César Eduardo López o el “permanente nacimiento”
Por Rodrigo Galarza
Especial para El Litoral
La mayoría de los procesos civilizatorios de la humanidad nacieron en torno a grandes ríos. El ser humano ha mostrado siempre fascinación por las corrientes de agua no solo como elemento vital del cuerpo o vía de comunicación, sino también como alimento espiritual y filosófico. De la arcilla del Éufrates y Tigris, ¿no nacieron acaso las tablillas en las que se escribió uno de los poemas más antiguos que se tiene constancia: la epopeya de Gilgamesh? ¿En cuáles de las aguas del Tíber se ha bañado Roma, la eterna? ¿O el Ganges descendiente de la cabeza de Shiva?
En nuestra literatura son muchas las referencias a los ríos. Basta con recordar el cuarteto de Borges para abrir las compuertas: “¿Y fue por este río de sueñera y de barro / que las proas vinieron a fundarme la patria? / Irían a los tumbos los barquitos pintados / entre los camalotes de la corriente zaina”. Y en el nutrido parnaso se abisma hacia la orilla el río circular de Juanele Ortíz o Hugo Gola, y vamos llegando (o partiendo) al Paraná (pariente del mar) al que el propio Rafael Alberti dedicó sus “Baladas y canciones del Paraná”; y ya estamos casi en Corrientes, y quién mejor para cantar sino Cacho González Vedoya: “Pura luz vertical sobre tu pecho / por donde el sol germina a mediodía / Aquí dejo mis ojos sobre el agua / y vuelvo a la greda por mi sombra”.
Y bien sabemos cómo se supo río Juan José Folguerá y cuál fue la invocación de Godoy Cruz; y ya estamos en el ahora de un poeta del Paiubre, y llegamos a nuestro “asaltante” de hoy, César Eduardo López, en “El río mío”: “siento que el río / es más / mucho más / que todos los mares / este río mío / me atraviesa / desde la frente a los pies / y me bendice con un sol / de mariposas transparentes / desde todas las auroras”.
Hay en la palabra del mercedeño una intencionalidad de cura, de asir el tiempo de la belleza y del tiempo profano, aquel que ejerce un movimiento aunque no queramos. El agua bautismal fue solo una vez, pero también puede volver a serlo: “En la aurora de mis ojos / pasando y pasando/ sin detenerse / y en el mismo instante / sentir la sensación de tenerlo atado a mí”. El poeta no asume aquello que muchos han escrito y citado, acaso también David Martínez: “Conocí entonces / la verdad de Heráclito: no se entra dos veces en el mismo río”; así nos señala López: “Esa idea filosófica / de Heráclito / no funciona conmigo / este río tan mío / parece que pasa / pero en realidad / en mí se queda”.
Con el agua en constante irse y quedarse, con un juego dialéctico vida-muerte, el poeta se deja habitar por una trascendencia, no del abrazo final del mar, lo inmenso, sino del movimiento de lo vivido que eternamente regresa: “Estoy frente al río / y lo imagino como una caravana infinita / como la vida nace, pasa, muere /, nace un ciclo un círculo / un tiempo / por eso tengo la sensación / de estar frente / a un permanente nacimiento / desaparece allí / la vigencia / de la muerte / todo es nacimiento / estoy frente al río / y concluyo que la vida / no finaliza conmigo”.
¡Salud, poesía y libaciones!
MUESTRARIO MÍNIMO
cuatro
con la madurez
en la mirada
puedo sentir
que las aguas del río
pasan envueltas
en su destino
de perpetua viajera
el viaje de sus aguas
no significa que
el río escape
o se marche
el río no escapa ni se marcha/
la madurez
en la mirada
me permite visualizar
que enredado
en las pestañas del sol
o en las ramas del viento
o en el silencio de la luna
o en el rezo de una canoa
mi río es la metáfora más
perfecta de la vida.
cinco
estoy frente al río
y lo imagino
como una caravana
infinita
como la vida
nace, pasa, muere,
nace un ciclo
un círculo
un tiempo
por eso tengo
la sensación
de estar frente
a un permanente nacimiento
desaparece allí
la vigencia de la muerte
todo es nacimiento/
estoy frente al río
y concluyo que la vida
no finaliza conmigo.
seis
al final
de la tarde
el río va
tragándose el horizonte
y sus aguas
se prenden fuego
en ese instante
es imposible
no pensar en Dios
es imposible
no imaginar
su imagen poderosa de creador:
del cielo, de la tierra del río/
la mirada de los ojos
y del intelecto quedan cautivadas
por el momento en que el río
se prende fuego
y por un instante
algunas de mis dudas
desaparecen.
siete
el río es
la imagen
más fehaciente
de la inmortalidad
brilla como un eterno nacimiento
como todas las auroras juntas
y canta un himno a contramuerte/
el animal más poderoso
del universo
al llenar el hueco de su alma
con agua dulce de río
deja de preocuparse
por el tiempo de la ausencia
nueve
mi mirada
no se cansa
de observar
el desfile
incesante
de las aguas
y mientras
observo
el mundo
(como tal)
no existe
en su movimiento
va dibujando
remolinos
camalotes
pescadores
dorados
barcazas
canoas
y a veces
sólo a veces/
el río se deja
acariciar por mi mirada.
diez
hay que creer
para cantarle al río
con versos florecidos
al final de la tarde
o los que llegan
en profundo silencio
al final de la noche
encriptados en
el rabillo de los ojos
de la poesía
fuera del alcance
de los negadores de sueños/
un canto perfumado
de estrellas
a ese río
que sabiendo
de la muerte sus
aguas a su paso
susurran a coro
un canto a la vida.
(Publicado en Flor del Espinillo,
Fundación Cultural Esteros, 2020)
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