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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Viola Soto: el amante desconfiado y pesimista

Por Rodrigo Galarza

Especial para El Litoral

Refiriéndose a las voces que por el momento han pasado por El asaltante veraniego, un valioso poeta y periodista correntino ha afirmado que se trata del “Club de los poetas muertos”. Y lleva razón el vate, ya que las dieciséis entregas han estado dedicadas a poetas ya fallecidos; algunos de ellos recordados aún por los lectores y otros sepultados allá “donde habita el olvido”, por decir a la manera de dos insignes poetas sevillanos.

Este espacio tiene la intención de dar breves coordenadas de la poesía correntina; de ir señalando, en primera instancia, cuáles han sido los caminos que han transitado los poetas que nos precedieron, para sí después poder ir acercando a los lectores los poetas de generaciones intermedias y finalmente las nuevas camadas. Para poder optimizar el espacio con que contamos, hemos intentado esbozar de manera general los puntos claves que determinan la poética de cada autor, siempre acompañada de un puñado de poemas. 

La aproximación al poeta que nos ocupa hoy no será a manera de conclusión abierta como en las demás notas sino más bien un punto de partida por la sencilla razón de que existe muy poca información sobre su persona y obra. Diremos que Carlos Viola Soto nació en la ciudad de Corrientes en 1922, año ilustre para la cultura de nuestro país, ya que empezaba a gestarse en Buenos Aires el grupo Martín Fierro que nos daría grandes nombres como Borges, Girondo y Marechal, entre otros. 

Cuando Viola Soto publica su primer poemario titulado “Equinoccio” corre la década del cincuenta. El poeta no solo está afincado en Buenos Aires sino que participa activamente de su vida cultural. Se relaciona con grandes escritores e intelectuales de la época. Traba amistad con el propio Julio Cortázar, que en breve dejará el país para exilarse definitivamente en París. 

Viola Soto profundiza su conocimiento sobre poesía contemporánea. Su “hacer” no solo se limita a la producción poética sino también a la escritura de ensayos y a la traducción. Colabora asiduamente en la revista Sur y en los principales diarios del país.

Junto a Alberto Girri publica en 1956 “Poesía italiana contemporánea” (Traducción, selección y notas) y en 1963 su canónica traducción y selección “Antología poética” de Ezra Pound. Además, algunas traducciones de Paul Claudel.

La aparición de “Equinoccio” no pasaría inadvertida, el gran crítico Guillermo Ara señalaría sobre la poesía de este correntino: “Puede aparecer como un poeta impío y maldiciente porque su palabra ataca prejuicios, valores éticos y religiosos o estéticos y que proclama el nihilismo como conducta y reviste rasgos cínicos de exhibicionismo brutal”. Su voz afín a las vanguardias se instala de manera muy particular en el panorama de la poesía correntina más tendiente a lo clásico, salvo nombres como Francisco Madariaga, Guillermo Parodi y Rodolfo Díaz de Vivar, entre los ya desaparecidos.

Como dato curioso sobre este gran poeta correntino todavía por descubrir quiero mencionar una pequeña delicia que nos permite el fascinante mundo de Internet: he podido constatar que Julio Cortázar conservó los poemarios autografiados por Viola Soto, ya que la biblioteca personal del Cronopio se halla en la Fundación March de Madrid y es posible ver las portadas y las dedicatorias a través de su página web.

MUESTRARIO MINIMO

A un poeta de la época

Quisieras abolir la musgosa prosodia,

decidirte por la oscura sintaxis,

alegremente malévola, de la verdad desnuda,

encenderte de cólera y acariciar periodos 

con brutalidad de reciente marido. 

Pero la vieja musa de picante polvo 

te hace estornudar violentamente 

y eliges las sonoras metáforas 

para vengarte de tu orfandad. 

Quizás en la rosada cáscara 

de injustas evocaciones, 

en la sutil letargia 

de un recuerdo mal aprendido, 

te alegrarás de tu pequeña inmortalidad. 

Una hoja seca contiene el destino de los dictadores, 

como las bocas agudamente implícitas 

contienen espantosas inhibiciones. 

Es verdaderamente inútil

que te vistas de novio 

para acudir a los prostíbulos. 

El arte y el tedio son juegos de paciencia, 

hermanos menores de la astrología, 

la caza de los remordimientos 

un deporte de invierno. 

(de Poesía argentina moderna, de Becco Svanaschini)

El amante

Vedlo ahí desnudo entre la incerteza y la hesitación, 

Como Hamlet, subestimando sus posibilidades, 

Perdido en la intersección de dos caminos, 

El bien y el mal, oh Filomela, el error y la verdad, 

Haciendo tintinear su cuchara en el plato del vecino, 

Lleno como una vejiga de sus oscuros ocios, 

Flotando indeciso, permeable a las influencias exteriores, 

Desconfiado y pesimista, impotente 

Entre el temor a equivocarse y el escrúpulo: siniestro 

Como un ciego tantea con su bastón 

        [las piernas de las colegialas; 

Insatisfecho y platónico, uranista a veces,

Misógino y estéril, herido en el bajo vientre, 

Convirtiendo el café frío en una cuestión de principios 

Y las arrugas de su camisa en un caso de conciencia. 

Vedlo ahí desconfiado y avaro, enemigo de las parejas, 

La rueda de su destino gira en sentido inverso; 

Si se inclina a acariciar a un perro sarnoso 

Que como el perro de Odiseo 

[viene a orinar entre sus piernas, 

Se remangara tímidamente las botamangas del pantalón, 

Contemplad sus zapatos raídos, las colillas 

Y las huellas de su perdición en los mosaicos de la acera, 

Y llorará por el bien perdido; por la intrusión y la charla, 

La pérdida de prestigio, el tedio, las preocupaciones 

Debidas a la indolencia. 

                                        Entre los dos caminos 

Elijamos Eumeo el que más conviene a nuestra dignidad, 

Una profesión lucrativa aunque turbada por motivos fútiles. 

Así dijo y entró en busca de los pretendientes. 

(de Sur, primera antología poética)

     

A Ennoia 

Tiernamente herido por la ajena egolatría, 

por el manso, púdico rencor de mis enamorados 

jueces, por su complicada adhesión, 

me detuve repentinamente a acariciarlos

voluptuosamente, con innumerables bocas 

los besé, desde la planta al ojo, 

los besé, cariñosa, maternalmente, 

hasta que se dispersaron y me dejaron solo. 

Nadie se detuvo a gozar del absoluto abandono, 

ni del derrumbe nadie extrajo consecuencias funestas; 

ni se enlutaron por mí, ni me despreciaron, 

ni se condolieron con ese oscuro afán, 

temeroso y procaz, probablemente voluptuoso, 

con que la muerte de un amigo nos posee. 

Solo tú descendiste a mi sepulcro con enojo 

y te acurrucaste a orinar las fúnebres coronas; 

solo tú, verdaderamente castigada por la tristeza, 

te despojaste de tus vestidos y rencorosamente 

me castigaste por haberte amado tan intensamente. 

A olvidada

Nadie hacia ti, Olvidada, sino vagos tentáculos 

envejeciendo oscuramente a tu alrededor, 

preocupaciones y tristes embarazos, 

la soledad a la hora del té,

la novela coma evasión, 

una hora de cinematógrafo y la angustia 

clavándote a veces aburridamente su aguijón. 

Nadie hacia ti, Olvidada: ni la locura, 

ni las alegres deudas, ni la muerte en el alma, 

ni la permanente poesía de las eyaculaciones, 

ni la oscura metafísica de las concordancias. 

Solo y a veces, con penetrante ternura,

en mitad de un sueño amargamente erótico 

una mariposa podrida en el ropero 

debajo de los pequeños pecados penitenciales. 

La mística de la circunstancia 

ha devorado ya la hermosa lágrima 

en que cifrabas tu infecundidad. 

Nadie hacia ti -en la complejidad 

de la dura elección, 

nadie sino tu aburrimiento. 

(De Equinoccio) 

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