsider.

No hay una única explicación, sí tal vez una principal: el hartazgo con la política en general y con los políticos en particular.

Un fenómeno que no es nuevo, se repite en el mundo, genera la aparición de liderazgos disruptivos que pueden terminar en un cambio profundo de paradigma o en rotundos fracasos.

Las élites políticas, de eso se trata “la casta”, siempre están, las viejas, las remozadas, las maquilladas o las que se presentan como las nuevas. Pero nunca faltan en un sistema democrático.

En la Argentina, hay que remarcarlo, Javier Milei significó lo último: nuevas ideas y nuevos políticos, aunque en la práctica ello no sea así, las ideas son viejas pero de ropaje moderno y los políticos son los mismos, pero reciclados.

Aclaremos conceptos. Iteración es hacer las cosas mejor, sin cambiar su concepto. Innovación es hacer algo nuevo. Disrupción es crear algo nuevo que, además, cambia por completo los paradigmas existentes.

¿Qué significó Milei en su irrupción política, por lo menos en la intención? ¿Veremos en los resultados? Significó, primero, un intento de iteración, la pretensión de hacer las cosas mejor, aunque ello choca con la permanente improvisación y el poco volumen de sus cuadros de gobierno.

Innovación, quizás tampoco, porque la ideología que pretende imponer es la más vieja de las que pululan hoy en el universo político: un liberalismo decimonónico, reactualizado por la escuela austríaca y por el “populismo” de derecha introducido por el gurú del presidente: Murray Rothbard (sí, el populismo, aunque le duela a Milei).

Disrupción, eso sí. Un cambio de los paradigmas tradicionales de la política vernácula. Ese cambio, se advierte no sólo en algunas viejas ideas con nuevo ropaje, sino fundamentalmente en su ejecutor, un economista que más que político es un influencer desbocado que rompió todos los moldes.

Y, precisamente, por ello ganó las elecciones. La tierra fértil fue el kirchnerismo que convirtió al país en un yermo paraje dónde las ideas de cambio serían las únicas posibles de germinar, pero no ya las que representaban el cambio dentro del sistema, sino uno verdaderamente paradigmático.

Con la segunda vuelta, en la que cosechó el 56% de los votos, hoy vuelve a constituir un fenómeno raro, difícil de explicar, sobre el mantenimiento, números más o menos, de su imagen y de la esperanza ciudadana de cambio.

A más de cuatro meses de su gobierno, conserva su popularidad, paradójicamente casi sin brotes verdes que sean perceptibles por la economía doméstica, con un pueblo que está sufriendo los embates continuos del alza de precios y tarifas y una luz de esperanza que todavía el ciudadano común no logra percibir.

Pero sigue ahí el libertario, firme en un cincuenta por ciento de las preferencias, aún en medio de peleas con la prensa, el desprecio por la negociación legislativa, su preferencia por los actos religiosos e incursiones ideológicas en desmedro de las tareas de gobierno.

Las encuestas lo siguen mostrando en una posición parecida a la de los comienzos de su presidencia, como si no hubiera pasado el tiempo, como si la pródiga campaña electoral de Massa siguiera proyectando su negatividad al universo de votantes. Una luna de miel mucho más extensa de la que gozaron otros presidentes.

¿Cómo explicarlo? ¿Cómo entender que los ciudadanos sigan confiando en un presidente que mantiene al país con una inflación por encima de los dos dígitos, una recesión de magnitudes catastróficas, un ajuste grueso y desprolijo, el despido de varios miles de trabajadores, liberando precios pero controlando salarios?

Entonces, hay algo más que la simplificación en el análisis político. Tal vez, ya no valgan las categorías del pasado, como no lo hicieron, creo yo, en el proceso electoral de 2023.

Hay un fenómeno que merece considerarse como un elemento importante en la explicación. Me estoy refiriendo al cambio de metodología de la comunicación política. No es el único, pero es el más novedoso.

Hay un mundo que corre paralelo a aquél de los sesudos analistas vestidos de traje y de verbo cuidado, que pueblan los diarios, la tele o la radio. Hoy el campo de batalla son las redes sociales, con jóvenes, o no tanto, tirados sobre un sillón creando o replicando contenidos de dudosa certidumbre.

Allí se construye hoy la realidad, y es en ése nuevo campo de batalla dónde gana Milei. Él es, precisamente, un cultor casi obsesivo de esa nueva dinámica de comunicación, pasa la mayor parte de su tiempo posteando o replicando.

Y en ese ámbito, poco importan las razones, porque las emociones, las ocurrencias, los insultos, los memes, las frases risueñas y las salidas originales, valen mucho más que los extensos discursos, las explicaciones, los análisis de políticos, periodistas o académicos.

Primero fue la máquina de la revolución industrial la que cambió el paradigma del trabajo manual, nos ayudaron a superar nuestras propias limitaciones físicas.

Ahora, las máquinas están en el campo cognitivo, procesan, distribuyen o copian información más allá de las capacidades humanas. Pueden multiplicar exponencialmente sus interacciones y disparar de esa forma la velocidad con la que adquieren y desarrollan el conocimiento.

Y es en la vida a un clic dónde están los votantes de Milei, por lo menos una mayoría. No les interesa la verdad como tal, sino como producto de su “vida” acotada a la pantalla, replicada hasta el infinito en afirmaciones ingeniosas, memes graciosos, videos de desconocidos, que coinciden con sus propios sesgos.

Esto es lo que no ha comprendido la política tradicional, que las tribunas, los actos públicos, los debates legislativos, las declaraciones en los medios tradicionales, aunque requieren un superior grado de conocimiento y exposición, carecen de la penetración de un simple “influencer” sentado frente a su computadora, escribiendo cosas ingeniosas o graciosas.

Y Milei, es un influencer, que ha entendido que hacer política no es hacer discursos, que gestionar un país no es gobernar, su tarea la divide entre largas horas dedicadas al posteo o reposteo en las redes sociales, y las otras a despuntar su vicio de devaneos ideologicistas y religiosos.

El largo listado de listado de tuiteros oficialistas no muestra a ninguno conocido, ni siquiera tienen apellido, cultivan como imagen un avatar, pero sus posteos llegan a miles o millones de personas, cosa que un político tradicional jamás podrá alcanzar. Y allí se mueve Milei, ésa es su base.

Si eso, en el largo plazo, sirve para gobernar y hacer un país serio y próspero, no lo sé, creo que no. Pero, mientras tanto, sirve para mantener la confrontación contra “la casta”, y eso reditúa por el momento.

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