Marta Elgul de París o “el poder de la luz”
Por Rodrigo Galarza
Especial para El Litoral
Caminante, son tus huellas / el camino y nada más; / Caminante, no hay camino, / se hace camino al andar. / Al andar se hace el camino, / y al volver la vista atrás / se ve la senda que nunca / se ha de volver a pisar. / Caminante no hay camino / sino estelas en la mar”. Los célebres versos de Machado parecen haberse convertido en una máxima en el respirar diario de Marta Elgul de París, nuestra asaltante de hoy. Tanto la inquietud como la curiosidad han movilizado su vida entregada a obras de creación, ensayo e investigación. Su vocación por el estudio y su amor por Corrientes la han llevado a lo largo de su longeva vida a propiciar la difusión de nuestra cultura en amplios registros, siempre señalando hitos o puertas de entradas nunca de llegada definitiva. Basta con poner de ejemplo la elaboración y publicación en 1984 de su Manual de literatura correntina (aprobado en su momento por el ministerio); sin duda un valioso aporte como material de consulta de los docentes ante la falta total de fuentes genuinas. Triste aceptar que aquel trabajo no fue completado y actualizado por otras propuestas hasta hace relativamente poco con la llegada del valiosísimo trabajo Escritores correntinos de tres siglos de Zelada, Obregón y Mioni que realiza un relevamiento de los escritores consistente en una breve biografía y un texto de cada autor.
En la poesía de Marta Elgul de París se pueden señalar al menos tres vertientes. Una intimista y lírica cuyo eje es el amor, el eros como forma y manera de estar el mundo con / hacia el otro: “Era el tiempo de amapolas encendidas. / Tu deseo y el mío se expresaban / con la voz del silencio” (…) “Y me enseñaste cómo segar / con el corte exacto los vírgenes tallos de la rosa”. El amor que perdura moldeado por lo cotidiano, por la diaria celebración: “Abrir los ojos y sentir temprana / tu tibia mano que reclama viva / la caricia que nunca fuera esquiva / en noche azul ni en hora meridiana”.
Una segunda vertiente es generada por el dolor humano, las injusticias sociales a las que les pone voz no sin vencimiento: “Me duele tu inocencia / tu hondo desamparo / las carencias que se alargan / en la mesa donde comes / tu comida magra. / Siento tu voz que me mira indagando / el porqué de la pobreza”.
El tercer aspecto propone una voz coral de América. La voz surgida del mestizaje, de la espada y la fe cristiana, de los tiempos míticos y chamánicos. La voz de un continente y sus postergaciones pero también de hermandad: (…) “donde el dolor del indio / confundió su sangre con la sal del océano. / Adobo elemental de la memoria que enseñó al hombre a ser libre / a levantarse, limpiándose la idea a proyectar el secreto del origen. / Hermano indio, en algún sitio tú, yo, ellos, viajeros de la fábula / juntos en la piedra y en los siglos buscándonos, soñándonos”.
¡Salud, poesía y libaciones!
MUESTRARIO MÍNIMO
XVII
Amo el nombre
de mi pan y de mi sed primera.
Amo su rostro indiferente al mundo
bajo los lienzos desgarrados
de las sábanas.
Amo su voz leve
y la moneda de oro
que aún le queda
ahogándose en el vaso con la rosa.
DEL DESEO
Era el tiempo de amapolas encendidas.
Tu deseo y el mío se expresaban
con la voz del silencio.
En romance mudo
tus manos despertaban
mi piel de mediodía.
Y me enseñaste cómo segar
con el corte exacto los vírgenes tallos de la rosa
y cuál era
el dolor de su tributo.
DESPERTAR
¡Qué suerte despertar y en la ventana
la fuente mansa de una luz furtiva
recuerde la presencia imperativa
de la ilusión del sueño, ciega y vana!
Abrir los ojos y sentir temprana
tu tibia mano que reclama viva
la caricia que nunca fuera esquiva
en noche azul ni en hora meridiana.
Saber que aún se vive y nos amamos
que hoy juntos todavía enarbolamos
elocuente la sangre generosa.
Creer que de la mano nos iremos
y en la muerte también compartiremos
el frío sueño que la piel nos roza.
EL PODER DE LA LUZ
Trepando con tus manos
el sol de mediodía
escribiste las primeras palabras de amor
sobre mi cuerpo.
Después
el viento y las lluvias las borraron.
Sin embargo
el poder de la luz
hizo que me reconocieras y pronunciaste idénticas palabras
sobre el mismo cuerpo,
enardecido lecho que entonces irradiaba
el solar aroma de la vida.
MUCHACHO
Muchacho de ojos cansados
y de cuerpo lánguido
transitas mis días azules
tal vez hambreado.
Estiras las manos
entre negra maraña
buscando horizontes claros
o mejores patrias.
Me duele tu inocencia
tu hondo desamparo
las carencias que se alargan
en la mesa donde comes
tu comida magra.
Siento tu voz que me mira indagando
el porqué de la pobreza.
Tu dolor muchacho de numeroso nombre
triturado entre las sobras
me compromete, gotea en mi conciencia
por dejarte vivir entre las sombras.
I
¿Quién habrá de leer los cantos míos
que lejos de imágenes dichosas
reflejan el dolor en soledad tan honda?
¿Quién descenderá al alma
con manos y ojos limpios
a compartir el fin de los finales?
Alguien, de corazón intacto
flamante de luz nueva
acudirá al cielo que respiro.
Entonces me bastará saber que no estoy sola
para decir adiós
a orillas de los sueños.
ERA UNA VEZ AMÉRICA
Estaba escrito
en algún solar callado del espacio.
De un gran giro sonámbulo en las aguas
surgiría la secreta piedra
portando historias de atlánticos dormidos
entre leguas de sal de los milenios.
Era una vez América
la escondida tierra, sin nombre todavía
donde la oquedad sonora de los vientos
enlazaba el corazón de un dios
que descendía en clarísima aleluya.
Era la inmensa y libre pradería
hombres y estrellas de un edén prohibido
música de mar y greda mítica
en distancia de resinas puras
llamando a un mundo abierto, imprevisible.
Grávido espacio de bucólica armonía
era toda la mies hecha de soles.
La eternidad miraba desde el verde
flotante en el principio.
Fantástica abertura al infinito
era una vez América
la innombrada espera
y la revelación de un canto
a la libertad de todos.
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