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“La caligrafía es la base de toda disciplina afín a las letras”

Hablar de caligrafía implica necesariamente recordar desde las tablillas mesopotámicas a las tradiciones de escritura antigua en Grecia o Roma, de los rollos a los códices. Biblias, salterios, libros de las horas, manuscritos musicales, crónicas, bestiarios o herbarios.

Por Carlos Lezcano

Especial para El Litoral

La tradición medieval nos recuerda que el término manuscrito significa, obviamente, hecho a mano. El escriba de entonces, copiaba textos precedentes de otros manuscritos porque en realidad hubo muy pocos textos nuevos en esa época lejana y luminosa de la humanidad.

Las caligrafías estaban a cargo de monjes y monjas que trabajaban en un scriptorium de los monasterios, pero a finales del siglo XIII se multiplicaron los hombres y mujeres laicos que empiezan a hacerlo para cortes y particulares.

Un hito en la historia de estas actividades significó la labor de Carlomagno, en el siglo IX, que propuso la minúscula carolingia como caligrafía uniforme para los copistas. En el siglo XIII surgió la caligrafía gótica, con letras  en ángulo vertical y muy decorativas, tendencia que volverá a cambiar con los humanistas italianos y su regreso a las minúsculas pero con una impronta local llamada luego románico. Sin embargo, en muchos lugares se siguió usando la gótica, al punto de que la célebre Biblia de Gutenberg usa esa caligrafía.

En los siglos XV y XVI aparece la llamada cancilleresca italiana, una caligrafía sencilla y de rápido trazo en cursivas.

“En algún  momento de la década de 1440, un joven grabador y tallista de piedras preciosas del arzobispado de Mainz, cuyo nombre completo era Johannnes Gensfleisch zur Laden zm Gutembertg (Gutenberg), comprendió que podía ganarse mucho en velocidad y eficacia si las letras del alfabeto se tallaban en forma de tipos reutilizables, en lugar de los bloques de madera que por aquel entonces se venían usando ocasionalmente para imprimir ilustraciones”, dice Alverto Mangel en “Una historia de la lectura”.

Entre 1450 y 1455, Gutenberg produjo una Biblia, el primer libro impreso con tipos móviles, sistema que se replicará por muchos años hasta la llegada del mundo digital, pero ni uno ni otro sistema eliminarán las formas manuales de producción que continúan hasta hoy.

Esta nota de El Litoral da cuenta del proceso personal de Ramiro Nuñez, uno de los protagonistas de estos caminos relacionados con la caligrafía y la tipografía en el siglo XXI en Corrientes.

—¿En qué momento te diste cuenta de que tu vida profesional pasaría por donde pasa hoy?

—No hay un momento exacto, se fue dando. Siento que hoy en mi trabajo confluyen tres tareas. Una tiene que ver con el diseño, me formé en la Universidad Nacional del Nordeste, ejerzo como diseñador gráfico. Hay otra muy importante, la docencia: soy profesor en la Facultad de Diseño (FAU) de la Unne y la Cuenca del Plata. Y después mi lado emprendedor.

—¿Cuándo te diste cuenta de que harías la carrera de diseño y cómo esa carrera de diseño derivó hacia tus estudios sobre caligrafía?

—La verdad que inicié la carrera sin saber mucho acerca de la disciplina, así que estuve los primeros años intentando entenderla. Es una carrera joven en la región, pero hoy me genera pasión, en especial las letras, la tipografía, que dentro del diseño gráfico es un campo muy importante.

—Estudiaste eso específicamente después.

—Sí, después de egresado empecé a interesarme, a formarme, a entrar en contacto primero con la caligrafía, después con lettering, hoy con la tipografía.

—Decís: caligrafía, lettering y después tipografía. ¿Podés contar qué es cada cosa?

—La caligrafía es la más conocida a nivel histórico y tiene que ver con la escritura manual, es herencia, oficio, tradición. El desafío en la caligrafía consiste en lograr la forma de la letra en la misma ejecución del trazo; no se admite tanta edición posterior. Requiere una profunda conexión entre el sustrato que es el soporte (puede ser papel, puede ser tela), el medio (que puede ser la tinta, témpera o cualquier cosa que deje materia), la herramienta (pluma, pincel, tiralíneas) y por supuesto la persona. Estos elementos se conjugan y repercuten en la obra. Para que te des una idea, hay gente que dedica la vida a la caligrafía, en la cultura Oriental es más común. No me considero calígrafo, porque merece un tiempo que yo no le otorgo, pero me gusta mucho y me ayuda a tomar mejores decisiones al momento de hacer un lettering o diseñar una tipografía. La caligrafía es la base de toda disciplina afín a las letras.

Sobre el lettering (o rotulación) puedo decirte que es el dibujo de caracteres, palabras o frases cortas y donde sí se editan las formas mediante procesos artesanales, digitales, o combinados. Es lo que más hago y también disfruto.

La tipografía en cambio son alfabetos preestablecidos, diseñados para componer, con funciones específicas, por ejemplo para llamar la atención (como los títulos) o para un texto corrido. Actualmente las tenemos al alcance cada vez que escribimos algo en la compu o en el celu. El diseño de una fuente tipográfica requiere de mucho tiempo, en promedio un par de años dependiendo de la complejidad del proyecto, de los signos que se necesiten, si es para uno o varios idiomas, para diferentes soportes, usos, entre otras consideraciones.

—¿Cómo se lleva adelante esa formación?

—Justamente ahora me estoy formando en la Maestría en Tipografía de la Universidad de Buenos Aires (UBA), donde estudiamos la historia de la escritura, de las letras; teoría; aprendemos sobre los procesos de producción, actualmente digitales; abordamos aspectos del lenguaje para proponer sistemas de signos que de repente puedan representar, no lenguaje, porque es imposible, sino parte de alguna lengua. En el caso mío, estoy abocado al guaraní.

La formación del lettering es un poco más independiente y autodidacta en mi caso. Participé de talleres con referentes en el tema, pero más que nada propongo desde mi lugar y perspectiva. Dicté también varios talleres acá en la zona y en Buenos Aires en Espacio Virgen, un lugar al que le guardo mucho cariño.

Respecto a caligrafía, estudié cancilleresca principalmente (dentro de tantos estilos que hay). Se da a inicios del siglo XVI en Italia. También algo de fundacional, de mayúsculas romanas, de neuland. Tengo dos maestras (no hay muchas en Argentina): una es Silvia Cordero Vega y la otra es Betina Naab, con las que tomo clases cada tanto; siempre sigo aprendiendo.

—¿Qué se estudia? ¿Qué estudiaste con ellas?

—En la caligrafía se estudia el reconocimiento de los materiales, la manera de construir los alfabetos según el estilo. En general se recuperan ejemplos históricos y de acuerdo a la mirada de la persona que modera, se ponen énfasis en algunas u otras cosas. Por supuesto que lo que se hace es una interpretación de esas letras.

Me pasó que en la pandemia hice caligrafía por Zoom y no conseguía determinadas herramientas porque acá no hay. Esos factores, la tecnología, la persona, el medio, el modo en que te enseñan, las condiciones, repercuten en la forma de la puesta. Pero lejos de que para mi eso sea algo negativo, lo tomo a favor. Creo que el desafío en el diseño es un poco ese, el cómo proyectar y cómo proponer con los recursos que hay al alcance. El contexto y sus condicionantes sugieren y determinan el proceso y el resultado, los rasgos propios de un momento y lugar. En definitiva pienso que es favorable.

—En ese sentido, contame el paso de lo manual a lo digital, si es que fuera así, ¿o sigue siendo todo manual?

—La caligrafía fue y es manual; el lettering permite optar; en cambio la tipografía sí hoy es digital, aunque tiene sus orígenes en procesos artesanales.

Esa tipografía, la de los tipos de plomo, fue de las invenciones más importantes de la historia, entendiendo que a partir de entonces se pudo difundir textos y saberes. Esa primera tipografía imitaba la forma de la caligrafía de la época. Por ejemplo, la conocida Biblia de Gutenberg de 42 líneas producida en el siglo XV en Maguncia (hoy Alemania), está basada en el estilo gótico. Fue revolucionaria gracias a la posibilidad de reproducir textos de manera seriada. En otro ejemplo, Martín Lutero pudo extender sus ideas y, a la vez, favoreció el consenso de la lengua y la escritura vulgar de los germanos.

—¿Cómo es la relación entre estos trabajos y las imágenes en un mundo como el de hoy?

—A mi entender, las letras, sean caligráficas o tipográficas o rotuladas, presentan esta dual dimensión: por un lado son imagen, podemos concebirlas como imagen y, por otro lado, también como palabra de acuerdo al contexto. Me parece que la letra en conjunto representa parte de una lengua, algo que ya se dijo y que permite recuperar o interpretar o mantener vivo algo. Entonces, la imagen y la palabra confluyen y forman parte de un todo. Esa es mi visión acerca de la letra y su importancia.

—Históricamente ha sido así, en todo el Medioevo con los libros iluminados. Esa tradición de libros hechos uno a uno.

—En un principio, como decís, los libros se hacían íntegramente de manera artesanal. Los antiguos copistas eran personas muy formadas y se dedicaban exclusivamente a eso. Reproducían obras por encargo de la iglesia u otros organismos vinculados al poder y las distribuían en círculos sociales limitados, el conocimiento era para unos pocos.

La llegada de la imprenta condujo a una transición hacia lo mecánico, aunque los primeros libros impresos, llamados incunables, mantenían algunas intervenciones a mano como las ilustraciones de las capitulares (letras que inician un párrafo).

En la actualidad se ha perdido bastante el hábito del trabajo manual en el rubro, pero aún quedan personas que siguen eligiendo esa forma. A mí me gusta muchísimo, por eso hago caligrafía, por eso dibujo y experimento técnicas de representación. Pero también trato de profundizar en el contenido, en el mensaje que pueda construir a través de lo que hago.

—Ahí entra otra de tus pasiones vinculada con esto, que es relacionar esta actividad con tu amor por la lengua guaraní. ¿Podés contarnos ese vínculo?

—Creo que tiene que ver con mis raíces maternas paraguayas. Siempre escuché guaraní en mi casa, después pude estudiar en la extensión de la Unne con el profesor Félix Fernández. Y como sucedió con las letras, fue algo que fue creciendo, sobre todo cuando descubrí que me permite encontrar un sentido a lo que hago, no solo en lo profesional, sino también en mi vida.

Hay un libro muy interesante, “Breve historia de los pueblos originarios en la Argentina” de Carlos Martínez Sarasola, donde él proponía valores que está bueno rescatarlos y con los que coincido plenamente: hablaba del respeto por la naturaleza, del sentido comunitario y de lo sagrado de cada acto de la existencia. Esas tres cosas son fundamentales y me dan, ya te digo, el motivo para hacer lo que hago y compartir lo que me parece que está piola.

—¿Cómo abordar eso? Porque el guaraní justamente es ágrafo; es decir, no es un idioma escrito...

—Bueno, hasta la llegada de los jesuitas y su imprenta fue ágrafo. Es el caso de Antonio Ruiz de Montoya que ha publicado “Tesoro de la lengua guaraní” entre otras obras, tomado caracteres del alfabeto latino para representar la lengua. Este evento, por un lado, colaboró con su supervivencia, pero desde entonces podemos decir que hay grafía. Antes de eso la transmisión del saber era oral, se jerarquizaba la palabra, se la respetaba y valoraba. Es un aspecto de la cosmovisión que me parece interesante rescatar, sea oral o escrita.

—¿Y qué hacés con eso, en qué consiste tu trabajo en ese aspecto, tomar eso y reformularlo, trabajarlo, cómo?

—Creo que no puedo escapar a la interpretación de esos conceptos. Me parece que el guaraní en nuestro caso, en nuestro territorio, es algo vivo y que de alguna manera nos interpela y está presente. A mí por lo menos me sale estar en contacto, soy feliz al pronunciar, escribir y al conocer la etimología de sus palabras. Creo que eso aporta y hace a la comunidad. Para mi la lengua es estructura, es un saber, es decir, es el código que identifica a los que tratamos de relacionarnos con ella, con su cosmovisión.

—Tenías un emprendimiento en el que tomabas palabras en guaraní y las ponías en prendas de vestir, por ejemplo.

—Claro, Avañe’e~ es mi emprendimiento, desde el 2012 que vengo trabajando. Si bien persigue fines comerciales, no se limita a eso, también aspira a compartir, difundir, construir, interpretar la lengua y la cultura guaraní local desde una propuesta gráfica contemporánea.

Trato de trabajar cada vez que puedo con otros colegas invitando a colaborar en proyectos específicos. Es el caso de Eugenia Kusevitzky y Luciano Fasan, con quienes trabajamos en estampas alusivas a la flora y fauna nativa que ahora se ofrecen en remeras. En general es lo que más se conoce, pero aspiro a contar el día de mañana con otras propuestas vinculadas a la tipografía por ejemplo, ya que actualmente para quienes escriben digitalmente en guaraní, hay limitaciones en el acceso desde los teclados a las letras específicas de la lengua (como a las vocales nasales: a~, e~, i~, o~, u~, y~; o al puso: ’), además de las pocas fuentes que cuentan con estos signos en sus alfabetos.

Creo que hay espacios de posibilidades, mucho por hacer desde el diseño y la tipografía para con “ñande” cultura.

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