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Tras recuperarse de leucemia, busca ayudar a otros a superar la enfermedad

Resiliencia. Mica y su mamá en los momentos de internación. Foto: Facebook Micaela Guden

Por Roxana Feldman (@roxifeld)

Micaela Guden tenía nueve años. Era como cualquier otra nena de su edad. Vivía sus días sin demasiadas preocupaciones más que aprender y jugar. Un día, que nunca olvidará, comenzó a sentirse mal. Sus padres, preocupados, la llevaron al médico. Los exámenes anunciaron lo inesperado: tenía leucemia. 

Por tratarse de una proliferación de células inmaduras y anormales en la sangre, la leucemia se considera un "cáncer de la sangre". Mica la padeció. Pudo salir de la enfermedad a los 15 pero tuvo recaídas que a veces hicieron peligrar su fe pero nunca lograron que la abandonara. 

Oriunda de Oberá, Misiones, vivió desde pequeña en Corrientes donde tenía sus amigas y su familia más cercana. Su larga estadía en el área de oncología del Hospital Pediátrico hicieron que sus seres queridos recorrieran los 410 kilómetros que separan su provincia natal de su ciudad adoptiva en esos largos días de internación.

Hoy tiene 19 años y como secuela le quedó un problema en la cadera “pero no es nada comparada a todo lo que pasé”, contempla. En retrospectiva reconoce que “no fue fácil atravesar la enfermedad”. Más allá de los duros dolores físicos, sus efectos le significaron alejarse de sus amigas más cercanas y perder años de escuela, cosas que en la ingenuidad propia de la infancia son muy importantes.

Retribuir desde la experiencia

Actualmente vive con su familia en Paso de la Patria y pasa sus horas enfocada en la preparación para ingresar a la carrera de Agronomía en la Universidad Nacional del Nordeste. Puede decir que, después de años enferma y recaídas difíciles de remontar, está siendo protagonista de su vida sin depender constantemente de médicos y remedios. 

La tarde de la víspera de Navidad pudo concretar un anhelo que venía dándole vueltas hace tiempo: acercarse al área de Oncología del Hospital Pediátrico desde otro lugar, uno que le permitiera ayudar y colaborar con los pequeños niños que debieron pasar internados esas fechas tan especiales.

La acompañaron tres amigas y una maestra que había tenido en la primaria cuando cayó enferma. Junto a ellas logró reunir alimentos, ropa y juguetes para donar a los chicos que atraviesan esa situación que le es tan familiar. Habitación tras habitación charló con los niños y sus familias para compartirles un mensaje de esperanza, “de que se puede salir, que hay muchas posibilidades”.

Al principio las lágrimas la dominaron porque, aunque pasaron cuatro años, la dolorosa vivencia sigue despierta en sus recuerdos. Evoca puntualmente cómo, en los años de internación, había una señora que se acercaba a  leerles cuentos en esos momentos críticos. 

“Me acuerdo cómo nos gustaba que nos leyeran cuentos aunque a veces no teníamos buen humor para escucharlos pero nos levantaba más el ánimo”. 

Su esperanza y fe luego de tantos golpes está, sin embargo, intacta. Si tuviera frente a todos los chicos que pasan lo mismo que ella pasó les diría “que tengan fuerza. Que Dios es grande”, y continúa: “Ahora estarán luchando, pero más adelante saldrán de la enfermedad y serán grandes héroes”. 

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