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El avío del alma del paí Julián Zini

Por El Litoral

Sabado, 21 de diciembre de 2013 a las 01:00
Hace 50 años, Julián Gerónimo Zini Gallardo fue ordenado sacerdote por el obispo de Goya, monseñor Alberto Devoto. Para nosotros, Julián es el paí poeta y en sus versos, con sus versos y de sus versos, aprendimos a recitar al amor en todas sus comprensiones: amor de pareja, amor de familia, amor por la tierra, amor por el prójimo en cuanto a identidad cristiana, amor por uno mismo en cuanto a identidad humana.
De boina y mate en mano, dispuesto siempre a decir aquello que sabe y le gusta compartir, Julián es el cura de los caminos, que disfruta su andar cerca de la gente, cargando en el “buche”, como me dice, la poesía de la vida, esa que se escribe sola y que crece con su palabra omnipresente hasta que se prende al corazón de quien la escucha, como abrojito del campo. Julián nos hace cantar y emocionarnos cuando comparte su “Avío del alma”, esa canción que lleva música de Julio Caceres de Los de Imaguaré, nos sienta frente a la historia de muchas almas anónimas que allá lejos, en Malvinas Argentinas, fueron “Los Ramones” de una soledad dolorosa, callada y profunda como es la guerra. 
“Nosotros somos siete hermanos de padre y madre, más uno que crió mamá y el hermano mayor al que encontré hace poco por obra y gracia de la Itatí. Al morir mi padre, con mis hermanos nos propusimos recuperar ese vínculo de nuestra sangre, al poco tiempo fuimos con mi grupo Neike Chamigo a dar la Serenata a la Virgen de Itatí a Posadas, Misiones y una vez concluido el espectáculo, se me acerca un hombre, Juan Domiciano Fernández, se presenta y yo le contesté: vos sos mi hermano, el que ando buscando”.
“Mi vocación vino de Dios y de un cura inteligente, el padre Demetrio Atamañuk, que cuando yo tenía 9 años habló con mi padre y le sugirió que me internara en el Seminario. Si no sale cura, al menos el estudio le va a quedar, propuso. En ese tiempo los años eran largos, no como ahora que parecen tan cortos”, recuerda Julián. Para el niño de 10 años, que pasó 14 lejos de su familia, las visitas a su hogar se remitían a 15 días al año.
“Esa etapa es una bolsa de recuerdos que hoy día resultan risueños pero antes eran tragicómicos. Mis educadores eran alemanes que delante nuestro hablaban en alemán, pero nos prohibían dirigirnos entre compañeros, en idioma guaraní, salvo el clavicornio, no estaba permitido siquiera pensar en ejecutar otro instrumento y esas son las cuestiones que saben a deuda añeja: ¡Si yo supiera hablar bien el guaraní! ¡Si supiera tocar un instrumento!, digo. Dios sabe lo que hace y me importó salir para adelante, hasta que a los 14 años comencé a expresarme con el verso y eso me sirvió para comunicarme. Con mi compañero desde quinto grado hasta ahora, el padre Victor Hugo Arroyo, pensador e intelectual, nos adentramos a la literatura y la lectura nos alentó los sueños”, sigue hablando.
“Aprendí a hacer las cosas andando, tengo un pie fijo y el otro suelto”, cuenta Julián, el cura que habla a la “Niña del ñangapiri” y nos hace partícipes de esa angustia y orgullo de padre amoroso cuando pregunta a su hija que dormita en la cuna “¿A dónde irás con los años/ a dónde te lleva el viento...”
“Toda mi vida de cura me obligó a meterme en el alma de la gente y no en el dormitorio. El amor de pareja es el que hace la imagen del Dios nuestro, la pareja se vuelve concreadora con Dios. Tengo infinidad de testimonios de gente que viene a revelarme las heridas que la vida les va dejando y no es sólo la piel la que se resquebraja, sino las relaciones. Uno debe hacer todos los días un poco de silencio para escuchar esas experiencias, debe preparar su avío del alma para enfrentar la vida con sabiduría”.
“El regalo de Dios en el papa Francisco aclara un montón de cosas que se estaban viniendo abajo”, continúa Julián. Y cita dos textos bíblicos que alcanzan para ser un buen cristiano. Mateo 5, que son las Bienaventuranzas y Mateo 25, cómo vamos a ser juzgados al final de la vida. “Podemos predicar el amor de Dios, pero debemos sentir ese amor”, agrega.
“Hagamos silencio, centrémonos en nosotros mismos, en el fondo nuestro está Dios. Si lo encontramos adentro, después lo podemos compartir afuera. Yo rezo con mi Biblia, pero también con el sol, con el picaflor, con la pata de buey florecida, con esas cosas que quisiste, que plantaste, que dieron su fruto, con los chivatos que revientan sus colores contra el cielo”.
La mañana trae las palabras de Julián tan cerca de esta Navidad del Niño Nuestro.
“Yo quiero en esta Navidad que se cumpla el gran proyecto nacional y latinoamericano, el sueño de nuestros mayores, con justicia, que es la igualdad para todos. Quiero cumplir ese pedido de Jesús, coman todos, beban todos y hagan eso en memoria mía. Quiero que nadie pase solo, porque el Niño no viene para quedarse conmigo, viene a nacer con todos.
Quiero proponer al lector, que se pare frente al Pesebre y le pregunte al Niño: ¿Quién sos vos? Y luego ¿quién soy yo para vos? Es un tiempo de búsqueda profunda, de encuentro, de renacer, en Dios Niño y en cada hermano”.
Mañana, en la capilla de Los Álamos, a 30 kilómetros de Goya, aquellos niños que ingresaron tan pequeños al seminario y que consagraron su vida a Dios, Dios del cielo, Dios de los hombres en cada hermano, Julián Zini y Victor Hugo Arroyo, van a celebrar juntos la Misa.
Querido paí Julián, nosotros nos guardamos como ofrenda de vida, ese “Avío del alma”, que nos sabe prestar, cuando el cuerpo no aguanta el peso de su angustia y canta como puede, porque vale cantar: “Le hablo de esas ganas de brindarse a todos/ del corazón grande, valiente y capaz/ de jugarse entero y encontrar el modo/ de salir a flote en la adversidad./ Le hablo de esa mano tendida y abierta/ con el gesto antiguo de la caridad/ mano de chamigo que se da sin vueltas/ del que abre la puerta y ofrece su pan.../ Avío del alma hecho de franqueza/ sencillez, respeto, hombría y lealtad.../ Ya ve, siendo pobre, lleva una riqueza;/ recuerde: se aumenta, compartiéndola”.

¡Que tengan los lectores de Historias de un día para toda la vida, una Feliz Navidad!

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