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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

En memoria de don Juan Romero

Con un acto en el lugar de su muerte y una misa en la Iglesia Santa Rita, familiares y amigos honrarán hoy la memoria de don Juan Romero, fundador de El Litoral. En estas páginas, un repaso por su vida, su obra y sus legados.

Un día como hoy, pero hace 52 años, un accidente automovilístico truncó la vida de don Juan Romero, un hombre que brindó sus esfuerzos como empresario, político y vecino de Corrientes, provincia a la que amaba y, además, contribuía a través de sus ideas tendientes a desarrollar una región postergada que recién despertaba a la consideración nacional. 

Juan Romero era un hombre de campo, de familia, afecto a la política, militante del Partido Autonomista, pero que terminó siendo -aún contra todos los pronósticos- el fundador del diario El Litoral, un faro de ideas que viene alumbrando la vida institucional y social de Corrientes desde el 3 de mayo de 1960.

Por eso mismo, cada 3 de mayo, desde 1960, y cada 1 de julio, desde 1966, constituyen para nosotros, sus continuadores -familiares, amigos y trabajadores de este diario-, días de homenaje para don Juan Romero, aquel hombre que puso su conocimiento y peculio para edificar un faro que necesitaba la sociedad de Corrientes. 

Juan Romero, el padre fundador de la familia de El Litoral, era un empresario ganadero que no dudó -pese a su profesión que se sospechaba lejana al ejercicio del periodismo-, en largarse a la aventura de fundar esta “tribuna de libertad”, como subtituló en ese momento a este diario.

Juan Romero, fundador del diario El Litoral, nació hace más de 100 años, pero aquel accidente automovilístico que cegó su vida fue un duro golpe, porque ocurrió apenas después de haber cumplido 52 años. 

La resignación llegó con el tiempo, porque más allá de su inexistencia física, sus obras están aún vigentes, así como sus enseñanzas.

Hace unos años, en el centenario de su natalicio, uno de sus amigos lo recordó en un acto que se realizó en el salón auditorio de este diario, haciendo una semblanza de aquel hombre que aun lejos de la academia, supo tener la visión y el coraje de lanzar un diario en momentos difíciles y desconociendo el consejo de todos sus asesores y seres queridos. 

“Era un hombre de carácter, apasionado, con voluntad política. Era un demócrata, como lo fue don Víctor Navajas Centeno, de quien adquirió los vestigios del diario La Provincia para transformarlo en El Litoral: un órgano de prensa para Corrientes, que Corrientes necesitaba”.

Juan Romero fue también político, legislador, presidente de banco, candidato a gobernador; pero, sobre todo, fue el padre de 6 hijos, dos de los cuales fueron gobernadores constitucionales. Fue un hombre de coraje para encarar empresas enormes y que falleció tras un lamentable accidente regresando de su San Luis querido, en momentos en que el país enfrentaba momentos aciagos y cuando su palabra y su presencia eran tan necesarias.

Tras su muerte, otra vez la zozobra. Pero de todas las empresas de su vida, El Litoral sigue vigente, cumpliendo años y proyectando futuros. Sobre todo, porque este legado periodístico de don Juan Romero fue siempre querido por los correntinos y respetado en todo el país.

***

Aún hoy es complicado fundar una empresa editorial. Y por eso en este aniversario de su muerte, es todavía más grande el homenaje y el recuerdo. No sólo de los innumerables profesionales que dejaron su huella en el diario sino también de los lectores, algunos de los cuales vienen de aquella primera mañana de 1960. 

Juan Romero vestía de bombachas, botas, camisa y pañuelo al cuello, orgulloso de su estampa. Tenía 52 años cuando pereció en un accidente en la Ruta 5 que conecta a Corrientes con San Luis del Palmar, exactamente en el kilómetro 14, donde se erigió un monolito en su memoria, y que hoy será uno de los epicentros de la exaltación de su memoria. 

Su trayectoria ya había sumado su empuje como productor ganadero y hasta incursionando en la industrialización de la carne, pero había trascendido en el plano político primero en el Partido Autonomista y después en el Partido Colorado. Pero no terminaba ahí su vocación protagónica pues, además de fundar El Litoral, fue comisionado municipal de San Luis del Palmar, donde había nacido, y llegó a presidir el Banco Provincia de Corrientes. 

Por esto y más, su fallecimiento trágico e inesperado causó un hondo dolor y vacío en su familia de seis hijos, en su esposa Adela Feris y en todo Corrientes, que resignaba a un dirigente de gran visión y empuje, que transfirió la herencia propia de los luchadores incansables.

Don Juan Romero comentaba siempre con sus amigos sus proyectos y sus sueños y los sorprendía porque era un hombre de acción. Así, concretaba los proyectos que tenía en agricultura, la ganadería, la industria y el periodismo, porque consideraba fundamental el cambio de ideas para concretar las acciones con el objetivo de mejorar el bienestar de toda la población.

Hoy, nuevamente, tras la irreversible parábola de la Vida y la Muerte, se levanta la expectativa de sobrevivir en el recuerdo. Esta puede ser la simple expresión de afecto por un ser querido, cuya imagen se va desdibujando con el tiempo gracias al eficaz antídoto de la resignación. Pero falta la consagración como ejemplo.

A ese insoslayable final, únicamente lo puede vencer el reconocimiento por la trayectoria y la obra de una persona, que no sólo transitó las peripecias de la vida terrenal, sino que además fue dejando su huella sembrada de obras. Máxime, si se comienza desde el anonimato de la nada y luego se convierte en un hacedor inesperado.

¿Nadie es profeta en su tierra? ¿Es imposible pedirle peras al olmo? Los que pueden desmentir estas aseveraciones populares son de otra madera, de otra estructura espiritual. Son los que, sin darse cuenta nunca, están predestinados a ser grandes, en la Vida y después de la Muerte.

Don Juan Romero pasó de productor agropecuario a empresario periodístico. Inesperadamente, el olmo daba peras. Y el hombre, sin necesidad de ir a ningún lado, se convirtió en profeta en su propia tierra, la tierra que lo acompañó toda la vida, que lo cubrió en la muerte. En esa tierra a la que amó profundamente con la fuerza irreductible de sus ancestros árabes, y a la que amasó con la paciencia y el arte del orfebre que tenía adentro, tras su apariencia campechana.

Parece una irreverencia, pero tiene pretensiones de elogio decir que fue un extraño personaje: en la variada alquimia del trabajo sin pausas, se embarraron sus manos en el surco recién abierto y luego se ennegrecieron con la tinta que nutría las rotativas.

El arado había abierto en la tierra el surco fecundo para aquello que fue una aventura y que, como toda idea nueva, era calificada de locura. Y como ocurre siempre, aquella idea dejó de ser loca, cuando la realidad la hizo genial.

Las páginas de este diario, donde ahora mismo lo recordamos, lo certifican, y se erigen en el monumento de su obra más preciada.

Que siga descansando en paz, don Juan Romero.

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