Por José Gabriel Ceballos
El pasado día 19 publiqué en mi muro de fb un comentario en el que señalaba que la realización de los carnavales en la ciudad de Corrientes, en el contexto del desastre ecológico y económico que vive la provincia, es algo indignante y una muestra de la decadencia cultural y moral de aquella ciudad. Para evidenciar que tal mal social no es algo nuevo, mencionaba yo allí una crónica publicada por la revista “Panorama” en 1966, con la firma de Rodolfo Walsh, sobre los carnavales celebrados en la misma ciudad en aquel año pese a que entonces, en el mismo lugar, había centenas de familias evacuadas por una inundación del río Paraná. Un día después de mi comentario, el diario “El Litoral” de Corrientes publicó una nota firmada por un tal Emilio Zola (?), nota en la que se intenta refutar mi crítica al actual carnaval correntino. Como me siento aludido por dicho artículo, pues creo ser “el pensador que apeló a las crónicas de Rodolfo Walsh para desacreditar al corso desde el prisma clasista” (sic), al que apunta Zola, me permito ejercer mi derecho a réplica.
Lamentablemente debo empezar por una perogrullada, a lo que me obliga lo indefendible que pretende defender el Sr. Zola: cuando lo explicado por la razón más elemental no alcanza para convencer no queda otro camino que recurrir a las perogrulladas, como nos ocurre muchas veces ante los niños. He aquí Perogrullo: el carnaval es sinónimo de joda, de frivolidad, de alegría, de despreocupación. Nada lo es tan intrínseca, tan ónticamente como el carnaval. No se puede hacer carnaval sin estar en "modo joda", aunque el Sr. Zola pretenda cambiar esa verdad básica con estas supuestas palabras de un comparsero: “Salimos a bailar con la tristeza que a todos nos provocan los incendios” (sic). O ese comparsero miente porque no siente un cuerno de tristeza o lo aqueja una severa esquizofrenia. Y por el otro lado tenemos lo que sucede hoy en la provincia de Corrientes. No necesito explayarme sobre esto, apenas diré que lo que sucede en la provincia, fuera de ese carnaval capitalino, es duelo, sufrimiento, terror, luto, llanto, todo lo opuesto de lo que entraña el carnaval: joda, farra, baile, alegría. Pues bien, si colocamos los dos hechos en un mismo plano espacial y cronológico se produce inevitablemente un choque de sentimientos y una reacción de la inteligencia, y ello porque los dos hechos son por naturaleza incompatibles. En un mismo aquí y ahora, o hay uno o hay otro, y eso se extiende a todas las consecuencias de esos hechos. Así como no se puede sufrir carnavaleando, tampoco nadie puede compadecerse de un sufrimiento carnavaleando.
Por lo pronto, esto ya me sirve para contrarrestar el ataque dirigido contra mi comentario de fb por haber recordado en él aquella crónica de Rodolfo Walsh. Leo en la réplica del Sr Zola: “prisma clasista”, “puñado de palabras prosélitas”, cuando lo que yo tomé de lo que escribió Walsh aquella vez se limita simplemente a mostrar la convergencia de los dos hechos contradictorios, incompatibles, del carnaval y del sufrimiento. Y eso lo puede hacer un tipo de izquierda, de centro o de derecha. Los hechos están ahí, la convergencia en el tiempo y en el espacio de los dos hechos incompatibles está ahí. Que la fotografía (o la película) produzca una revulsión de sentimientos y una repugnancia intelectual es un resultado lógico independiente de la ideología del fotógrafo o camarógrafo, porque lo produce la convergencia fáctica misma, lo fotografiado o filmado. Pero es obvio que lo que intenta en ese punto el Sr. Zola es situar el asunto en el contexto de la grieta y arrastrar a sus lectores hacia el influjo de la grieta, para asegurarse una considerable cuantía de adhesiones. Pues, se equivoca el Sr. Zola. Acá no puede operar la grieta. Ni importa la ideología que tenía Walsh al escribir aquella crónica ni importa mi ideología, que dicho sea de paso está muy lejos de cualquier izquierda o clasismo (lo puede comprobar cualquiera que recorra un poco mi muro de fb). Por ahí no va la cosa. Nuestro asunto escapa de la grieta porque pertenece al ámbito del sentido común y de la moral, que, bien entendidos, sin torcimientos interesados, no son de izquierda ni de derecha: son o no son, y punto. Y por esto mismo no es cierto lo que afirma el Sr. Zola en cuanto a que este asunto puede tener un color si se lo mira como fotografía y otro si se lo mira como película. La indignación, el choque de sentimientos, el rechazo intelectual a que nos estamos refiriendo no se agotan “en el repentismo de lo visceral”(sic) sino que se ahondan cuanto más reflexionamos sobre el tema, por aquello de que, bien entendidos, el sentido común es uno solo y la moral también es una sola.
Sigue diciendo el Sr. Zola: “Veamos: lo primero que cabe preguntarse es si la realización del carnaval contribuye a avivar las llamas que ya han devorado más de 800.000 hectáreas de bosques y campos correntinos. Y luego, si suprimir el show de comparsas ayudaría a derrotar al enemigo flamígero. Ni lo uno ni lo otro. La celebración del Rey Momo no enciende ni apaga fuegos, simplemente transcurre en otro plano de la realidad…” (sic) También aquí se pretende desviar la lógica aplicable. Yo no estoy protestando contra estos carnavales correntinos porque su omisión sirva para apagar los incendios: estoy protestando porque su realización agrede a la inteligencia y a la moral en cuanto sirve para potenciar el sufrimiento de miles de correntinos, quienes deben llorar sus pérdidas viendo cómo en la capital de su provincia cunde la joda, la despreocupación y la diversión que significa innegablemente el carnaval. Si mi casa está de duelo porque mi familia sufrió una gran pérdida yo no voy a tolerar que se meta allí un comparsero a tocar su pandereta y a bailar, por mucho que su presencia no se halle vinculada a la pérdida que motiva mi duelo. No, viejo, rajá de acá; ya sé que no tuviste nada que ver con mi pérdida, ya sé que mi muerto no va a resucitar por el hecho de que te vayas, pero yo estoy sufriendo, mi familia está sufriendo, respetame, respetá a mi familia, pará la joda o andate.
Después incurre el Sr. Zola en otras bobadas que mal merecen ser respondidas, por lo que voy a referirme a ellas sólo superficialmente.
Dice, por ejemplo: “Es cierto que lo gestual es importante (…) Lo que no han sopesado los críticos de ambos bandos en esta nueva grieta que separa a defensores y vilipendiadores del carnaval es que lo gestual se puede compaginar con lo fáctico. Que se pueden expresar sentimientos de empatía, congoja y conmiseración sin dejar de cumplir con la misión para la que cada uno se comprometió. ¿O los All Blacks dejaron la camiseta en homenaje a Diego y se fueron de la cancha?” (sic). ¿De qué "misión" nos habla el Sr. Zola? ¿De carnavalear? ¿Es tan vital esa "misión" que no podía esperar unos días, hasta que pasaran los incendios, hasta que estuvieran mínimamente mitigadas nuestras heridas? Esperaron unos días por la emergencia del COVID, ¿no podían esperar un poco más? ¿Y qué tiene que ver aquí el homenaje de los All Blacks a Maradona? Aquello fue un homenaje a un muerto y a los que sufrían por él, esto es una agresión a los sufrientes. Y tras aquel homenaje los All Blacks se fueron a jugar un partido de rugby, algo perfectamente compatible con el homenaje que acababan de hacer. Este ejemplo de los All Blacks es tan extravagante como los otros que invoca el articulista Zola. Véase este párrafo: “Usar la circunspección de Winston Churchill y el coraje de Manuel Belgrano para endemoniar una tradición ancestral que nació en la pobreza de la cueva de negros, no resiste el menor análisis cuando tales ejemplos son cotejados con otros precedentes a saber: el show de Marilyn Monroe para los miles de soldados que mataban y morían en la guerra de Corea; o el concierto de los rockstars argentinos que en 1982 se pusieron a cantar en respaldo de la recuperación malvinera” (sic). Por lo pronto, con mi referencia a Churchill y a Belgrano sólo buscaba yo demostrar la importancia de lo gestual, algo que el propio Zola reconoce; no emparentaba yo a esos personajes con el fondo de nuestro asunto, en absoluto. Y el ejemplo de Marilyn Monroe actuando ante las tropas norteamericanas que peleaban en Corea y el de los rockeros argentinos actuando en 1982 para apoyar a los soldados que peleaban en Malvinas tampoco tienen nada que ver con nuestro caso, al igual que el ejemplo de los All Blacks homenajaeando a Maradona. MM y nuestros rockeros hicieron aquellas actuaciones artísticas para aliviar en los respectivos soldados el sufrimiento derivado de la guerra y para estimularlos a ellos al combate, todo lo contrario de lo que hacen los comparseros correntinos respecto a los damnificados por los incendios. Estoy seguro de que ninguno de tales damnificados se siente aliviado ni estimulado por esos carnavales; por el contrario, se sienten ignorados, olvidados y agredidos.
Y ya que estamos en ese párrafo suyo, Sr. Zola, permítame decirle que el carnaval correntino no es “una tradición ancestral que nació en la pobreza de la cueva de negros”. Los carnavales de la ciudad de Corrientes, tal como son ahora, nacieron a principios de los años sesenta del siglo XX, cuando la poderosa familia Sanabria, de arroceros, se mudó a la capital provincial desde Paso de los Libres, pueblo fronterizo con el Brasil, llevando ese concepto de carnaval tomado de la cultura brasileña y entusiasmando con él a algunas familias pudientes de la ciudad de Corrientes. Hacía muchísimo tiempo que no había negros en Corrientes, y antes de eso el carnaval correntino era un mero festejo sin relieve. Lo cuenta bien Rodolfo Walsh en su artículo de 1966. Yo lo he verificado al estudiar a fondo el tema para poder incluir los viejos carnavales correntinos en mi novela “Víspera negra”. Así que tampoco manipule “lo ancestral” ni se valga falazmente de la tradición, Sr. Zola. Lo que hacían aquellos negros en carnaval era otra cosa.
Tampoco es cierto que el carnaval de la ciudad de Corrientes sea una “fortaleza turística” (sic) de los correntinos. Insisto en lo que ya dije en mi comentario de fb: ese carnaval sólo arrima dinero a los bolsillos de unos pocos particulares por vía del turismo o de cualquier otro rubro. Aporta turísticamente incluso menos que el Festival del Chamamé (cuyo público, según un informe oficial divulgado el 26 de Enero pasado por el diario Norte”, estuvo constituido este año por un 90% de correntinos y chaqueños, por un 9% de argentinos de otras provincias y por menos del 1% de extranjeros, que son los que realmente pueden gastar mucho como turistas, dada la situación económica del país). Si la hotelería capitalina está “a full” (de lo que dudo), como dice usted repitiendo palabras del intendente correntino, es simplemente porque esa hotelería es exigua. La única “fortaleza turística” de los correntinos es el Iberá, y está ardiendo, lo que parece no importarles a los carnavaleros de la ciudad capital. Usted se pregunta qué deberían hacer dichos carnavaleros ante ese desastre: “¿Declararse en estado de clausura y llorar sobre las cenizas, o mantenerse en acción para que la industria sin chimeneas no se detenga y siga generando recursos que, después de todo, irán en auxilio del sector herido?” (sic). Ninguna de esas alternativas, Sr. Zola. Simplemente, posponer la joda por unos días más, en señal de respeto por lo menos hacia los que trabajan en la hotelería de ecoturismo gracias al Iberá, si vamos a enfocar la cosa desde la perspectiva de lo turístico. Y le aseguro que ni un solo mango del carnaval correntino va a llegar a ninguno de los damnificados, y si llega no va a servir para paliar en lo más mínimo las pérdidas millonarias en dólares derivadas de la sequía y los incendios. No manipule tampoco por ese lado la realidad, Sr. Zola, no altere sus dimensiones: si comparamos la trascendencia económica de los carnavales correntinos con la de la catástrofe, sus palabras, en este aspecto, resultan aún más ridículas, tanto como las declaraciones que usted cita de la Presidente de la Cámara de Turismo, aquello de que entre todos los correntinos deberíamos apoyar ese carnaval porque somos “resilientes y vamos a recuperarnos” (sic): ese carnaval no demuestra “resiliencia” alguna, sencillamente porque sus protagonistas no son los que sufren las pérdidas, no son los que deben recuperarse ni anímica ni materialmente de nada. No hay ningún productor rural damnificado ni hay ningún yacaré o venado con las patas quemadas en ese corso, y lo que allí sucede atenta contra la resiliencia de los que sí sufrimos la sequía y los incendios porque sentimos ese corso como una falta de solidaridad y de respeto, una indiferencia e incluso una agresión que nos retrae espiritualmente, que atenta contra nuestra resiliencia. Dejen esas fórmulas retóricas para la politiquería barata, que ya es mucha en esta provincia, por lo menos si quieren discutir con seriedad un asunto tan serio.
Me extendí demasiado, me doy cuenta. Creo incluso que quizá hubiese sido mejor no escribir esta réplica y que quizá sería mejor no publicarla, puesto que los enfermos morales casi nunca reconocen su enfermedad. Casi siempre buscan mil argucias, mil sofismas para disimularla, incluso para escondérsela a sí mismos, para no admitirla con toda su carga de miseria espiritual. Eso está ocurriendo con los que se sienten agraviados por el comentario que hice en fb. Eso ocurrió con quienes “genialmente” pretendieron convertir los carnavales correntinos en un acto de solidaridad, pidiendo que el público lleve mercancías para los bomberos y damnificados después de que la protesta se viralizó, y cuando no habían hecho ningún movimiento en ese sentido cumplida ya la primera noche de farra. Una solidaridad apócrifa por la naturaleza misma de las cosas, como dije al principio. Una solidaridad que no se hace verdad porque haya comparseros que, según el artículo que motiva estas líneas, “donaron sangre para los bomberos heridos” (sic) y comparsas que recaudan ayuda económica para esos bomberos. Podrían hacerlo sin bailar en el corso. ¿Acaso necesitan de la farra para inspirarse en su solidaridad?
Repito: sé que quizá estoy gastando pólvora en chimangos, pero también sé que mi comentario en fb que tanto ofende a Zola y a otros, a la hora de este responde fue más de mil setecientas veces compartido, además de circular profusamente por Instagram y en cadenas de Whatsapp, lo que me exige esta réplica a la réplica, defender una postura que tanta gente ha hecho suya.
Ese corso sigue pareciéndome un indicio de una ciudad cultural y moralmente enferma. No lo son todos sus habitantes, por supuesto, pero sin duda lo son muchos de ellos y lo es su “establishment”, su dirigencia, que hubiese podido hacer que ese corso se postergara por unos días. No escuché voces provenientes de ese “establishment” que se alzaran en protesta contra el hecho. Hasta ahora no leí ni escuché la protesta de ningún político capitalino relevante contra ese corso, de ninguna institución cultural de esa ciudad, de ningún periodista local. Ojalá puede leerla o escucharla más adelante. Y por lo menos espero que el diario “El Litoral”, que ha dado cabida a la réplica de una persona que firma con seudónimo, publique también esta contrarréplica que firmo con mi nombre y apellido.