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Mamón: Origen, eclipse y "resurrección" de una empresa

Por El Litoral

Domingo, 21 de marzo de 2004 a las 21:00
Todo empezó cuando la segunda mitad del pasado siglo comenzaba a deshojar sus primeros almanaques, a partir de unas pocas plantas de mamón nacidas espontáneamente al borde de un tereno sobre la avenida Maipú al 3500 -que aun no soñaba siquiera con el pavimento y el tránsito febril que hoy la hace vibrar- cuando los ocasionales transeúntes, no muchos entonces, se detenían a solicitar la venta de algunos de los frutos que amarilleaban colgando de los altos tallos, casi al alcance de la mano desde la calle.
«Eramos -confía hoy Miguel Angel Godoy, primogénito del grupo familiar habitante del terreno- extremadamente pobres y vivíamos de la venta de los productos de la huerta que allí cultivábamos y que papá, en un carrito tirado por caballo llevaba diariamente, transitando kilómetros hasta la ciudad, a vender en el Mercado Central hace poco demolido y, hasta ahora, convertido en un baldío céntrico sin destino definido».

PROPUESTA

Corría 1951 cuando doña Clelia Gadea se atrevió a arrimar una sugerencia a su esposo, don Pablo Godoy: ¿y que te parece -propuso- si en vez de vender la fruta hacemos dulce y vendemos?. Era un idea audaz, pues consistía en intentar un emprendimiento que, hasta ese momento, solo tenía un antecedente conocido, el de Eladio Alvarez con su fábrica y su marca «La Correntina», que fue el pionero en la materia y a quien los Godoy -que habían ya convertido sus mamones «guachos» iniciales en una respetable plantación de más de una hectárea -seguramente la primera a escala comercial que existió en Corrientes- vendían su producción como materia prima de aquel primer logro industrializador del mamón en la provincia.
El espíritu de empresa -que siempre se manifestó a lo largo de la historia correntina- se expresó entonces, una vez más, en estos emprendedores, uno en el aspecto fabril y otro (el grupo Godoy) en al agrícola, complementándose y dando sustento concreto a un desarrollo productivo con eje en la Cárica papaya, que hasta entonces -e igualmente después- sólo crecía por azar de los vientos y los pájaros en los grandes patios de las casas antiguas y en lo que ninguna mano humana intervenía. Y como aún sigue sucediendo. «¿Te animás» -fue la dubitativa pero también esperanzada respuesta- pregunta de don Pablo a aquella propuesta: «¿Y cómo no, si yo aprendí de la abuela?» -aumentó su apuesta a un posible futuro que ya visualizaba doña Clelia, invocando en su apoyo el autorizado respaldo de una maestría ancestral en la materia, transmitida a través de generaciones hasta ella.
Y así tuvo inicio un emprendimiento cuyo origen y evolución hoy rescatamos y exponemos en «versión libre» -y comprimida- de lo que nos fue narrado entre frascos de exquisiteces varias preparados para su envío a distintos destinos en la provincia y el país, por Miguel Angel Godoy, que hoy no descarta incluso una futura salida al mundo con ellas. Pero entre uno y otro punto ha habido mucho en el medio, que hoy se lo contamos.
M. ALCEO JACQUEMIN

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Historia en dos tiempos


Esta historia se escribe en dos tiempos. El primero, el que ya esbozamos aparte con Pablo Godoy acompañado por uno o más de sus hijos llevando en su carrocoche de tracción equina (junto a lechugas, batatas, cebollitas y otras muestras de su esfuerzo hortícola con destino al Mercado Central) una primera lata ex-aceite comestible convertida en envase de 7 kilos iniciales de dulce de mamón «comercial», elaborado en la cacerola más grande disponible en la cocina de la casa, rumbo a su prueba de fuego inaugural en el hospedaje y restaurante «San Martín», de José Stichi, frente a la plaza Cabral, que era entonces la terminal de omnibus capitalina cuyos pasajeros generaban, en ese establecimiento, un activísimo movimiento de personas y, por lo tanto, de consumidores potenciales.

ANSIEDAD

«Papá -evoca nuestro entrevistado de hoy- iba muy inquieto, muy temeroso de un veredicto adverso de su primer presunto comprador. Dejamos nuestra carga, para ser sometida al juicio decisivo de la clientela del restaurante-hospedaje y nos fuimos a casa, a esperar en tensa, ansiosa espera, un resultado del que tanto dependía. Y en ese mismo estado de ánimo volvimos a los tres días, a escuchar la sentencia».
En vez del némesis temido y esperado resultó un «bautismo» comercial consagratorio: fueron recibidos con un «¿Trajiste más mamón?», acompañado de un amistoso reproche por haber «tardado tanto» en volver: los siete kilos de esa carga de prueba habían desaparecido en el almuerzo y la cena servidos el mismo día de la entrega, frente a una aceptación literalmente voraz de la clientela del establecimiento.
Así, en ese modestísimo pero triunfal nivel, hizo su desembarco en el mercado una nueva industria correntina que, andando los años, habría de asumir y representar la idea misma de «dulces regionales correntinos» a favor de una calidad mantenida sin falencias y una variedad de producción de casi una decena de rubros diferentes. Pero, dentro de la cual -como expresa el actual titular de la firma y marca- «el de mamón siguió y sin duda seguirá siendo el rey», en razón de su preferencia por la demanda.

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