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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Independencia argentina

Por Ricardo Caito Leconte*

Especial para El Litoral

El 9 de julio de 1816, el Congreso reunido en Tucumán, en la casa de Francisca Bazán de Laguna, tenía a tratar diecisiete temas; el tercero era la Declaración de la Independencia. Los diputados suscribieron el acta de Independencia de las Provincias Unidas de la América del Sud. “Es voluntad unánime e indubitable de estas Provincias romper los violentos vínculos que los ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojados, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando séptimo, sus sucesores y metrópoli”, a la que el 19 de julio se le añadió “y toda otra dominación extranjera”.

Los diputados de Tucumán decidieron un cambio, enfrentándose a la aparente seguridad del bienestar conocido que les ofrecía el seguir dependiendo del rey, a la incertidumbre que su decisión traería para la suerte del naciente país, pero siendo responsables de su destino. 

Luego de aprobada la Declaración de la Independencia, dice Longhi que “debía decidirse el punto 5º del plan de trabajo, la forma de gobierno a adoptar, la república, ideario de Moreno, o la monarquía; dentro de la primera, el régimen federal que se deletreaba en el litoral, o el unitario que arrastraba los antecedentes coloniales y seducía a los hombres de Buenos Aires. En las conversaciones se adelantó que debía decidirse por la monarquía atemperada en la dinastía de los Incas”. Según nos cuenta D’Andrea, en plena sesión, Justo Santa María de Oro, el fraile patriota, advierte que ya está hecha la opinión en favor de la monarquía, el momento es trascendental, su espíritu democrático se subleva, se levanta y pronuncia una sentencia: “¡No, señores, no! Yo he venido aquí para declarar libre a la nación argentina, pero nunca a tratar de gobiernos monárquicos. Protesto y me retiro. ¡O república o nada!”.

La figura del fraile se eleva, su profunda y santa sinceridad le inspira la conducta inflexible que imprimió a la Nación, y para siempre, el sello de la libertad republicana.  

El sello republicano se confirmó treinta y siete años después con la sanción de la Constitución Nacional, hito que dio paso a décadas de progreso. Las fuentes de este proceso fueron las mayores garantías a la vida, a la propiedad privada, la libertad de culto, de enseñanza, de prensa, de comercio y de trabajo. Confluyeron a mejorar la situación, la supresión de la suma del poder público y la división de poderes.

El artífice de ella, Juan Bautista Alberdi, señaló en su libro “El sistema económico y rentístico” el peligro de liberarnos de las máquinas fiscales de la metrópoli para, en cambio, convertirnos en colonos de nuestros propios gobiernos.

Lo expuesto en el acta de Independencia de 1816 se logró, nos liberamos de España y de cualquier otra dominación extranjera, pero debemos preguntarnos: ¿somos libres? O, como señaló Alberdi, ¿nos convertimos en colonos de nuestros gobiernos?

La república dio paso a gobiernos populistas que nos han tomado de rehenes, gobiernos que confunden independencia con alejarnos del mundo aislándonos, hablándonos de soberanía energética, alimentaria y todos los nacionalismos manipuladores para justificar su mentira y tener argumentos para esclavizarnos fiscalmente. Transformaron el granero del mundo que supimos ser, en la caja para los gobiernos que gastan sin control, aumentando el tamaño del Estado, haciéndolo inviable y asfixiando al contribuyente que invierte, crea trabajo, paga sus impuestos que cada día son más y que aumentan en proporción de las necesidades de la demagogia con el solo fin de mantener un aumento del gasto público que la clase política dice no se puede disminuir.   

Pasamos de ser colonos, gobernados por un rey absolutista, a ser libres en una república donde nuestros gobiernos nos esclavizan absolutamente.

Conceptos del Acta: la necesidad de recuperar los derechos de que fue despojada la población y que la independencia se declaró para garantizar vidas y haciendas de los habitantes.

Hoy, el gasto público, la presión tributaria, la deuda gubernamental en lo económico y la aceptación de la existencia de categorías de ciudadanos, donde unos tienen obligaciones y otros gozan de privilegios inaceptables, revelan el grado de dependencia de los argentinos con los aparatos estatales, hemos perdido la independencia que tanto costó conseguir. 

Los congresales de Tucumán nos dieron una lección de coraje moral cuando el ejército patriota había perdido en Sipe Sipe, O’Higgins en Rancagua, los portugueses avanzaban por la Banda Oriental, Bolívar estaba exiliado en Jamaica, Fernando VII había recuperado la corona y preparaba una expedición para terminar con el levantamiento de las colonias, las condiciones de los revolucionarios eran gravísimas y a pesar de todo los diputados declararon la independencia y habilitaron la tarea de San Martín, que en Chacabuco y Maipú la consolidó. No se dejaron amilanar por los hechos negativos y cumplieron con su deber. Hoy, nosotros debemos ponernos de pie y cumplir con el nuestro. La independencia es una tarea cotidiana de cada uno para exigir respeto.

Debemos exigir a los gobiernos populistas que reviertan esta situación y desmantelen los gastos superfluos que existen en verdad y son muchos; que se respeten las libertades individuales hoy violentadas, solo así tendrá sentido hablar de independencia.

Recuperar valores morales que hicieron grande a la Argentina, ejemplo de movilidad social, donde el objetivo de todo padre era ver educados a sus hijos, y si se alcanzaba el título mejor. Hoy, el objetivo que asegura una vida mejor es ser secretario de cualquier funcionario de gobierno, o sindicalista que defiende sus derechos que los transforman en millonarios y frenan leyes que, en rigor de verdad, mejorarían las condiciones laborales de sus supuestos representados, a los que condenan a la desocupación y, en consecuencia, a la pobreza.

La independencia es entonces de cada habitante en cuanto a su libertad, a la posibilidad real de expresar su pensamiento y al uso y disposición de lo que le pertenece legítimamente.

La Declaración de la Independencia es la lección que los argentinos del año 2020, cansados por las dificultades, debemos tomar. Tener esperanza de que podemos hacer un futuro mejor, nosotros, no el Estado ni la clase política, llena de privilegios, que no está a la altura de las circunstancias.

Si no desfallecemos y mantenemos el espíritu de los diputados de 1816, habremos de refundar en valores y en verdad la Argentina abierta al mundo, que volverá a mirarnos con la confianza de ser un país para invertir, incluso vivir, por ser un ejemplo de libertad y crecimiento como supimos ser. Donde se premie al que trabaja y se sancione al que roba de los impuestos. Difícil tarea la que nos queda por delante, sí, pero debemos hacer ese cambio. Debemos recobrar la fe en el futuro de la nación argentina.

“Puede que sea imposible, pero es imprescindible que lo hagamos”, decía José de San Martín.

* El autor es abogado y director del Club de la Libertad, Corrientes.

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