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Marta Elgul de París o “el poder de la luz”

Nació en Lavalle en 1921. Docente, poeta, ensayista e investigadora. Fundó la filial de la Sociedad Argentina de Escritores en Goya en 1975, cuya presidencia ejerció varios años. Reside en Buenos Aires desde 1981. Algunos de sus libros de su extensa obra publicada son Con sabor a tierra (poesía, 1975), Seis mujeres en la poesía de Corrientes (antología, 1976), Perfiles femeninos en la historia de Corrientes (ensayo, 1976), Entre la piel y el astro ( poesía, 1982), Manual de literatura correntina (1984), Perfil guaraní de Victoria Ocampo (ensayo, 1992), Amantes, cautivas y guerreras ( ensayo. Edic. 1996, 1998, 2005).

Por Rodrigo Galarza

Especial para El Litoral

Caminante, son tus huellas / el camino y nada más; / Caminante, no hay camino, / se hace camino al andar. / Al andar se hace el camino, / y al volver la vista atrás / se ve la senda que nunca / se ha de volver a pisar. / Caminante no hay camino / sino estelas en la mar”. Los célebres versos de Machado parecen haberse convertido en una máxima en el respirar diario de Marta Elgul de París, nuestra asaltante de hoy. Tanto la inquietud como la curiosidad han movilizado su vida entregada a obras de creación, ensayo e investigación. Su vocación por el estudio y su amor por Corrientes la han llevado a lo largo de su longeva vida a propiciar la difusión de nuestra cultura en amplios registros, siempre señalando hitos o puertas de entradas nunca de llegada definitiva. Basta con poner de ejemplo la elaboración y publicación en 1984 de su Manual de literatura correntina (aprobado en su momento por el ministerio); sin duda un valioso aporte como material de consulta de los docentes ante la falta total de fuentes genuinas. Triste aceptar que aquel trabajo no fue completado y actualizado por otras propuestas hasta hace relativamente poco con la llegada del valiosísimo trabajo Escritores correntinos de tres siglos de  Zelada, Obregón y Mioni que realiza un relevamiento de los escritores consistente en una breve biografía y un texto de cada autor.

En la poesía de Marta Elgul de París se pueden señalar al menos tres vertientes. Una intimista y lírica cuyo eje es el amor, el eros como forma y manera de estar el mundo con / hacia el otro: “Era el tiempo de amapolas encendidas. / Tu deseo y el mío se expresaban / con la voz del silencio” (…) “Y me enseñaste cómo segar / con el corte exacto los vírgenes tallos de la rosa”. El amor que perdura moldeado por lo cotidiano, por la diaria celebración: “Abrir los ojos y sentir temprana / tu tibia mano que reclama viva / la caricia que nunca fuera esquiva / en noche azul ni en hora meridiana”. 

Una segunda vertiente es generada por el dolor humano, las injusticias sociales a las que les pone voz no sin vencimiento: “Me duele tu inocencia / tu hondo desamparo / las carencias que se alargan / en la mesa donde comes / tu comida magra. / Siento tu voz que me mira indagando / el porqué de la pobreza”.

El tercer aspecto propone una voz coral de América. La voz surgida del mestizaje, de la espada y la fe cristiana, de los tiempos míticos y chamánicos. La voz de un continente y sus postergaciones pero también de hermandad: (…) “donde el dolor del indio / confundió su sangre con la sal del océano. / Adobo elemental de la memoria que enseñó al hombre a ser libre / a levantarse, limpiándose la idea a proyectar el secreto del origen. / Hermano indio, en algún sitio tú, yo, ellos, viajeros de la fábula / juntos en la piedra y en los siglos buscándonos, soñándonos”.

¡Salud, poesía y libaciones!

 

MUESTRARIO MÍNIMO

XVII

Amo el nombre

de mi pan y de mi sed primera.

Amo su rostro indiferente al mundo

bajo los lienzos desgarrados

de las sábanas.

Amo su voz leve

y la moneda de oro

que aún le queda

ahogándose en el vaso con la rosa.

DEL DESEO

Era el tiempo de amapolas encendidas.

Tu deseo y el mío se expresaban

con la voz del silencio.

En romance mudo

tus manos despertaban

mi piel de mediodía.

Y me enseñaste cómo segar

con el corte exacto los vírgenes tallos de la rosa

y cuál era

el dolor de su tributo.

DESPERTAR

¡Qué suerte despertar y en la ventana

la fuente mansa de una luz furtiva

recuerde la presencia imperativa

de la ilusión del sueño, ciega y vana!

Abrir los ojos y sentir temprana

tu tibia mano que reclama viva

la caricia que nunca fuera esquiva

en noche azul ni en hora meridiana.

Saber que aún se vive y nos amamos

que hoy juntos todavía enarbolamos

elocuente la sangre generosa.

Creer que de la mano nos iremos

y en la muerte también compartiremos

el frío sueño que la piel nos roza.

EL PODER DE LA LUZ

Trepando con tus manos

el sol de mediodía

escribiste las primeras palabras de amor

sobre mi cuerpo.

Después

el viento y las lluvias las borraron.

Sin embargo

el poder de la luz

hizo que me reconocieras y pronunciaste idénticas palabras

sobre el mismo cuerpo,

enardecido lecho que entonces irradiaba

el solar aroma de la vida.

MUCHACHO

Muchacho de ojos cansados

y de cuerpo lánguido

transitas mis días azules

tal vez hambreado.

Estiras las manos

entre negra maraña

buscando horizontes claros

o mejores patrias.

Me duele tu inocencia

tu hondo desamparo

las carencias que se alargan

en la mesa donde comes

tu comida magra.

Siento tu voz que me mira indagando

el porqué de la pobreza.

Tu dolor muchacho de numeroso nombre

triturado entre las sobras

me compromete, gotea en mi conciencia

por dejarte vivir entre las sombras.

I

¿Quién habrá de leer los cantos míos

que lejos de imágenes dichosas

reflejan el dolor en soledad tan honda?

¿Quién descenderá al alma

con manos y ojos limpios

a compartir el fin de los finales?

Alguien, de corazón intacto

flamante de luz nueva

acudirá al cielo que respiro.

Entonces me bastará saber que no estoy sola

para decir adiós

a orillas de los sueños.

ERA UNA VEZ AMÉRICA

Estaba escrito

en algún solar callado del espacio.

De un gran giro sonámbulo en las aguas

surgiría la secreta piedra

portando historias de atlánticos dormidos

entre leguas de sal de los milenios.

Era una vez América

la escondida tierra, sin nombre todavía

donde la oquedad sonora de los vientos

enlazaba el corazón de un dios

que descendía en clarísima aleluya.

Era la inmensa y libre pradería

hombres y estrellas de un edén prohibido

música de mar y greda mítica

en distancia de resinas puras

llamando a un mundo abierto, imprevisible.

Grávido espacio de bucólica armonía

era toda la mies hecha de soles.

La eternidad miraba desde el verde

flotante en el principio.

Fantástica abertura al infinito

era una vez América

la innombrada espera

y la revelación de un canto

a la libertad de todos.

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