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/Ellitoral.com.ar/ Especiales

Una herencia familiar que se mantuvo por generaciones

Legado. La abuela Yolanda López, orgullosa de su nieto y nieta que siguen el camino del chamamé de los Flores. Uno toca el acordeón y la otra canta muy bien.

Nicanora Cabrera vivió hasta casi los cien años y hace cuarenta falleció dejando un nutrido legado de sacrificios y emprendimientos. El chamamé fue el telón de fondo de su vida y ayudó a conformar un árbol genealógico en el que la pasión por la música correntina atraviesa varias generaciones: desde Nicanora hasta Yolanda. 

Tal vez sin eso, un Rudi y un Nini Flores habrían tenido otra profesión, lejos de sus enormes carreras de artistas.

“A mi abuela le gustaba mucho el chamamé. Y mi papá también tocaba el acordeón, como hobby. Me acuerdo que apenas se levantaba y comenzaba a tocar”, señaló Yolanda y luego fue hilando casos similares en su familia relacionado con la música.

“El papá de mi mamá, de apellido Zacarías Pared, era un violinista y se construía sus propios instrumentos. Un día, un joven le había pedido que tocara un tema determinado, y como mi abuelo no lo hizo, lo mató. Una cosa terrible”, dijo aún sorprendida por el caso.

La abuela materna de Yolanda se llamaba Elisa Pared y su madre Narcisa Pared. Ellas vivían en el paraje Manantiales, a unos 21 kilómetros del pueblo de Mburucuyá. Su padre, Agustín López (hijo mayor de Nicanora) conoció a Narcisa, al poco tiempo se casaron y nació Yolanda en Manantiales. De esta manera repartió su tiempo entre ambas poblaciones y las conectaba yendo y viniendo con su automóvil, el mismo con el que hacía el servicio de coche de alquiler, único en la zona.

Eran tiempos de la pista bailable a pleno en la casona de la abuela. “Siempre me acuerdo de eso, por eso soy muy chamamecera. Porque crecí a puro chamamé. En esa época, se vivía el auténtico”, acentuó Yolanda en una expresión que cobra una mayor relevancia tratándose de Mburucuyá, donde todos los años se realiza el Festival Nacional del Auténtico Chamamé Tradicional. Toda una declaración de principios.

“También me acuerdo que mamá tenía un hermano musiquero que se llamaban Robustiano y un primo que tocaba el violín. Y yo me crié con esa música. Mi abuela materna, Elisa, era devota de Santa Librada y cada año hacía una fiesta grande en Manantiales, con bailanta y musiqueada. Tuve una niñez hermosa”, sintetizó Yolanda.

La pista La Colonia late en su sangre chamamecera. Y con esa fuerza interior el árbol genealógico de los López se amplió años después cuando Yolanda conoció a Abelino Flores, virtuoso bandoneonista santafesino, con quien tuvo dos hijos: dos grandes herederos de esa pasión por el chamamé. Dardo Néstor (Rudi) Flores y Avelino (Nini) Flores nacieron en 1961 y1966 -respectivamente- y desde chicos, en ese entorno y con ese legado familiar, empezaron de desarrollar su talento.

La defensa del chamamé también lo heredaron de su madre. “Sufría mucho cuando estaba en Buenos Aires porque era una música marginada -contó la señora-. Igual yo hablaba guaraní, escuchaba mi chamamé y lo bailaba. Y en ese entonces decía también: ‘¿Será que alguna vez le darán el lugar que merece nuestra música?’. Sufría mucho… Pero parece que Dios escuchó mis plegarias: años después, fueron Rudi y Nini, nada más y nada menos, los que llevaron la música correntina a Europa”.

Madre y abuela

“Agradezco a Dios que me dió dos hijos excelentes, porque siempre me tuvieron en cuenta, siempre estuvimos juntos”, aseveró Yolanda y a seguidamente recordó: “En el primer disco de Rudi y Nini hay un tema que el primero me dedicó y se llama Trova a mi Madre”.

Y aunque Nini falleció hace cuatro años, cuando apenas tenía 50, la mamá lo tiene más presente que nunca. Muy pocas veces habla en pasado sobre él. Tal vez porque el más chico de los Flores musiqueros, con esa genialidad inigualable, mantiene viva su memoria en sus hijos. Ellos son los nietos de Yolanda, aquella nietita de Nicanora que jugueteaba entre chamameceros y danzarines en la pista mburucuyana.

“El hijo de Nini ya toca el acordeón. Tiene 13 años, el 2 de octubre fue su cumpleaños. Se llama Sebastián Flores y le decimos Seba”, lo presentó una abuela orgullosa. “La hermana tiene cuatro años y vieras como canta…”, contó mientras se desgranaba de emoción.

La herencia chamamecera permanece intacta y sin dudas está en los genes.

El chamamé sigue a salvo en el pueblo y su cultura, en su gente y en sus artistas.

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