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La victoria hermana

La victoria es el resultado de la voluntad férrea que une a las personas en un solo deseo. Es la fuerza de la fe puesta al servicio de una gran empresa: ganar honestamente. Porque la victoria une, asocia, suma, hermana.

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral

Nos hace partícipes de un resultado planificado con racionalidad en que no solo es objetiva, sino que su motivo principal es el arrojo de la honestidad en su estado más puro. Claro, toda victoria, bienvenida sea fuere como fuere sin importar muchas veces el cometido de ella, sino la conveniencia, el interés de fines poco interesados en la ética

No me refiero a esa victoria, sino a la que emana por tener principios que enaltecen, forman, que son ejemplos hasta donde las causas con razón precisa obtienen por voluntad, perseverancia, un objetivo enaltecedor.

En estas cuarentenas que han dislocado la paz del mundo, el quehacer hogareño se torna en la búsqueda de cosas que animen, estimulen, entretengan, enseñen, eduquen. Porque soy un buscador nato de hechos que ejemplifican el buen quehacer, que sirvan de ejemplo, cuando la lectura de un tiempo a esta parte se ha convertido en tarea difícil porque lamentablemente puede más el móvil. Sin embargo los libros, las crónicas, aún son arte de gran relevancia para cubrir “encierros”, ocio desmedido, y el tiempo aún más lento que suma horas de incertidumbre.

Según el periodista Pedro Hernández, del diario La Vanguardia de España, hurgó en la vida de alguien que hizo de la “V” de la victoria su caballito de batalla por contribuir a su manera para el triunfo postergado de la Segunda Guerra Mundial. Esa persona de origen belga, gran jugador del tenis para finalmente formar parte del seleccionado de hockey sobre hielo. El, Víctor Auguste de Laveleye, se dijo que para ganar había que formar conciencia de cualquier manera de que la victoria no era imposible. Sino como la perseverancia hace de la voluntad, que repite inexorablemente el objetivo trazado para que así todo nuestro ser se mueva en función de tal.

El ser humano, por suerte, a la vez de ser gregario, inquieto movedizo, amén del idioma propio hace un arte de la comunicación gestual. Unos más que otros, pero al fin todos coincidimos de la misma manera que suma fuerza enfática a nuestros propósitos más respetables, en especial los objetivos. 

Decíamos, se propuso impulsar la imagen de la “V” de la victoria; arrancó el 14 de enero de 1941 en Radio Bélgica que retransmitía la BBC de Londres. Proponía levantar la mano en lugares públicos, en todos los ámbitos, con los dos dedos en “V”. Fue símbolo de la victoria de los aliados durante la Segunda Guerra Mundial. También, copiándolo, lo hizo famoso Wiston Churchill. En Radio Bélgica que retransmitía la BBC, Víctor Auguste de Laveleye tenía un programa para entretener a las tropas, dadas sus condiciones de políglota y enterado de que las fuerzas de Hitler lo odiaban por el gran optimismo que había despertado su “V”, anticipando un final que por ahora no parecía, dada la supremacía y barbarie de los nazis que ganaban terreno. No solo gesto, también la palabra y hasta el propio sonido del sistema Morse y de la música contribuyeron a su difusión. En francés, era la primera letra que exaltaba la victoria próxima. También en flamenco, idioma que se practica en el norte de Bélgica, tiene connotación con libertad. Y, por supuesto, el victorioso “victory” del inglés. Utilizaba como cortina de apertura y cierre de su programa radial “V para la victoria”, el sonido que en código Morse produce una emisión telegráfica para definir la frase, basta con 3 puntos y una línea. Y, por si fuera poco son coincidentes con las primeras notas con que comienza la Quinta Sinfonía de Beethoven, cuya quinta se representa con el número romano de la “V”. Toda Europa libre seguía al pie de la letra lo que Víctor Auguste de Laveleye les pedía a los oyentes, que expresen de todas las formas posibles la “V de la victoria”.

Acá se dio un montón de cosas a su favor como resultado a la difusión constante, que su reiteración promovía. Todos sin excepción no desechaban oportunidad alguna para contribuir a promoverla. De pronto en el fragor de la guerra, poco a poco el resultado fue inclinándose para los aliados y con más razón creció el optimismo que no se detuvo que la “V” de la victoria se hiciera realidad el 2 de setiembre de 1945, día del armisticio. 

El hombre siempre se apegó a lo gestual como motor generador de objetivos dignos. Claro, que ya Nerón lo utilizaba frecuentemente en el circo romano, con el juego de su pulgar: libertad (arriba) o muerte (abajo). Los argentinos estamos acostumbrados al alarde de los gestos, que se ven en las canchas de fútbol, en las manifestaciones, en las charlas, como en las discusiones. Como buenos descendientes de italianos no son ajenos sus símbolos, algunos de los cuales por sus exageraciones ya los usó en sus prolongados discursos Mussolini. Parece ser que los gestos para muchos completan el vocabulario; es como si lo normal y formal nos resultara exiguo para manifestarnos fehacientemente. Como diciendo: mejor cargar con todo a nuestro alcance antes que quedarnos cortos, en nuestros elocuentes parlamentos.

Muchos personajes que la vida popular hizo suya como consecuencia de grandes creativos que lo dijeron o lo dibujaron, sin pensarlo que serían cotidianos. Como cuando gesticulando, sumado a la palabra apelábamos a una frase de Enrique Santos Discépolo: de su tango del mismo nombre:  “Qué vachaché”. O cuando hacíamos el gesto ante alguien ganado en kilos, el símbolo de comida que le hacían a “Pochita Morfoni”, creado por el dibujante Guillermo Divito, director fundador de la revista Rico Tipo. O la actitud colectiva ante las personas con malas energías, dibujándolo con los dedos índice y meñique, el gesto de pavor por “yetatore”, que el personaje “Fúlmine” despertaba en el dibujo de su autor Divito. Los gestos vienen a ser como ese otro inventado por el cocoliche de los inmigrantes y la idea básica entre dos para no ser entendida por un tercero, como lo marcan los estudiosos del lunfardo, nacido en los bajos fondos de una ciudad con pretensiones de gran capital del sur.

También es cierto que no siempre los símbolos ni los gestos despectivos tuvieron buen final. Ejemplo: cuando Herminio Iglesias celebraba el cierre de campaña, y no tuvo peor idea que embarcarse en un símbolo que fue pagado con los votos en su contra. Prendió fuego en pleno acto, a un simulado ataúd en que reposaba las iniciales de la Unión Cívica Radical como supuesto muerto. Luder quedó lejos y Alfonsín se alzó con la presidencia en 1983. El también había apelado al gesto, pero de otro color y mucho más trascendente: las manos tomadas en función de un país en actitud de unión, y se las llevaba hacia la izquierda, muy cerca del corazón. Los gestos en la historia del mundo cumplieron su rol, denigraban o exaltaban. Sucede que son como las palabras, elocuentes, acarician o perforan. Construyen o explotan. Ya lo dijo Enrique Santos Discépolo, el autor escéptico, que buscaba desesperadamente el amor correspondido. En 1929 estrena su tango escrito con humor irónico titulado “Victoria”: “Victoria,/cantemos victoria./Yo estoy en la gloria./Se fue mi mujer”.  El humor allana el camino, sabe un poco a victoria. Algo es algo. Aunque no es lo mismo. La victoria auténtica, verdadera, une, asocia, suma, hermana.

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