Especial para El Litoral
Acá abajo. En la intercesión de los océanos Atlántico y Pacífico, en la esquina misma del cono sur, se levanta generosa Argentina. El país de los extensos campos, donde el verde enceguece y el aire pica de tan puro que es. “El granero del mundo”. La tierra prometida para miles de inmigrantes que sembraron sus esperanzas por la prole de una multitud de generaciones que, cimentaron ciudadanía. Hasta los judíos se dieron el gusto de vivir y componer tangos en Buenos Aires. Todos los sueños eran posibles, con una población en crecimiento y con promesas naturales que les pertenecían por derecho propio. Por el de trabajar y madurar sabiendo que esta tierra era tierra de promisión, y que a cambio daba petróleo, ganadería, campos poblados de agricultura donde sus frutos alimentaban a medio mundo, y todavía quedaba más. Su gente, un regalo del cielo, pacientemente con estudio y trabajo construyó la paz, ese estado en que es posible no solo enaltecer sino darse el gusto de soñar, con un país todavía mejor, que por ser inclusivo dota, confiere esa armonía en que el bienestar procura el equilibrio de todas las cosas. Pero el mundo se desarrolla y con él, todos los cambios que lo van transformado y al cual debemos ir acomodándonos, desechando lo malo de lo bueno. Es justamente allí, donde el criterio siempre nos juega una mala pasada, porque los errores que nos postergan se dan cíclicamente, cada vez con mayores consecuencias y un párate, que en vez de avanzar, retrocedemos. Es como un viaje eterno al pasado, un lastre que no nos permite vislumbrar el futuro tantas veces idealizado. Y, somos nosotros. Todos nosotros, los culpables porque a la hora de decidir está más en juego la lealtad que lo ideal. Convertimos la política en “religión”. En una obsecuencia a toda prueba que, “aunque yo perezca”, el consentimiento viene automáticamente aunque con ello nos estamos suicidando. Los eslóganes siguen estando, los relatos especulan verdades que por tan fantásticos nadie ya los cree. Un actor italiano con luchas similares pero no tan demenciales como las nuestras, llamado Toni Servillo, dijo algo que a ambos pueblos le son comunes: “La política ahora no hace cosas, hace eslóganes.” Y, para conferirle mayor carnadura, marcó un nombre que hizo de lo popular el carnaval del populismo, agregándole su mención como sello distintivo: “Y, eso lo inventó Berlusconi”. Acá, lo hizo hace bastante tiempo, el Subsecretario de Informaciones de Prensa y Difusión de Presidencia de la Nación, Raúl Apold, a quien lo tildan como “El inventor del peronismo”, y da título al libro de la periodista Silvia D. Mercado: “El inventor del peronismo. Raúl Apold, el cerebro oculto que cambió la política argentina”. Es más, reproduce parte de una charla que Perón dio en un curso de conducción política, donde se deja entrever que el poder es todo y la oposición no existe, y si existe en parte más no sea, tener “eslóganes a mano” es lo saludable para quien gobierna, y que la autora lo trascribe tan solo en un jugoso fragmento: “Crear un clima, una conciencia y un campo de cultivo tan agresivamente prevenido y armado de autodefensas ante las maniobras y las tácticas opositoras que éstas, de manifestarse, lejos de prender y arrastrar a una parte del Pueblo, fundiendo la oposición sistemática con fracciones de descontentos ocasionales, aísle a la oposición, la muestra en su total desnudez, y así, aislada del pueblo y desnuda de disfraces, pueda ser señalada como enemiga del bienestar de los argentinos y de nuestras perspectivas de grandeza nacional”. (página 226). La autora se pregunta a propósito: “¿Por qué, cada tanto en la Argentina, aparecen gobiernos que se sienten obligados a tener todo el poder? ¿Por qué no puede compartir el poder con otros actores sociales, como el periodismo, por ejemplo, tal como sucede en tantas partes del mundo?” (página 296). En cada época, en cada gestión, siempre existen preguntas sin respuestas, pero son los hechos que luego preguntan comprometiendo. Es como el fenómeno físico que comprobamos con el mal tiempo, primero el relámpago que con la velocidad de la luz se adelanta advirtiendo que detrás, pasados unos segundos, los truenos se “vienen a degüello”, expresando su enérgica presencia como de rabia, diciéndonos a toda voz que hay mucho más, que tiene suficiente resto para aniquilar. Es el tiempo amenazante que cuando desata su energía potencial, vemos cuán chiquitos somos ante la naturaleza desmadrada.
Unas de la cosas que suman postergaciones con regímenes que dejan mucho qué desear, es la bondad del pueblo que siempre premia inmerecidamente a quienes realmente no hacen mérito. Es la desmedida fe de ciudadanos de buena fe, que tampoco tienen la bola de cristal para prevenirse con semejantes pandemias humanas que la historia nos reserva. El ciudadano es noble, deposita en ellos toda su gratitud. Es esperanzado. Dibuja en sus sueños republicanos, imágenes de ensueño como el hallazgo del “edén perdido”, como la tierra prometida que supimos ser, pero que definitivamente con el paso de los años la realidad fue deteriorando esas imágenes que el pensamiento sabe dibujar con maestría. A veces exagerando, otras siendo cautos y cuidando toda estentórea manifestación, sin todavía tener los datos precisos que les permita elaborar con certeza ese pálpito que lo desvela. Recuperar la Argentina perdida, poniendo trabajo denodado, convicción de lo que hacemos, esperanza renovada. Tomando todo lo útil que fuimos dejando como la honestidad, la decencia, pero en presente para que sí pueda transformarse en futuro. No quedarnos anclados en sueños que no somos capaces de repetirlo, agiornado con el presente, abiertos al mundo. Volver a ser la tierra prometida, que lo somos, simplemente que los culpables somos nosotros por soberbios, pero sin embargo está allí fértil y generosa. Me parece apropiado, concluir, con un fragmento del prólogo que Heriberto Muraro escribiera para el libro “Medios de comunicación y cultura popular” llevado a cabo por los especialistas, Aníbal Ford, Jorge B. Rivera y Eduardo Romano: “Los argentinos necesitamos reencontrarnos, retomar el protagonismo cultural, reparar los hilos de un desarrollo intelectual parcialmente cortados por el autoritarismo, preguntarnos por nuestra propia identidad nacional”. Convirtamos las palabras en hechos. Asumamos el compromiso. Hacerlo realidad. Volver a soñar por el país que no supimos ser. Unidos y en paz.