Del 25 de julio de 1821 al mes de junio de 2006, los dos próceres de la emancipación americana, conversan en las tablas del teatro correntino, aproximando a la escena las instancias de un encuentro que duró cinco horas. Fue para Bolívar, su primer y único encuentro con San Martín, a quien admiraba y de quien sin saberlo se despedía, ya que su muerte ocurriría pocos años después.
“No existe la independencia en mi país, Simón. Me acusan de ladrón, Rivadavia dice que me robé el Ejército de los Andes, que lo alquilé a Chile, luego al Perú”, dice San Martín despojado de su casaca de paño azul de faldas largas, el más modesto de los uniformes de general, sin adornos ni colores como los que se usaban en la época. Ambos discuten, confrontan en una habitación que se llena de gritos y de reclamos, de risas y de vaticinios.
“Corren infundios sobre ti, dices que acostumbras a fusilar a tus prisioneros”‘, espeta al colombiano.
“¿Tú no fusilas? ¿Acaso no se puede fusilar en una guerra tan cruenta como esta. No tan infundios, José”, contesta Bolívar mientras bebe cognac y observa al distinguido visitante que prepara tisanas para su malestar estomacal crónico.
“A los hombres hay que saber ganárselos o deshacerse de ellos, decía nuestro admirado Napoleón”, y en la frase buscan coincidencias y se acercan para en secreto nombrar a sus amantes, aquellas mujeres que condecoran para retribuir favores en la intimidad, Manuelita Sáenz y la limeña Rosa Campusano.
“Dios mueve las piezas, sobre todo cuando estoy frente al diablo como ahora”, contesta San Martín a Bolívar, mientras se dirige a un rincón a la espera de la respuesta de apoyo que fue a buscar a Guayaquil.
“En el libro de nuestra vida, los infortunios están escritos en inglés”, expresa Bolívar con pesar en las palabras.
“Guardaré esa frase que dirá la historia”, contesta el correntino antes del abrazo de despedida.
“Bolívar fue destituido y se produjo la disgregación americana, entre 1826 y 1829”, dice una voz en off, mientras los actores en escena vuelven a ser dos sombras del pasado que ocupó la historia argentina. El libertador de Colombia murió pobre y denostado, mientras que San Martín se exilió en Francia y nunca más volvió a su patria argentina. Por eso el “Encuentro de Guayaquil” registra ese paso trascendente de la última utopía libertaria.
La unión latinoamericana con que soñaron dos grandes próceres, es todavía eso: un sueño.
Lito Cruz en el papel del General San Martín y como director de la obra de O’Donnell, se ocupó de dar protagonismo a la tarea de Rubén Stella como Bolívar y dejó que aflore su temperamento de lucha que con énfasis expresó en el texto. En ambos hombres se notó la calidad actoral que en pleno siglo XXI permite conocer la personalidad de cada uno al momento de la toma de decisiones.
Luego del aplauso que sucedió al final de la obra, con las luces de la sala encendidas a pleno, Lito Cruz y Rubén Stella debatieron con el público correntino, entre los que se encontraban historiadores dispuestos a defender la postura de Bolívar y San Martín. Vienen de representar la obra en Venezuela (la República Bolivariana), donde la imagen de Simón es muy fuerte y ahora están en tierra guaraní, cuna del libertador de América, cerca del solar natal de Yapeyú.
“El ejército sanmartiniano estaba compuesto por 700 guaraníes, para ellos la vida en la tierra no tenía sentido si no era por un ideal”, dice Lito Cruz. Stella no se puede desprender de la energía de su personaje y se mueve de un lado al otro del escenario, con la sangre de Bolívar todavía latiendo dentro de un uniforme cuya chaqueta reposa en el sillón de época.
En la obra San Martín descubre en Bolívar a un verdadero libertador y en la realidad, cuando muere, tiene entre sus manos un retrato de su amigo con el que mantuvo comunicación epistolar hasta el último día.
Lito Cruz y Rubén Stella se fueron con el eco de los aplausos. La batalla estaba ganada en una puesta excepcional.