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Ser amigo de Dios y el diablo, ¿se puede o no se puede?

Por El Litoral

Domingo, 15 de mayo de 2022 a las 02:32

Por Emilio Zola
Especial
Para El Litoral

Íbamos bien, pero hasta 2019. Parece una conclusión forjada en la fábrica política de Juntos por el Cambio, pero no es así. Es la idea que cunde en el seno de la alianza gobernante, corroída por una interna sin retroceso que al mejor estilo Pimpinela tiene al presidente Alberto Fernández y a su vice, la exjefa de Estado y postuladora del primero, entrelazados en el lodo de una disputa suicida.
Después del acto en la Universidad del Chaco Austral, donde Cristina lanzó dardos al centro neurálgico del albertismo, el Presidente armó una gira europea para darse aires de estadista y, de paso, mandarle colacionados verbales a su compañera de fórmula tanto en “off” como en “on the record”. Sin los frenos inhibitorios que demostró en ocasiones pasadas, cuando sobreactuaba lealtad con epítetos lisonjeros, el jefe del Ejecutivo nacional declaró públicamente diferencias con su segunda al mando y ratificó un rumbo que no deja de ser difuso, al declarar la abstracción de siempre: “Me preocupa solucionar los problemas de los argentinos”.
Hay que decir que desde tiempos inmemoriales la soberanía propia adquiere vigor en la medida que es reconocida por otros soberanos. Como en los primeros intentos de organización nacional, luego de la Revolución de Mayo, los directoriales buscaron el aval de las potencias extranjeras para adquirir estatus de país independiente, el debilitado presidente argentino acudió al corazón de la élite mundial para mirarse al espejo de los líderes de la Unión Europea en busca de un reflejo que lo positivizara.
¿Lo logró? En el plano simbólico podría decirse que sí. Pero es un logro “bijouterie”. Es cierto que se codeó con el rey de España, con el presidente del mismo país, Pedro Sánchez; con el canciller alemán, Olaf Scholz; y con el reelecto presidente de Francia, Emmanuel Macron. ¿Para qué le sirvió? Para cultivar apariencias.
Fue en busca de las fotos (más apropiadas para el álbum de sus recuerdos personales que para impresionar al electorado nacional) y de algunas expresiones de compromiso como esa de que “Argentina es un socio confiable”, pronunciada por el sucesor de Merkel en medio de una guerra que convierte a Alemania en un cliente ideal para el gas que duerme en los subsuelos argentinos, paradójicamente inaccesible por falta de cañerías.
Da la sensación de que Alberto, golpeado por las encuestas, jaqueado por la inflación de seis puntos mensuales que su ministro de Economía nunca pudo controlar y desahuciado por su exmecenas Cristina Fernández de Kirchner, aterrizó en el Viejo Mundo con el afán psicológico de consuelo. Puede que hayamos sido testigos de un acto subconsciente monumental: mezclarse con los que ganan (Macron, Scholz) para asociarse a victorias ajenas por efecto de la ósmosis, para beber de sus secretos legitimadores cual pócima druida. 
Visto de otro modo, el titular del Gobierno argentino buscó una vez más aplicar las máximas del Viejo Vizcacha con su consabida estrategia de recostarse por el palenque de los más poderosos. Ya no con Vladimir Putin, a quien le doró la píldora más de una vez, sino con el bloque conformado por sus hoy enemigos geopolíticos, aliados de Ucrania en una guerra con final abierto. 
El problema es que no le estaría saliendo muy bien el intento de aplicar la picarezca telúrica de José Hernández. Veamos…
El Viejo Vizcacha desgranó en el Martín Fierro una serie de consejos útiles para la supervivencia, de los cuales citaremos algunos como los que siguen: 

Hacete amigo del juez
No le des de qué quejarse;
Y cuando quiera enojarse
Vos te debés encoger,
Pues siempre es güeno tener
Palenque ande ir a rascarse.

Está claro que si Alberto lo intentó, sus movidas para construir una cabeza de playa en el menos político de los poderes resultaron infructuosas, por cuanto es el primer jefe de Estado en largos años que no logra generar lazos de afinidad con la Corte Suprema. Lo consiguieron Alfonsín, Menem, De la Rúa, los Kirchner y el propio Macri, pero el actual mandatario aparece huérfano de amparo judicial.

Nunca le llevés la contra
Porque él manda la gavilla
Allí sentado en su silla
Ningún buey le sale bravo
A uno le da con el clavo
Y a otro con la cantramilla.

El presidente surgió como un candidato intrínsecamente débil, emanado de la voluntad fáctica de Cristina Fernández de Kirchner. No es la idea calificar de gavilla a ninguna formación política, pero siempre se dio por sentado que la jefa del aparato partidario que llevó al actual mandatario a la Casa Rosada no es otra que la vicepresidenta. Por ende, hoy Alberto sufre la cantramilla (picana) de su compañera de binomio. Hubiera sido más coherente que aceptara la subordinación originaria aun padeciendo el apelativo “títere”, tacha que de todos modos mereció como un costo del privilegio que implica el haber ocupado el Sillón de Rivadavia en condiciones tan excepcionales.

No andés cambiando de cueva,
Hacé las que hace el ratón—
Conservate en el rincón
En que empesó tu esistencia—
Vaca que cambia querencia,
Se atrasa en la parición.

En este caso el Viejo Vizcacha emite un mensaje aleccionador para quienes rompen lazos con el sector que los vio nacer a la vida política. Se aplica al errático derrotero que transitó el actual Presidente hasta la actualidad. Si bien nunca se supo claramente cuál fue su matriz ideológica, el enfrentamiento con la viuda de su gran amigo Néstor Kirchner no le rindió los dividendos que esperaba.
El poema costumbrista más famoso de la literatura criolla ofrece muchas otras recomendaciones prácticas para alcanzar el éxito en el devenir de una existencia vertiginosa como la de cualquier referente político, pero a fin de no alargar un texto que sólo persigue el objetivo de contribuir al análisis del lector con modestas contribuciones alegóricas, esta columna elige como conclusión el que quizás sea el súmmum de los apotegmas albertianos: “Hay que andar bien con Dios y con el diablo”.
La versión oficial del famoso refrán pregona exactamente lo contrario, pues como dice el Papa Francisco en sus homilías, “no se puede andar bien con Dios y con el diablo”. Sin embargo, en estos dos años y medio de gestión, el jefe del Ejecutivo nacional se esforzó por practicar la condescendencia permanente, cualquiera sea la catadura moral, ideológica o conductual de sus interlocutores.
Quizás sea como consecuencia de esa tendencia utilitarista y pendular de perseguir cobijo en tan diversos refugios, que su gira europea no haya podido incluir una visita oficial al Vaticano. Si estuvo en Madrid, Berlín y París, ¿Por qué Alberto no pasó por Roma? Dicen por lo bajo que sí lo hizo, pero que el Sumo Pontífice no quiso atenderlo.

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