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Poemas para no morir

No todos los poetas dicen bien sus letras, pero hay algunos que la sienten como una planta presta a desperdigar frutos. Hamlet Lima Quintana forjó la palabra con tesón, como crecen los campos. Pacientemente, haciendo del tono la columna vertebral.

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral.

Será por mi oficio de templar la voz y su contenido. Pero de lo primero que me prendo de los poetas populares es del tono. Porque el tono tiene mucho que ver con la fuerza de la expresión. Le da carnadura imbuida de la pasión, ese viento refrescante que renueva y ennoblece la letra dicha. En esa búsqueda no propuesta, sino espontánea e involuntaria, el inconsciente ha grabado algunas voces más que a otras, haciendo una selección no pensada, que finaliza en preferencias. Primordialmente la dicha con fuerza digna y ese tono en que la garganta “fogoneada” por un pulmón impregnado de humo de cigarrillo, lograba una gravedad natural sin impostaciones, haciéndola más valiosa aún. Se trata, pues, de quedarme con la del poeta, escritor, periodista, cantor, presentador y relator popular Hamlet Lima Quintana. Escucharlo en cualquiera de sus creaciones es quedar conectado, a convivir con sus preocupaciones, coincidir con sus reclamos sociales. La obra de Hamlet Quintana es abundante y diversa, abarca toda la gestión del hombre en su noble trajinar, sus penas, alegrías, cometidos esperanzados. Este formidable ser humano nació en Morón, provincia de Buenos Aires, alternando la proximidad con Saladillo. Una descendencia que lo estampó en personalidad y criterio; por la parte paterna, criollos asentados en la región, e india por la materna, perteneciente al cacique Coliqueo, como bien lo plantea Carlos Agosti cuando baja el perfil de Hamlet por su libro “Antologobiografía”, una selección subtitulada “Desde la gente”, que era la eterna propuesta de sus trabajos de escritura. Se desempeñó en la agencia de noticias United Press y en Clarín, para luego independizarse y trabajar por su cuenta con el máximo tesoro de su experiencia, justamente, con la gente que quería y exaltaba.

Cuando tuve oportunidad de escucharlo en el lanzamiento de un CD titulado “La palabra”, me enamoré del decir y su tono gravemente particular que ya lo había escuchado cuando conformaba el elenco de un programa inolvidable que se emitía por Canal 13 de Buenos Aires en el año 1969, donde se alternaban estrellas de la música argentina: Cacho Tirao, César Isella, Polo Márquez, Omar Moreno Palacios, Hugo Díaz, en un ciclo tan nuestro, “Asado con cuentos”. Convengamos que como cantor, Hamlet fue integrante del cuarteo vocal Los Musiqueros y el trío Los Mandingas, allá por 1953. Pero la escritura, creo, era la columna vertebral de un pensador que solo vertía en ella las inquietudes de la gente, su derecho a una vida mejor, el respeto de la diversidad, la admiración por la inmensidad de los campos bonaerenses en los que correteó desde pequeño, los antepasados, la historia del hombre y su lucha.

Hamlet fue prolífico, construyendo en 360 grados toda la grandeza de mil cosas que reúne la vida, sin ser un círculo cerrado sino más bien la apertura hacia cielos mágicos, constructivos y en paz. De algunas de sus obras primeras podemos citar “Mundo en el rostro”, “Sinfonía de la llanura”, “Octavo pájaro”, “Oficio común” y uno formidable por la síntesis que logran sus palabras tornando los más diversos temas en frases memorables de una simplicidad absoluta, pero con una grandeza que el pensador de la buena palabra solo es capaz: “La breve palabra”. Algunos poemas musicalizados por Oscar Cardozo Ocampo. Su autoría excede las 400 obras, donde podemos hacer nombre de algunas de ellas que han logrado fama a pura jerarquía: “La amanecida”, “La cuatrereada”, “Zamba para no morir”, “Triunfo de las salinas grandes”, “Crónica de un semejante”, “Los pueblos de gesto antiguo”, “Vino blanco en vasos verdes”, etc. En el 78 estuvo exiliado en España durante casi un año en compañía de otros señeros: Horacio Guarany, Armando Tejada Gómez, Enrique Llopis, su entrañable amigo y discípulo.

El decir no siempre deja de estar vedado, porque la certeza tiene voz de verdad, pero así como redime a muchos, otros se sienten afectados por esa razón sin razón: mejor callar porque no se corren riesgos ni se compromete. Hamlet decía las cosas como son, con poesías que eran verdaderas obras de arte en que la filosofía acerca las metáforas más memorables. En “Teoría del canto”, ya próximo a concluir, dice: “Desde entonces los pueblos fabrican sus / cantores/ como si fueran el barro trabajado, lo amasan / con amor / y creen firmemente que en él se encierra el / sol de la mañana. / Quien quiera ver la luz que empuñe una / canción y que despierte”. En “La amanecida”, esa zamba que todos cantábamos siguiendo la tendencia de los grupos vocales, sabe de su sensibilidad: “Monte de soledad / nos vamos bebiendo el día. / Y un andar por la tierra salobre / de lágrimas perdidas. / Ya no puedo decir / que el viento es pan de horizonte; / ni acercar la mañana a mi boca, / labio carne de cobre...”. Uno de los temas más sublimes, pensado y escrito en su notable producción literaria por Hamlet Lima Quintana, sin duda lo constituye “Zamba para no morir”, editada en 1965. Esta composición, que desde entonces se constituyó en baluarte, fue musicalizada por Héctor Alfredo Rosales y Norberto Ambrós, y al respecto existe una anécdota que en Bolivia lo ubican como la “Zamba del Che”, por el hecho personal de que quien siempre la cantaba era el mismísimo Ernesto Guevara.

“Romperá la tarde mi voz / hasta el eco de ayer. / Voy quedándome solo al final, / muerto de sed, harto de andar. / Pero sigo creciendo en el sol, / vivo. / Era el tiempo viejo la flor, / la madera frutal. / Luego el hacha se puso a golpear, / verse caer, sólo rodar. / Pero el árbol reverdecerá / nuevo. / Mi razón no tiene piedad, / se dispone a partir. / No me asusta la muerte ritual, / sólo dormir, verme borrar. / Una historia me recordará / vivo. / Veo el campo, el fruto, la miel / y estas ganas de amar. / No me puede el olvido vencer, / hoy como ayer, siempre llegar. / En el hijo se puede volver / nuevo. / Al quemarse en el cielo la luz del día / me voy. / Con el cuero asombrado me iré, / ronco al gritar que volveré / repartido en el aire a cantar, / siempre”.

Hamlet estaba en la misma lucha que Atahualpa, cada cual con su impronta. Don Ata, aferrado al detalle minúsculo y místico aparente de las piedritas, porque ellas estuvieron mucho antes que el hombre marcando el camino, el destino del cometido, como cuando decía: “El hombre es tierra que camina”. O sea, el hombre lleva consigo toda la evolución del gesto y la palabra, llevando en cada bolsillo un trozo de geografía. Hamlet Lima Quintana, más pulido tal vez, pero con la misma urgencia, imbuido por sus orígenes criollos e indios, supo desarrollar cada expresión sin claudicar, pero siempre asegurándose de llegar a la gente sin intereses, tan solo la prisa del buen amigo, dejando ofrendas, despertando, que el decir tenga sentido, esa invariable manera de pensar y vivir la libertad. Que es democracia, un abrazo fraterno con el disenso. Cada cual con su opinión, pero dando razón a quien la tenga. A esa gente tan necesaria, decía sin temor a equivocarse: “Y uno se va de novio con la vida / desterrando una muerte solitaria / pues sabe que a la vuelta de la esquina / hay gente que es así, tan necesaria”.

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