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La metamorfosis de los medios y las noticias

Cuesta coincidir tanto en criterios divergentes como en jerarquía de la información. Los cambios colaterales no tienen idéntica velocidad que la tecnología. Quedan atrapados en la “oferta” de ignorar a bajo costo. 

Domingo, 10 de abril de 2022 a las 01:04

Por Adalberto Balduino
Especial para El Litoral

Es notable la evolución que han experimentado los medios, técnicamente, y del concepto añejo: llamar la atención como fuera. Produciendo dos aberraciones, que la gente busque otras cosas, pero en vez de ampliar calidad informativa se aferra a lo vil de ella, es decir, llegar como sea a la intimidad de los protagonistas más allá de lo permitido. Porque, importa más el comportamiento puertas adentro que la vida pública, aunque se tenga que llegar hasta la propia cama. O, sino, lo pueril, lo banal, en que el periodismo demuestra también cuán bajo ha caído, con temas descolgados, traídos de los cabellos, sin ningún aporte. Lo que de alguna manera permite concluir que la gente no piensa más y cualquier “chupetín” viene bien con tal de que lo entretenga. En la Argentina de hoy, donde controlar es el sueño dorado del poder, siempre se habla de contenidos, pero ellos dejan tanto que desear como un plan nefasto de embrutecer. Y, ojo, allí todos somos culpables por no darle la importancia que tiene, por ser tan mediocres en nuestras elecciones que también vamos detrás, omitiendo la inteligencia porque ella siempre nos hace pensar y pensar-hoy-es arduo y extenuante. Es internarnos en otros caminos, los valederos, que le escapan al chisme barato y a la brutalidad de la ignorancia compulsiva como orgullo desvergonzado de ostentarlo.
Por si faltaba algo más al respecto, días pasados en la puesta en marcha del “Plan Argentina Productiva 2030”, Gustavo Beliz se despachó, diciendo: “Vamos a profundizar los lineamientos centrales del uso de las redes sociales para el bien común.” Ya que el objetivo es evitar “que se deje de intoxicar el espíritu de nuestra democracia”. Sucede que hoy, ante frases rimbombantes a uno le carcome la duda, y en vez de aclarar complican el mensaje, como Cerruti ante la destrucción pública de estatuas de los Kirchner, en el sur, cuando lo denominó: “Violencia simbólica”, o Feletti ante el crecimiento inusitado de la inflación y por ende de los precios: “Milagros uno no hace”.
Todo es además, la suma de mensajes que no guardan coherencia ni uniformidad, y en vez de tranquilizar, preocupan de verdad. Hay un todo amasado, producto de la ineptitud que transforma y precita. Alguna vez, Marcos Aguinis hablando más de lo mismo, amplió la catarata de hechos que detonan y hacen perder certidumbre a todas las cosas que nos suceden: “La culpa y la responsabilidad no tienen suficiente vigor. Ambas se han desorientado, están algo perdidas en el laberinto de las “vivezas”, “curros” y “zafadas” que hemos sabido conseguir. Para ordenar nuestro país habría que cultivar a fondo, todo el tiempo, con esperanza, paciencia y obstinación, los rasgos que llevan al crecimiento de la responsabilidad, para que cesen las distorsiones que impiden su eficacia. Habría que devolverle plena majestad a la ley, castigar duramente las mentiras y frustrar la “viveza”. Siempre pienso en función de los poetas populares que han sabido expresarse sin rebusques, pero enalteciendo la palabra, dándole curso a la certeza, por dura que fuera, pero verdad al fin. Por ejemplo, Cátulo Castillo, autor, compositor, periodista, guionista radial, creador entre otro de “La última curda”, “Tinta roja”, “El último café”, etc.; justamente en “Desencuentro” habla de esa grieta que todos tenemos y que personalmente no nos permite llegar al final de nuestros sueños cuando dos ideas se oponen encarnizadamente. Parece una historia tragicómica que los argentinos adolecemos por nuestra propia dualidad, por el miedo de asumir, o casi siempre también por confiar ciegamente nos lleva lejos, muy lejos con lo que soñábamos. “Amargo desencuentro, porque ves / que es al revés…/ Creíste en la honradez / y en la moral, / ¡qué estupidez..! / Por eso en tu total fracaso  de vivir, / ni el tiro del final / te va a salir.” /
Me asusta la falta de lectura y por lógica la falta de capacidad de elección que conmina a que se demande lo nimio sin consecuencia, que no aportan absolutamente nada, de allí la naturaleza del material puesto a disposición, livianito, sin exigencias, peligrosamente cerca de la nada. Claro, siempre “cargar las tintas” tiene su cuota de interés desmedido porque “agranda la naturaleza de las cosas”, ocupando interés sin merecerlo, desviando el real camino que es informar lo más parecido a la realidad. Porque el periodista es el ojo y la voz de los acontecimientos; un narrador eficiente de cuanto sucede porque en definitiva son los lectores, los escuchas o los televidentes los destinatarios de tal o cual tendencia, con la ética como total principio. Porque un medio no camina solo, están sus “engranajes”, quienes lo hacen, pero más importante quienes lo consumen, porque el esfuerzo es común, es de todos. Bien cabe rematar la idea con ese proverbio africano que suma a todos, involucra y compromete: “Si quieres ir rápido ve solo; si quieres llegar lejos, ve acompañado. Eso somos.”
Esto es como a diario vemos, escuchamos y leemos, el estilo, las formas se fueron adaptando a ese público ajeno al esfuerzo, lejos de tener la capacidad de selección, por ello los contenidos con que nos encontramos. Entonces, por ejemplo, siempre lo digo con cierto humor, las revistas dedicadas a los medios hablaban de los profesionales que los hacían y llevaban adelante esas vías de comunicación, como así a lo que decían, cómo se decía y qué quedaba de balance positivo. Hoy, por la demanda de lo superficial, el nivel ha caído porque interesa mucho más con quiénes andan de pareja esos personajes. Es decir, que el interés se trasladó al chisme barato que los públicos piden y consumen. Al adaptarse a esa forma chata de informarse, claro que bajó la calidad, tratando de que no se piense más de la cuenta, porque amén de ser “trabajo pensar”, los públicos se resienten, abandonan el estilo de pensar, porque ello tira abajo las ventas, se desinflan las demandas. Nos acostumbramos a que la pavada ocupe atención y que lo importante pase desapercibido.
Guillermo Jaim Etcheverry, en su descarnado análisis de su libro “La tragedia educativa”, hace hincapié en la necesidad del saber en ascenso, porque es justamente el conocimiento lo que eleva y hace que los pueblos crezcan. Justamente, en esa falta de apego y dedicación, menciona a Albert Camus, cuando expresó a manera de sentencia al comprobar un balance en desmedro, en bajante y sin futuro: “Pudiendo hacer tanto, se atrevieron hacer tan poco.”
 Él cierra, con una frase que lo he repetido varias veces en mis artículos, porque debemos decirlo hasta el cansancio a ver si podemos cambiar algo: “De lograrlo, estaríamos ante la posibilidad revolucionaria que la tragedia educativa, cuyos claros signos hoy percibimos, termine por convertirse en tragedia de la civilización.” Si bien es cierto que la evolución nos ha llevado a una dinámica increíble, esa metamorfosis de los medios tampoco es ajena a la falta de búsqueda por recuperar estilo y conciencia. Poseer lo mínimo de criterio como para evaluar y criticar, que permita ponderar y elegir. Defenestrar o aconsejar.

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