Nuestro barrio es una fuente de renovadas noticias. Paseando y mirando el museo que se abrió en la Casa de los Martínez por la calle Quintana entre Rioja y Salta, me puse a conversar con una señora memoriosa quien me informó de algo que yo no sabía, y los motivos por los cuales cierto colegio cercano tiene alguna presencia extraña en su interior.
No es el único, así que a no sentirse entusiasmado por ello.
En un cuento anterior había narrado la tragedia del primer escribano de Corrientes, don Desiderio. No sabía que la casa que habitaba fue el escenario de su muerte trágica, por dos motivos, el primero porque se suicidó ahorcándose y el segundo porque en esa época de pensamientos retrógrados sociales, los suicidas no tenía ningún tipo de consolación religiosa, las familias debían llorarlos solos y sin acompañamiento espiritual alguno. Todo ello complicaba no solo la memoria del difunto sino que no hace mucho tiempo, los suicidas eran enterrados en lugares específicos de los cementerios alejados de los buenos muertos con confesión o sin ella, pero reconfortados por los sacerdotes. Ello ocurría aun cuando el Estado había dispuesto la secularización de los cementerios, es decir eran laicos, pero la fuerte presencia de los católicos seguía y en algunos casos sigue imponiendo normas que espantan.
El bueno de don Desiderio, que poca suerte tuvo en su vida con sus hijas, las dos muertas, sacrificadas, decidieron sin más quitarse la vida por no percibir en ella ninguna satisfacción para continuar con el duro trabajo de existir, fue a uno de los tres sótanos, el que está debajo de una escalera, hoy, rellenado o sellado por precaución de los nuevos propietarios, amarra la cuerda con un lazo bien armado y engrasado para que corra sin inconvenientes del gancho de los fiambres, que yacían en el piso al ser descolgados, colocó una silla, metió el cuello dentro del lazo, se ajustó conveniente, pateó la silla y en ruido seco rompió el silencio del ambiente oscuro cuando el cuello se quebró. Desiderio murió rápidamente como si la muerte se apiadara de él después de tanto sufrimiento, su velorio, en su casa reunió solo a sus íntimos amigos, porque en las malas desaparecen los miles que dicen serlo, una ceremonia sencilla con unos pocos familiares integrando el conjunto de dolientes.
Un buen cristiano, rompiendo las reglas vetustas del escarnio al suicida, se atrevió a rezar en voz alta una o dos oraciones previstas para estos casos. El cortejo fúnebre, al día siguiente, fue también sencillo pues la gente asustada, ni siquiera se persignaba cuando pasaba el cajón en un carruaje tenebroso tirado por caballos, pocos autos detrás, el suicida no merece respeto, según afirmaba un comentario periodístico de la época, como si al pobre don Desiderio le importara un comino.
Sin embargo un ahorcado no pasa así nomás al más allá, suele quedar en estos espacios que habitó y amó, habitó y odió, para cerrar viejas cuentas o terminar algunas tareas.
Es así que en determinados momentos, muy temprano o a los atardeceres, especialmente los días lluviosos, el aparecido de don Desiderio con sus exquisitos trajes a medida, atraviesa limpiamente las paredes con un libro de esos de protocolo de los escribanos, con lomo de cuero y se dirige hacia delante de la casa hoy habitada por otros pasajeros del tiempo, algunos se acostumbraron a verlo y como no hace nada, forma parte de la escenografía del lugar y los niños inocentes, que habrán escuchado la historia de Don Desiderio, gritan en el patio -¡Allá va Don Desiderio con su libro!, vanos son los intentos de celadores y maestros de acallar la bulla. Algunos de los mayores guardan un respetuoso silencio como si no vieran nada, otros en cambio supersticiosos se persignan ante el extinto que murió en la infamia del suicidio.
En ciertas noches se escucha el llanto de una mujer, suponemos que es de la hija que murió en el fondo de la casa, encerrada con rejas como si fuera prisionera, otras veces se oyen sus gritos.
Comentan los que conocieron a la familia, que la muchacha, hija de Don Desiderio, enloqueció cuando le prohibieron una relación con un joven de fina estampa pues fruto de los amores clandestinos de su padre, resultó ser su medio hermano. La locura llevó de la mano su endeble entendimiento, postrándola de por vida en una habitación con rejas, donde se dice, murió de amor con la ayuda de su hermana. En otras ocasiones, sin vestigio alguno de intrusos se dispara la alarma de la casa cuando la figura del muerto pasa frente a los sensores, en los monitores no sale más que un brillo que se mueve.
Cuando sus libros estaban siendo vendidos, el aparecido del cuento observaba y se apreciaba que la figura fantasmagórica tomaba nota, los compradores, muchos de ellos ajenos a la historia de tanta desgracia acumulada, entre ellos yo, observábamos esta figura rara en un rincón, preguntándonos quien era el misterioso inventariador.
Es por ello, que los libros que compré en lo de Don Desiderio los conservo con mucho respeto y cariño, en homenaje a un hombre que tanto ha sufrido en vida y ni en la muerte tiene paz.
Entre los falsos amigos que desaparecieron ante la tragedia comentan que algunos sueñan con el muerto, otros lo ven y viven con miedo a lo desconocido. A los ocasionales gritos y llantos de la hija muerta y la figura etérea del expasajero de la casa, los actuales habitantes se fueron acostumbrando a ello.
Por Enrique Eduardo Galiana
Moglia Ediciones
Del libro “Aparecidos, tesoros
y leyendas”