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De las Cautivas al Gaucho Gil

Por El Litoral

Domingo, 09 de octubre de 2022 a las 01:00

Por Carlos Lezcano y Fernando Abelenda
Especial para El Litoral

La Feria del Libro de Caá Catí, entre sus muchas virtudes, la convocatoria de renombrados escritores nacionales y regionales, el extraordinario intercambio de ideas que se produce o la creación de un espacio cultural privilegiado donde el libro y sus autores son los actores principales tiene, además, la gracia de promover relaciones personales con actores imprescindibles del quehacer cultural del país. En este sentido, Gabriela Saidón, reconocida escritora a nivel nacional, nos visitó en el programa “Todos los vientos” de la radio de la Universidad Nacional del Nordeste. 
Existe desde siempre en la experiencia humana un sentido de trascendencia que tiene que ver con la memoria. En este sentido, la escritura de Saidón, sus libros, tienen un claro efecto de dar vida al pasado. Su libro “Cautivas”, una novela que se inscribe en la tradición de Operación Masacre de Rodolfo Walsh, da voz a aquellas mujeres, cuya historia fue, de maneras sutiles, silenciada. El monumento a las cautivas fue el inicio. Es interesante notar que existen estrategias del olvido al servicio del status quo conservador o del poder establecido. La cultura de los monumentos, que se construye como tributo al pasado, logran, al paso del tiempo, indiferencia y olvido. Sin embargo, el monumento a las Cautivas de Luis Perlotti, quizás porque es una extraordinaria obra de arte, por el contrario, conmueve y reactualiza la memoria. Prueba de ello es la experiencia que relata Saidón en esta nota.  Además cuenta cómo escribió su libro “Santos ruteros. De la Difunta Correa al Gaucho Gil” también vinculado a Corrientes y  habla sobre su libro “Súper Dios”, donde reflexiona sobre la construcción de Maradona como “santo laico”. 

—Carlos Lezcano: ¿Por qué es importante para vos el monumento de las Cautivas de Corrientes?
—Primero fue el origen de cautivas. Bueno, siempre cuento que Gabriel Romero me llevó a ver esa estatua y yo creo que fue una visita “malintencionada” —entre comillas— porque creo que sabía que me iba a generar un impacto, porque además contó algo de lo que circulaba en relación a la historia de las cautivas que era muy poco, muy cristalizado y reiterado, que las habían secuestrado a esas cinco mujeres, que las habían llevado al Paraguay y se presumía que las habrían violado. Eso fue un poco lo que él me manifestó, que eran mujeres de la alta sociedad, mujeres de militares, la mujer de un estanciero… Lo cierto es que no de inmediato, pero en algún momento dije, acá hay una historia, acá hay un libro, acá hay una novela. Cada vez que vengo a Corrientes vuelvo a ver la escultura de las Cautivas y a sacarle fotos de distintos ángulos.
—CL: De algún modo podemos decir que le hiciste hablar a esas mujeres, esos fantasmas que regresan.
—Traté de darles voz.
—Fernando Abelenda: En el prólogo de la segunda edición de “Cautivas”, tu novela, hay un párrafo que tiene que ver con ese momento… ¿Podrías leer ese fragmento?
—Mientras escribía “Cautivas”, mi hijo Lucas jugaba con unos soldaditos de plástico de distintos ejércitos del mundo, que mi mamá Juana le traía cada vez que lo visitaba y los dibujaba. A pedido mío representó el secuestro de una cautiva en manos de un soldado paraguayo, que según su propia ocurrencia se quita el kepi en señal de respeto. Ese dibujo de mi hijo está en el libro. (…) Menos de un año antes, pasada la medianoche del 19 de diciembre del 2004, cuando acababa de ponerle punto final a La Montonera, recibí el llamado más temido del sanatorio donde mi padre estaba internado. Me informaban que acababa de morir. Durante su agonía, yo había escrito el último capítulo del libro, el que hablaba de la estadía de Norma Arrostito, desaparecida por la última dictadura militar en la Esma. Ese capítulo hablaba de locura, de tortura, de desaparición y a contemplar la estatua de las cautivas, al saber que esas mujeres habían vuelto de la guerra para reencontrarse con su familia tuve un sentimiento de reparación, una herida cerraba donde otra había quedado abierta para siempre. Pero los fantasmas se empecinan y la locura y la tortura y la desaparición volvieron a emerger, una guerra, un secuestro, una cautiva que nunca volvió. Había algo que yo podía hacer, darles voz a esas mujeres silenciadas por un tiempo.
—FA: Leo en el texto de las cautivas un trabajo impresionante de cronista con una gran cantidad de datos históricos.
—En un diálogo que tuve con la editorial Planeta la pensé como una no ficción histórica. Hay mucha crónica y hubo esto que vos decís, de los viajes a Corrientes, a Paraguay, los trabajos de investigación. Históricas también, gracias a María Gabriela Quiñones que tuvo mucho que ver con este libro. Ella (G. Q.) había presentado mi libro La Montonera en el café El Mariscal. Y si bien hay mucho de crónica y de datos históricos yo también incorporé un personaje imaginario que es el de Elena, que es la protagonista, descendiente de las cautivas. Bueno, hay un cambio de nombre también, hay un montón de trabajo con la ficción. Rodolfo Walsh es el inventor de la no ficción en la Argentina y había algo de eso: convertir la crónica en una novela, pero sin dejar que las huellas de las crónicas se pierdan.
—FA: ¿Sentiste que lo lograste? “Cautivas” tuvo una reacción en la sociedad. 
—Sí, hoy hablamos de la reacción conservadora.
—CL: ¿Podés contar el episodio de la presentación del libro en el Museo de Bellas Artes?
—Cuando vine a presentar “Cautivas”, invitada por Carlos Lezcano, lo hice con Gabriela Quiñones y un escritor paraguayo, Guido Rodríguez Alcalá, que tiene un libro donde él cuenta un itinerario bastante similar de mujeres paraguayas. Cuento el itinerario, me refiero a ese cautiverio a la intemperie tan particular en el Paraguay durante la guerra de la Triple Alianza; él cuenta historias de mujeres de la clase alta paraguaya que también tuvieron estos destinos de cautiverio itinerante y lo invitamos porque yo había viajado a Paraguay y me había entrevistado con él. Es un enemigo de Roa Bastos… pero eso no generó conflicto. Sí hubo conflicto el día de la presentación con un colectivo de descendientes de las cautivas y especialistas en el tema; vinieron munidos de sus libros con marcas incluso que pensaban leer como para generar o reforzar su ataque.
—CL: ¿La reacción fue solo en la presentación? 
—No, también habían sacado una solicitada en los diarios diciendo que yo mancillaba el honor de las cautivas. Confieso que me resultó hasta un poco gracioso porque mancillar el honor me parecía como una expresión muy del siglo XIX, pero llegué a hablar con un abogado que me dijo una frase que me encanta: los muertos no tienen honor. El honor muere con la persona, desde el punto de vista jurídico. Esas acusaciones que me hacían no estaban sustentadas jurídicamente. Obviamente, fueron una reacción —insisto— conservadora o liberal vinculada a esto de cómo las saqué del bronce, como cuento cosas en relación a su sexualidad, pero no tanto en ser violadas. Lo que más les molestó es que hubiera una escena donde había sugerido un vínculo lésbico. Eso les molestó mucho. Les molestó que no fuera muy glamoroso ese regreso, fueron vueltas a silenciar en la historia sobre ellas, en la historia que circula, los votos de silencio que ellas hacen frente a la Virgen de la Merced era no hablemos del tema chicas.
—FA: Tuvieron una estrategia de silencio. Agradezco que cites lo que yo había planteado en la Feria del Libro de Caá Catí, el doble cautiverio de las cautivas. El primer cautiverio que tenía que ver con esto que les pasó en los años de cautiverio en el Paraguay. El segundo, esta vez social, surge a partir del voto de silencio. Esa sacralización provocó un nuevo cautiverio. Al decir de muchos de sus descendientes casi no salían, perdieron todo vínculo social.
—Sí, la idea de doble cautiverio tuya Fernando fue brillante. A mí también me género una manera de pensarlas y ahora ya estoy pensando en el triple cautiverio podemos decir el cautiverio al que los y las descendientes pretenden de nuevo, sumergirlas. Sigamos sin dejarlas hablar.
—FA: Disiento un poco en eso. Los familiares de las cautivas tuvieron la oportunidad a través tuyo de encontrar también su voz, aunque sean voces disonantes, o en contrario. Puede ser que haya estado la intención de silenciar y mantener ese halo de sacralización, pero también tuvieron la oportunidad de hablar.
—CL: Me parece increíble que no se comprenda hoy en día la diferencia entre la novela e historia. 

—GS: Entender la ficción no es tan sencillo, entender el concepto de ficción. Se sentían muy tocados. Ahí en la presentación, se pusieron en un momento tan violentos que nos tuvimos que levantar e irnos, porque realmente fue muy incómoda la situación.
—F.A: Freud decía que uno puede hablar del pasado y no pasa nada. Para que funcione, para que algo tenga fuerza tiene que reactualizarse. Lo interesante para mí de ese momento fue que se actualizó su regreso, lo que tuvo que haber pasado cuando ellas volvieron. Un regreso en el que ellas hubieran tenido la posibilidad de hablar, de defenderse, y eso no pasó. Todo se silenció.
—De hecho, la única voz, digamos, que atravesó la historia y el tiempo fue la de Victoria Bart, de una de ellas que ni siquiera fue una voz propia, sino algo que ella le dictó o le dijo a alguien que además después lo transmitió, lo escribió y ese relato así, compacto, sin ningún despliegue se repitió… donde destacan que comían naranjas agrias; …además la naranja agria es como un clásico…
—CL: Tu vínculo con Corrientes continúa en otro libro: “Santos Ruteros”. ¿Cuándo surge el libro y por qué?
—Esa es la venganza de la porteña. Me quieren echar de Corrientes y vuelvo. (Risas) El Gauchito Gil es un personaje que aparece ya en las cautivas; o sea, antes, mucho antes de pensar en trabajar a fondo sobre la santificación popular, el gauchito Gil es un soldado al que llaman Antonio Gil que se le aparece a uno de los hijos de las cautivas —Manuel Cabral— que estuvo en cautiverio con ellas, cuando él en la ficción total porque esto no ocurrió, se me ocurrió a mí, en el cruce de un río, se asusta mucho al ver serpientes y se queda sin habla, porque los caballos tampoco pueden pasar el río. Llaman a un gaucho, a un soldado que tenía fama de curador y el gaucho lo que hace es curarlo a través de la palabra. Le hace como un psicoanálisis. 
El libro “Santos ruteros” surge a partir de una serie de viajes por la Argentina en una motorhome, en los que observo un repliegue de los altares de la Difunta Correa en las rutas argentinas. La Difunta Correa, la santa de las rutas argentinas fue reemplazada por los altares del gauchito Gil.
—CL: Ahí sí aparece la cronista.
—No es una novela, es un libro de crónica total. Pongo atención en la migración de Corrientes a Buenos Aires y la instalación del santo de los migrantes correntinos en el conurbano bonaerense.
—CL: ¿Recordás qué te dice Cambá Lacour?
—Esa parte es compleja, Cambá Lacour es muy inteligente, brillante y la verdad me abrió la cabeza. Él explica este tema de los gauchos que no son gauchos, él dice que no hay gauchos en Corrientes, sino que el Gauchito Gil, está representado como un gaucho pampeano. Es una representación a posteriori al igual que el color rojo que lo identifica, el pañuelo rojo que se asocia a la izquierda. El padre Zini, cura tercermundista, lo considera, le canta y lo lleva a las bailantas. En el origen, claro, tiene que ver con la división de las tierras y cómo quedan desplazados estos criollos que después van a ser algunos bandidos sociales. 
—FA: Cambá Lacour plantea que la gente no tenía incorporado el sentido de propiedad privada, de los alambrados y que eso generó muchas injusticias.
—Sí, claro, no tenían sentido a la propiedad privada, era como una sociedad precapitalista. También dice algo genial. ¿Existió el Gauchito Gil? ¿Es un mito, una leyenda? No hay registros de su existencia a diferencia de un montón de otros santos populares correntinos en los que hay registros en las iglesias o en el Registro Civil, o en los diarios. En cambio, del Gauchito Gil no hay noticias reales; entonces Lacour afirmó: “el gaucho Gil no existió, existe”. 
—CL: En rigor no hay partida de nacimiento. En Mercedes también tuviste otra investigación con personas comunes, con gente común, en ranchitos. ¿Cómo fue?
—Sí, promesantes del Gaucho Gil, una posible descendiente de Antonio Gil, Ramonita, una mujer que vivía en una silla de ruedas que me enterneció mucho. Fue un diálogo bastante delirante, que lo reproduzco en el libro. También el reportaje al hombre que fabricó las primeras cosas del merchandising en la fundación de ese altar en Mercedes y que también lo llevó al conurbano bonaerense. Se fueron dando las entrevistas a partir de hablar con gente del pueblo y de ahí se armó una especie de rompecabeza que explica algo de la devoción al Gauchito Gil en Mercedes, la cuna del Gaucho Gil. Pero después lo que pasa es que se federaliza, a diferencia de otros santos.
—CL: Hace poco hubo dos muertes en el lugar del santuario.
—Siempre hubo muertes. Cuando yo fui se murió una persona bailando, un hombre cayó redondo, estaba bailando chamamé con su mujer.
—CL: ¿Sos creyente o agnóstica?
—Soy atea, perdón Corrientes... Mi origen es judío, pero ya el ateísmo viene de mi abuelo que era comunista, así que vengo de una familia muy atea. 
—CL: Entonces la escritura es desapasionada desde el punto de vista religioso. Desprejuiciado.  
—Es desprejuiciado. Mi objetivo fue sacarme de encima todos los prejuicios como alguien se sacude el polvo. O sea, sacarme de encima los prejuicios, porque yo puedo ser tan prejuiciosa como un montón de otras personas, también en relación a la religiosidad popular, gente que me dice bueno son unas creencias. No, no, pará un poquito, no son una creencia, es religión. Entonces, ahí también me pongo como defensora.
—FA: Voy a hacer de psicoanalista: me parece que tu declaración de ateísmo esconde una creyente, en el sentido que una de las cosas que más me gusta de “Cautivas”, por ejemplo, es tu cariño, una especie de devoción hacia esas mujeres. 
—Mi religión es la escritura de verdad, mi religión, si tengo una religión, tiene que ver con la escritura y a partir de ahí los objetos o sujetos o sujetas que tomo cada vez, ahí dirían que hay un apasionamiento, o un fanatismo que se puede emparentar.
—CL: Presentaste hace unos meses “Súper Dios”, un ensayo sobre Maradona, no una biografía. ¿De qué habla ese libro?
—Sí, eso también tiene que ver con las derivas de los temas de “Cautivas”, “Santos ruteros” a “Súper Dios”, que es la construcción de Maradona como “santo laico”.  De alguna manera, la hipótesis del libro está puesta en ese subtítulo, con la idea de construcción, la idea de “santo laico”. Cuando muere Maradona, a través de las redes o gente que me empieza a preguntar “¿vas a escribir sobre Maradona santo? o ¿Maradona va a ser nuestro próximo santo?, ¿Maradona va a ser el próximo santo rutero?”, todas esas preguntas me las hicieron, y obvio que eso me generó algo potente y me empezaron a picar pelotas en la cabeza. No, santo rutero no va a ser ni es, Maradona no va a ser santo, Maradona fue un santo popular argentino desde el gol de la mano de Dios. Ahí tenemos el nacimiento de un santo, luego Víctor Hugo Morales acompañando y después los periodistas, el pueblo argentino, Nápoles.

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