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“Barbijo o distanciamiento nos recuerdan que el riesgo sigue estando presente”

Por Carlos Lezcano

Especial para El Litoral

Miedo, angustia, alegría, incertidumbre, euforia, hiperactividad, son sensaciones que vivimos durante el aislamiento obligatorio de más de dos meses de pandemia de coronavirus.

Los debates en torno al tema han sido y serán intensos en muchos sentidos ante un futuro que apenas comienza a divisarse en el horizonte.

La salud mental es sin duda uno de los temas importantes de reflexión de médicos y especialistas.

Consultamos a Ricardo Simeone, que es médico especialista en Psiquiatría y Psicología Médica. Profesor titular en el de área de Psicología Médica de la Facultad de Medicina Unne. Es jefe del Servicio de Psicopatología del Hospital Escuela. (MP: 2.542). 

—Miedo, aislamiento, luego de la alegría de no ir a trabajar a la angustia de no saber cuándo regresaremos. ¿La alegría se convirtió en angustia o comenzó con angustia y terminó en una alegría? ¿Cómo ves esta situación?

—Esta cuestión de la percepción del peligro, las repercusiones emocionales y comportamentales transita aspectos comunes en todos pero, también, las condiciones singulares de significación y respuesta diferentes, únicas, en cada uno de nosotros. 

Vivenciamos en toda la humanidad en un fenómeno, como bien lo señalabas, inédito, que puso en marcha las reservas adaptativas que adquirimos en siglos como especie, pero con las particularidades del tiempo que habitamos hoy los seres humanos; por ejemplo, tenemos una capacidad sensorial ampliada, ya no limitada a la intimidad de nuestra biología, sino sustentada en un mundo abundantemente conectado con los recursos tecnológicos actuales de información y comunicación; por ello nos movilizó la angustia, el ver lo que les pasaba a otras personas a miles de kilómetros de distancia, de amplias distancias que, por otra parte, los medios de transporte hicieron cortas y que permitieron el vertiginoso progreso de la epidemia a pandemia, a una velocidad que también es inédita en la humanidad. 

Respondimos, primariamente, con una respuesta atávica de huida como estrategia defensiva. Por eso, más allá del distanciamiento social obligatorio dispuesto, aceptamos y buscamos dejar nuestros amplios espacios y nos guarecimos en nuestras casas, llegó el alivio de sentirnos protegidos, aunque la permanencia en casa también nos impuso nuevas tensiones, y sentimos y hablamos de los problemas de la cuarentena. Por otra parte, a poco de andar nos dimos cuenta de que el inventario de las amenazas se extiende más allá de lo que atañe a la integridad física, es decir, al temor a perder la salud o a perder la vida, sino que incluye el ver en peligro a nuestro territorio afectivo, es decir, nuestros seres queridos y nuestras cosas; también nuestro lugar frente a la sociedad, y todo lo que prescribe nuestra cultura como valioso, y claramente vimos que el “yo me quedo en casa” no era suficiente para la tranquilidad, pues no todo lo que queremos preservar cabe en la casa, que afuera estaba el trabajo, la escuela, el pan, el sustento, los vínculos sociales y de ese modo, como decía, a muy poco de andar se renovaron las angustias y surgieron nuevos comportamientos: distanciamiento, barbijos, protocolos, y hoy, aún lejos de las soluciones, las emociones nos siguen impulsando a seguir buscándole la vuelta para sobrellevar esta peligrosa convivencia con un nuevo virus.

Los estímulos del ambiente promueven sensaciones, emociones o sentimientos; en este tiempo hemos transitado todas las emociones que mencionabas en tu pregunta y muchas más, y lo seguiremos haciendo necesaria e inevitablemente; del temor al alivio del amparo, del alivio a la percepción de nuevos temores y gestionar nuevos amparos para reencontrarse con la calma; las horas convertidas en días, los días en semanas y estas en meses también nos lleva a seguir mudando sensaciones y comportamientos. Todo lo que hemos puesto en marcha en este tiempo de aprendizajes rápidos estimo que dejará cambios significativos en la humanidad.

—Esto puede manifestarse con ansiedad, con depresión, y es necesario tratarse. ¿Cómo hizo tu profesión para ir de sesiones con personas frente a frente a la realización como única posibilidad, la virtual? ¿Cómo vamos a regresar a la realidad-real?

—En realidad, frente a situaciones como esta de crisis que, además se extienden a toda una comunidad, uno tiene que diferenciar a los damnificados, es decir aquellos que muestran un cambio emocional como una respuesta vivencial esperable frente a la situación, y diría que todos los seres humanos del planeta, en alguna medida, estamos en esa categoría, de aquellos que, por su vulnerabilidad, ante el impacto del estrés pueden agudizar enfermedades previas o inaugurar nuevas condiciones patológicas; estas dos categorías debemos distinguir pues, requieren una gestión asistencial diferente. 

La respuesta vivencial normal no hay que tratarla, quizás encausarla. Por cierto, la respuesta ansiosa es necesaria... ¿Y por qué digo necesaria? Por ejemplo, vinculándolo con lo de la respuesta anterior, esto de “quedarnos en casa”, que nos dijeron que hagamos, si bien evidencia la confianza en el saber de las autoridades sanitarias para direccionar nuestros comportamientos, sin el impulso de lo emocional, del temor, no habría sido posible. Una sociedad no abandona territorios y se refugia en la casa si no hay un mandato de su intimidad emocional. 

Por otra parte, siguen estando presente las patologías, con su habitual prevalencia y, de hecho, los estudios en el mundo demuestran que ha aumentado la incidencia de algunas, entre ellas los trastornos de ansiedad y los trastornos depresivos. 

Y esto me parece muy pertinente diferenciar, así como tenemos que no “patologizar” la respuesta vivencial normal de la angustia necesaria para la adaptación, no tenemos que normalizar la patología diluyéndolas en las angustias compartidas con la comunidad. 

Las patologías deben continuar tratándose y, en tal sentido, echamos mano a los recursos actualmente disponibles en nuestra especialidad y en no mucho tiempo tuvimos la posibilidad de implementar la asistencia remota a través de tecnología al alcance de todos; entonces continuamos con los tratamientos con consultas virtuales por videollamadas, y hoy tenemos disponible también la posibilidad de hacer recetas virtuales. Todo esto nos habilitó la continuidad en los tratamientos y todo aquello que hacíamos a través del escritorio en las prácticas ambulatorias, lo hemos empezado a hacer a través de las pantallas. 

Aún falta avanzar y fortalecer los procesos, intensificar las adaptaciones, en los pacientes y en los profesionales; en el mundo se ve que a pesar del aumento de la incidencia de ciertas patologías, se ha ampliado la brecha entre la necesidad de asistencia y la respuesta asistencial de las mismas, una realidad que debemos modificar con premura.

—El tema de la “infodemia” para los periodistas es central y debatimos mucho en este momento porque nos pone en una situación de revisar lo que hacemos día a día y cuáles son nuestras fuentes, qué publicamos o decimos. Pero llama mucho la atención que la “infodemia” es un término que lo incorpora la Organización Mundial de la Salud. Es decir, es un término médico. ¿Qué pensás de la “infodemia”? 

—La verdad es que es interesante el concepto. Creo que esta cuestión de tener que distinguir los mensajes por su origen, la veracidad de los mismos, siempre estuvo presente en la humanidad. Siempre hemos desarrollado conductas a partir de información brindada por otros, hemos dejado de hacer cosas o hemos empezado a hacer otras, o a sentir cosas a partir de lo que otros decían; claramente, esto siempre requirió de un ejercicio de depuración entre aquello que servía y aquello que no servía; en la actualidad, la multiplicidad de los canales de comunicación y la inmadurez que aún tenemos para comprender en todos sus aspectos la información con lo que fluye a través de internet y los medios, provoca dificultades adicionales. Es como que partiéramos de la premisa de que lo que circula en las redes es verdad hasta que se demuestre lo contrario. Hace ya un tiempo hablamos de las “fake news”; estando tranquilos, es un problema comunicacional importante, pero mucho más cuando por el miedo hay toda una sensorialidad preparada para amplificar cada señal del entorno.

Esta condición propia de la angustia de los tiempos que vivimos, que nos hace más receptivos, y las erróneas o las maliciosas informaciones que circulan por canales veloces, provocan daños adicionales en la salud mental y consecuencias, en muchos casos, más importantes que las que provoca el virus, por ello también tenemos que establecer estrategias de prevención para la “infodemia”. 

Lo que antes llamábamos chisme y que antes circulaba en el vecindario o en una comunidad pequeña, hoy encuentra otros canales, y la comunidad que los recibe y retransmite es un país o el mundo todo; y, entonces, los mismos canales de comunicación que nos permitieron ponernos alerta en poco tiempo para evitar contagios, nos contagian angustias o tranquilidades erróneas que potencialmente pueden producirnos también mucho daño.

—La imagen que me va a quedar para siempre es una fotografía -y, luego, un video- de un cortejo de camiones militares en Lombardía llevando cientos de cadáveres, en una noche fría. Nunca vi una cosa semejante. ¿Cuál es la imagen que más te impactó en todo esto, en este tiempo?

—En mi caso, las imágenes de un video de un hospital de España me sensibilizaron muchísimo; mostraban el colapso del sistema sanitario; es decir, pacientes que no cabían en los dispositivos asistenciales, enfermos parados en los pasillos, en sillas o afuera. Quizás porque era una síntesis de ver la contundencia de la enfermedad, al mismo tiempo que la insuficiencia de recursos para enfrentarla. 

Los datos y las imágenes de la muerte siempre conmueven y quedan en la memoria, por supuesto también en mí, y la que describiste es muy fuerte y quedará como una estampa dantesca de lo que estamos viviendo en nuestros recuerdos y en la historia.  

—Algunos psicólogos, psiquiatras, hablan de habitar la fragilidad. Ya vivimos cierta fragilidad cotidiana y me parece que ahora se trata de trabajar en las fortalezas….

—Comparto tu apreciación. Siempre habitamos nuestra fragilidad y la percibimos. Por cierto, sin la percepción cotidiana de vulnerabilidad no habría posibilidades de adaptación para la supervivencia, la fragilidad nos determina, es una característica más que nos hace diferentes y nos distingue como especie; lo novedoso es, en este caso, un virus que encuentra en nuestra fragilidad su supervivencia, y jugando un poco con las palabras, somos nosotros los que estamos buscando afanosamente descubrir la fragilidad del virus para destruirlo o al menos mitigar su impacto, y con ello estamos reconstruyendo fortalezas. Sin el reconocimiento de la fragilidad no hay emociones que nos impulsen a la acción, no aprendemos, no diseñamos estrategias para superar las dificultades y los riesgos, no se modelan nuevos comportamientos.

Si no nos percibiéramos frágiles, no habríamos hecho todos los cambios que hicimos en tan corto tiempo, contrariando a muchos deseos, aceptando dejar de lado cuestiones que hace tan solo unos meses no se nos hubiera ocurrido desatender o perderlas. 

Los seres humanos, para bien y para mal, somos particularmente activos actuando y modificando el ambiente en que vivimos, es decir, son nuestros principales recursos adaptativos el gestionar conductas, y aunque la fragilidad finalmente determina la finitud de nuestra existencia, somos constructores de recursos para enfrentar la adversidad y el peligro, por ello en este tiempo estamos ensayando nuevos repertorios comportamentales, para enfrentar esta nueva amenaza, de ese modo habitamos la fortaleza. 

Habitar la fragilidad no es más que comprenderla, aceptarla para asumir con responsabilidad individual y comunitaria el sostenimiento de los comportamientos preventivos para evitar contagiarnos y contagiar a otros; claro está,  la dificultad para comprender, aceptar, empatizar, comprometerse, lamentablemente son zonas donde no raramente radica parte de nuestra fragilidad. 

—Hace unos días tenemos permitido como norma heterónoma poder realizar ciertas cosas, pero en algunos casos sigue el temor y lleva a la inacción. ¿Qué nos pasa?

—Lo permitido y lo prohibido habilitan o no el consentimiento social de nuestro comportamiento,  y los valores éticos forman parte de los reguladores de la conducta, pero, en mi forma de ver, en muchas individuos y para muchas situaciones es sobreestimada en su potencial de promover conductas. Los valores preventivos tienen una jerarquía superior para muchas circunstancias, y pienso que esta situación, la de la pandemia, es un lugar donde seguramente aplicaría lo expresado. La sensación de peligro hizo posible que la prescripción del distanciamiento social fuera, en el inicio, efectiva; el “quédate en casa” solo pudo sostenerse porque había una sociedad percibiendo sincrónicamente el peligro y dispuesta a hacer lo hubiera que hacer para protegerse. Por cierto, en muchos países no fue obligatoria y se cumplió; ninguna sociedad se pondría en cuarentena sin compartir la valoración del riesgo. 

Con el transcurrir de las semanas se fueron ajustando los inventarios de riesgos y, así, la percepción de la amenaza de enfermar quedó en un plano más alejado, o distinto, y para muchos la realidad concreta de no poder sostener los ingresos que pudieran garantizar el sustento familiar, o las consecuencias emocionales que el distanciamiento social generaba, impulsó comportamientos alejados de la norma inicialmente aceptada en general.

Es cierto que hoy en Corrientes hay más conductas autorizadas, pero haciéndolo de una manera distinta: el barbijo, el distanciamiento, los protocolos; estos modos nos recuerdan, y así debe ser, que el riesgo sigue estando presente. Cada uno de nosotros tiene y tendrá una escala de necesidades y valores para asumir o no el riesgo. Esto, como te decía en la primera respuesta, tiene aspectos comunes para toda la comunidad y otros muy singulares, ligados a la significación que cada individuo le da a la complejidad de las circunstancias que vive y de este modo cada uno elegirá en qué “invertir el riesgo” y, por supuesto, por distintas razones tendrá, también, su subjetiva estimación del peligro. 

—¿Qué pasa con los que tienen trastornos psíquicos? ¿Qué pueden hacer?

—Entre los tantos problemas que trajo la pandemia que estamos atravesando, está el haberse discontinuado los tratamientos médicos para las patologías diagnosticadas y el aplazamiento de diagnóstico, y por ello el retardo en los  abordajes terapéuticos de patologías en individuos que antes no la tenían, este severo problema sanitario se ve agravado en el área de salud mental, dado las más probable agudizaciones de cuadros preexistentes y el aumento en la incidencia de algunas patologías por el efecto del estrés que provocan las circunstancias que vivimos.  

Si tenemos presente que más de setecientos mil argentinos padecen trastornos de ansiedad; más de quinientos mil, estados depresivos; el uno por ciento, trastornos psicóticos, y uno de cada diez, problemas relacionados con el consumo de alcohol y otras sustancias, vemos que claramente no es una opción válida minimizar la valoración del riesgo sanitario en lo que implica la interrupción o la no iniciación de los tratamientos de patologías tan prevalentes que afectan, en muchos casos, severamente la calidad de vida y en no raras ocasiones la ponen en riesgo.

Categóricamente afirmo que debemos sostener los tratamientos e iniciarlos cuando son necesarios; por supuesto que debemos hacerlo en el marco de seguridad que minimice los riesgos de contagios, para los que en buena parte de nuestra práctica ambulatoria la tecnología nos habilita a través de la asistencia remota que antes mencionaba, hoy disponemos también de las recetas virtuales, y, por supuesto, la asistencia presencial está disponible cuando es necesario que así sea. 

La pandemia es un problema sanitario importantísimo que debemos atender, pero los problemas de salud mental igualmente lo son y también deben ser atendidos, por lo que aliento enfáticamente a quienes padecen una afectación psíquica a que continúen o inicien los tratamientos.

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