Siempre el humor en el show business, es decir en el negocio de los espectáculos llevados a medios, tenían una característica: inteligencia, creatividad, segundas lecturas donde el auditorio recién reaccionaba después, al segundo de haber sido pronunciadas, sin el disparo grueso que hoy la guasada trata de cubrir el ausente chispeante humor por autismo generalizado de autores y públicos con la más mínima muestra de inteligencia, haciendo gala de un humor burdo y mediocre.
Existen recursos que hoy son historias, de verdaderos creadores del humor que más allá de la palabra lo gestual es esencial en un momento dado de la puesta, obteniendo tanto o más gracia que el propio texto. Un ejemplo ha constituido en el cine mudo, el imperturbable gesto tanto en lo cómico como en las acciones de peligro, el singular estilo de Buster Keaton, nacido en Piqua, Kansas, quien se ganó el apodo de “Cara de piedra” por la seriedad exacerbada de su personaje que sin embargo hacía reír; claro esto acontecía en los años 20´ y 30´, con un cine aún en desarrollo. De allí saltamos a esta breve reseña de evolución del humor saludable y más que nada, de la producción de chistes inteligentes y no por ello solemnes y aburridos que el público argentino tuvo el privilegio de asistir. Un claro ejemplo ha sido el artista uruguayo afincado entre nosotros, Juan Verdaguer, primera figura en las realizaciones televisivas de Proartel, productora de Canal 13 de Buenos Aires, bajo la dirección del cubano residente hasta sus últimos días en el país, Goar Mestre, un precursor notable. También el desenfado de Verdaguer no llegaba al grotesco de frases soeces, ya que el planteo de su fresco humor residía en golpear con todas sus fuerzas, sin herir ni ofender a nadie, en el remate o desenlace de reacción hilarante. Y, qué dejamos para Luis Landriscina, el chaqueño que no alude a política, religión o raza, no ofende y hace reír.
Pero un claro ejemplo de la suma del arte de producir una explosión de humor, ya sea pronunciando parlamentos, interpretando el silencio, el gesto mudo de la pausa oral, ese tiempo sugerente y expresivo, o bien dando una clase magistral de la capacidad musical de ejecutar con instrumentos informales producidos artesanalmente, más la virtud del manejo de las voces en el canto develaban una maestría absoluta que además de interpretar el libro cantaban con buen timbre armoniosamente demostrando una excelencia imposible de igualar desde 1967, año fundacional de Les Luthiers. El grupo argentino más ovacionado en pueblos de habla hispana, postulado al Premio Príncipe de Asturias de las Artes en el año 2011, en España. El mismo estaba integrado por sus fundadores, Daniel Rabinovich, Marcos Mundstock, Jorge Maronna y Gerardo Masana. Por allí pasaron verdaderos artistas del humor, y excelentes exponentes de la música y el canto, como Ernesto Acher hoy retirado, Carlos López Puccio, Carlos Núñez Cortés, Jorge Maronna, Marcos Mundstock, con las bajas de Gerardo Masana y el último en faltar a la cita, el inefable y querible, Daniel Rabinovich. No me animo a decir que no está más porque viven todos en esa gran obra que supieron construir a base de talento, gran disciplina, y un humor fino y respetuoso que lo proyecta mucho más.
Ellos acuñaron frases populares y entrañables, como “Trabajar nunca mató a nadie,…pero para qué arriesgarse.” Una de las muchas certezas pronunciadas nos toca a los argentinos de lleno por frescos, nos reímos aunque estén criticando con sacrosanta verdad a nuestro develado pecado: “El que piensa, pierde.” Es la mejor síntesis de nuestra incapacidad de construir sentido común para todo lo que acometemos.
Un periodista le preguntó a Rabinovich si por qué perduraban tanto, y él con la velocidad de su ingenio respondió: “Nos llevamos re bien, quizás porque somos cinco viejos choto.”
Escuchar sus grabaciones, ver sus videos, o recordarlos, siempre causan una catarata de risa, contagiosa y sincera admiración. Porque amén de alegrarnos nos demuestran que nuestro idioma es tan rico, que posee las claves para construir el mejor humor de mil maneras. Pero más que nada, para decirnos que el humor es el arte más risueño de la vida.
Adalberto Balduino
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