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Marcos, un personaje en la peatonal Junín

Por El Litoral

Sabado, 22 de junio de 2013 a las 01:00
CHIPACERO
Comenzó el invierno y el frío se hace notar en la ciudad, sin embargo algunas personas que forman parte del paisaje cotidiano, se mantienen indemnes con la primavera y su color en cada realidad. Una de estas personas es Marcos Elías Encina (43 años), quizás usted, amigo lector de esta columna, lo conoce y no sabe su nombre. Se lo habrá cruzado en la esquina de La Rioja y peatonal Junín y tentado por el olorcito siempre apreciado del chipá, se habrá llevado la mano al bolsillo en busca de un billete para comprar y seguir camino.
Hace 13 años que Marcos, el chipacero, está en esa esquina con su carrito. Antes trabajó en una carnicería, tiene mujer y dos hijos, vive en el barrio Laguna Seca. Todos los días, desde el ventanal de la Redacción de este diario lo veo pasar empujando su carrito con la esperanza corta y siempre alegre de los que sólo aspiran a lo necesario para ser felices.
No puede pasar desapercibido con esa chaqueta rosada que su hermana Angélica, especialista en alta costura, le diseñó especialmente. En la cabeza, pañuelo negro onda gitana y más que nada “para renovar la vista, como dice Guillermo Francella, no es lo que aparenta”, sonríe.
“Me había quedado sin trabajo y algo tenía que hacer. Me hubiese gustado seguir estudiando porque otra sería mi vida, no estaría acá. Pero desde los 12 años ya estuve en la calle, ayudando en una verdulería de las Mil Viviendas para colaborar con la economía del hogar y comprarme mi ropita. Fui a la escuela primaria y no terminé el secundario porque papá falleció, mamá era ama de casa y tengo tres hermanas. No contaba con muchas opciones: o estudiaba y comía ladrillo o trabajaba”.
Ubicado en un lugar estratégico del centro correntino, de lunes a sábado de 7 a 13 y de 17 a 22, Marcos viene con su avío: además de chipá, vende pan casero, torta de maíz, bizcochuelos, alfajores de maicena y pastafrola. Los días de lluvia se resguarda bajo techo, sin problemas con el vecindario. Su amigo más próximo es Santiago, que vende medias, paraguas y ropa interior al paso.
“La idea es conseguir un lugar fijo, pero la situación se presenta muy difícil. Cuando vine a instalarme en este lugar, aún estaba el mercado central, el producto era otro, otro el precio y otra la clientela. Mermó el movimiento también desde que no se cobra más por ventanilla en el Banco Provincia”, dice Marcos. 
Para ser sincera, esta nota se hizo con importantes interrupciones en el relato. Mujeres y hombres, chicos y grandes, los choferes de colectivo de las líneas 103, 104, 105, 106 y 110, son clientela fija. “Trabajar me enseñó a relacionarme con la gente y a cuidar mi propia economía. La vida se ve distinta cuando uno toma conciencia de lo que le cuesta ganar el peso. Uno sabe lo que es la necesidad, la responsabilidad de levantarse temprano y de no aflojarle al compromiso de estar en el lugar en el momento justo. Me gusta lo que hago, voy a tratar de hacer por mis hijos lo que no pude. Es prioritario que estudien y se formen con un título. Al mío me lo dio la calle y soy educado porque lo aprendí en el trato con mi familia”. Sin dudas lo que distingue a Marcos es el trato con los clientes. Un chipá cuesta $3, pero escuchar a la abuela que pasa con su bastón y le informa cómo amaneció del reuma, no tiene precio. Marcos deja su carrito en la florería que está por calle Salta, de allí el camino ida y vuelta hacia su negocio al paso. Dueño y señor de ese espacio, dice que forma parte de una sociedad de amigos y que él es el rostro visible. Un detalle a tener en cuenta: Marcos trabaja sin descanso, parado en la esquina, porque “al banquito lo regalé, el que menos se sentaba era yo. Este es mi lugar de trabajo y no de reunión”, avisa.
El diario transitar de Marcos por el barrio del centro de la ciudad de Corrientes, le va dejando una experiencia que sabe aprovechar. La canción, que es su esperanza, nunca está ausente de esos sueños que promete realizar.
Como en los versos de Marily Morales Segovia en la canción “Chipacito chipacero”, que viene a bien tararear al cruzar la esquina y saludar a Marcos.
“Chipacito, chipacero/ cambacito con sombrero/ si no cuidas tu canasta/ te va a asustar el pombero./ Chipacito che cambá/ lero lero lero la.
Se levanta con lucero/ y se lava en el estero/ su ranchito es chiquitito/ como el nido del hornero/ chipacito che cambá/ lero lero lero la”.

POR MONI MUNILLA

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