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César Eduardo López o el “permanente nacimiento”

Nació en Curuzú Cuatiá, en 1957. Está radicado en Mercedes desde 1970 y es mercedeño por profunda e infinita convicción. Integra el grupo literario “Letras de Mercedes”. Sus libros publicados son: “Un gol a la luna”, “La muerte azul”, ambos en coautoría con el poeta chaqueño Jorge Servioli. “Dossier de poesía I”. “Yvera Purahé – Canto a la Iberá”. Participó en las antologías: “Antología Federal de Poesía”. CFI, “Poetas de Corrientes Siglo XXI”. Sade Corrientes, entre otras.

Por El Litoral

Domingo, 22 de noviembre de 2020 a las 01:02

Por Rodrigo Galarza
Especial para El Litoral

La mayoría de los procesos civilizatorios de la humanidad nacieron en torno a grandes ríos. El ser humano ha mostrado siempre fascinación por las corrientes de agua no solo como elemento vital del cuerpo o vía de comunicación, sino también como alimento espiritual y filosófico. De la arcilla del Éufrates y Tigris,  ¿no nacieron acaso las tablillas en las que se escribió uno de los poemas más antiguos que se tiene constancia: la epopeya de Gilgamesh? ¿En cuáles de las aguas del Tíber se ha bañado Roma, la eterna? ¿O el Ganges descendiente de la cabeza de Shiva?
En nuestra literatura son muchas las referencias a los ríos. Basta con recordar el cuarteto de Borges para abrir las compuertas: “¿Y fue por este río de sueñera y de barro / que las proas vinieron a fundarme la patria? / Irían a los tumbos los barquitos pintados / entre los camalotes de la corriente zaina”. Y en el nutrido parnaso se abisma hacia la orilla el río circular de Juanele Ortíz o Hugo Gola, y vamos llegando (o partiendo) al Paraná (pariente del mar) al que el propio Rafael Alberti dedicó sus “Baladas y canciones del Paraná”; y ya estamos casi en Corrientes, y quién mejor para cantar sino Cacho González Vedoya: “Pura luz vertical sobre tu pecho / por donde el sol germina a mediodía / Aquí dejo mis ojos sobre el agua / y vuelvo a la greda por mi sombra”. 
Y bien sabemos cómo se supo río Juan José Folguerá y cuál fue la invocación de Godoy Cruz; y ya estamos en el ahora de un poeta del Paiubre, y llegamos a nuestro “asaltante” de hoy, César Eduardo López, en “El río mío”: “siento que el río / es más / mucho más / que todos los mares / este río mío / me atraviesa / desde la frente a los pies / y me bendice con un sol / de mariposas transparentes / desde todas las auroras”. 
Hay en la palabra del mercedeño una intencionalidad de cura, de asir el tiempo de la belleza y del tiempo profano, aquel que ejerce un movimiento aunque no queramos. El agua bautismal fue solo una vez, pero también puede volver a serlo: “En la aurora de mis ojos / pasando y pasando/ sin detenerse / y en el mismo instante / sentir la sensación de tenerlo atado a mí”. El poeta no asume aquello que muchos han escrito y citado, acaso también David Martínez: “Conocí entonces / la verdad de Heráclito: no se entra dos veces en el mismo río”; así nos señala López: “Esa idea filosófica / de Heráclito / no funciona conmigo / este río tan mío / parece que pasa / pero en realidad / en mí se queda”.
Con el agua en constante irse y quedarse, con un juego dialéctico vida-muerte, el poeta se deja habitar por una trascendencia, no del abrazo final del mar, lo inmenso, sino del movimiento de lo vivido que eternamente regresa: “Estoy frente al río / y lo imagino como una caravana infinita / como la vida nace, pasa, muere /, nace un ciclo un círculo / un tiempo / por eso tengo la  sensación / de estar frente / a un permanente nacimiento / desaparece allí / la vigencia / de la muerte / todo es nacimiento / estoy frente al río / y concluyo que la vida / no finaliza conmigo”.
¡Salud, poesía y libaciones!

 

MUESTRARIO MÍNIMO

 

cuatro 
con la madurez 
en la mirada 
puedo sentir
que las aguas del río 
pasan envueltas 
en su destino 
de perpetua viajera 
el viaje de sus aguas 
no significa que
el río escape 
o se marche 
el río no escapa ni se marcha/ 
la madurez 
en la mirada 
me permite visualizar 
que enredado
en las pestañas del sol 
o en las ramas del viento 
o en el silencio de la luna 
o en el rezo de una canoa 
mi río es la metáfora más
perfecta de la vida.

 

cinco 
estoy frente al río
y lo imagino
como una caravana 
infinita
como la vida 
nace, pasa, muere, 
nace un ciclo 
un círculo 
un tiempo 
por eso tengo  
la sensación 
de estar frente 
a un permanente nacimiento 
desaparece allí 
la vigencia de la muerte
todo es nacimiento/
estoy frente al río 
y concluyo que la vida 
no finaliza conmigo.

 

seis 
al final 
de la tarde 
el río va 
tragándose el horizonte 
y sus aguas 
se prenden fuego 
en ese instante 
es imposible 
no pensar en Dios 
es imposible 
no imaginar 
su imagen poderosa de creador: 
del cielo, de la tierra del río/ 
la mirada de los ojos 
y del intelecto quedan cautivadas 
por el momento en que el río 
se prende fuego 
y por un instante 
algunas de mis dudas 
desaparecen.

 

siete 
el río es 
la imagen 
más fehaciente 
de la inmortalidad 
brilla como un eterno nacimiento 
como todas las auroras juntas 
y canta un himno a contramuerte/ 
el animal más poderoso 
del universo 
al llenar el hueco de su alma 
con agua dulce de río 
deja de preocuparse 
por el tiempo de la ausencia

 

nueve 
mi mirada 
no se cansa 
de observar 
el desfile 
incesante 
de las aguas 
y mientras 
observo 
el mundo 
(como tal) 
no existe 
en su movimiento 
va dibujando 
remolinos 
camalotes  
pescadores 
dorados 
barcazas 
canoas 
y a veces 
sólo a veces/ 
el río se deja 
acariciar por mi mirada.

 

diez 
hay que creer 
para cantarle al río 
con versos florecidos 
al final de la tarde 
o los que llegan 
en profundo silencio 
al final de la noche 
encriptados en 
el rabillo de los ojos 
de la poesía 
fuera del alcance 
de los negadores de sueños/ 
un canto perfumado 
de estrellas 
a ese río 
que sabiendo 
de la muerte sus 
aguas a su paso 
susurran a coro 
un canto a la vida.

(Publicado en Flor del Espinillo, 
Fundación Cultural Esteros, 2020)

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