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Hablar y no decir

Qué estéril es hablar y no decir. Debemos hacernos escuchar con verdades y sin relatos. No omitiendo la gravedad ni las culpas. Oyendo se previene, se persuade. Se hace entender.

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral

Es el murmullo previo que se produce en uno: las ganas de decir para que todo cambio se concrete. Sin embargo, por miles de razones el ciudadano no siempre es franco. Liberar sus pensamientos. Protestar. Rebelarse. Hacer oír sus ideas. Todo termina en las formas, o casi siempre se detiene a mitad de camino. Vaya uno a saber cuántas razones se interponen en ese tobogán de silencios y gritos, que siempre salimos diciendo algo impensado, o simplemente masticado bronca, o tan solo el deseo de ser libres de nosotros mismos. Es el hablar y no decir. Ese punto intermedio que se ubica a mitad de camino, entre la sumisión y el miedo, o el “no te metás”.

El escritor argentino, autor entre otros de “Escupir sangre”, “Soy la peste”, “El buen dolor”, etc., que levantó polvareda en la edición 46 de la Feria del Libro, ha sido Guillermo Saccomanno, cuando profirió en su mensaje de presentación: “Esta es una feria de la industria y no de la cultura”. Más luego, ampliando un poco más el primer chubasco, agregó: “Se me cae de vergüenza la cara si no digo lo que pienso y siento”. Por allí, como forma definitoria a ese silencio argentino de hablar y no decir, sumó: “Es un país careta”. Es que somos de doble faz. Luego nos arrepentimos. No condeno, sino celebro el poder decir lo que otros no pueden, o no se animan, o mejor dejarlo así. Que proliferen esos innecesarios silencios que luego nos condenan, postergan, invalidan, enmudecen, minimizan. Para aquellos adoradores de la historieta, agrego, Guillermo Saccomanno junto con el dibujante Carlos Trillo, compiló minuciosamente hace un tiempo la “Historia de la historieta argentina”, una joya del dibujo y la evolución y brillo de este género con grandes creadores. 

De un tiempo a esta parte, los argentinos seguimos “por entrega” las vicisitudes temperamentales de la vicepresidente y el presidente, que hacen tambalear “la piedra movediza” de la institucionalidad del país. Dos facciones,  enardecidas y opuestas como sucede en la obra musical West Side Story, conocida en castellano como “Amor sin barreras”, que antepone la “guerra” por las diferencias raciales, costumbres y el manejo del poder, hasta caer en el extremo instinto primitivo de matar. El espectáculo teatral de Leonard Bernstein y Stephen Sondheim, sobre dos pandillas del oeste de la ciudad, que se disputan territorio y hasta el amor como supuesto viento de paz. 

En nuestro caso, en vez de bailar como en la obra musical llevada al cine, nos hacen bailar a los argentinos, más específicamente y sin contemplaciones con los que residen en ese tenebroso 50 por ciento de pobres, para que la inflación que no han sabido contener nos trague definitivamente a todos. Es decir, también al otro 50 por ciento que mira cómo el agua le llega a los pies.

Como me gustan los dichos, que siempre son frases que ahorran el trabajo de expresar, porque son claras definiciones nacidas y cultivadas por la misma sociedad, como la fiebre al termómetro, siempre dicen mucho más, no se resignan, y son claras como el agua, procuro tener memoria. Por eso menciono al escritor argentino y también con carrera en Cancillería, Abel Posse, autor de “Los perros del paraíso”, quien dijo: “La sociedad está aplastada  por lo surreal, asfixiada por una opresión estúpida y resignada por cobardía”. Es cierto, vivimos asfixiados por cobardía, por los valores que han perdido el tope de lo mínimo, con presupuestos extinguidos mucho antes de fin de mes. Es una situación repetida pero atípica en su gravedad, y poco humanitaria porque nadie se salva de ella; pero seguimos hablando sin decir. Se trata de un diálogo de sordos.

Cómo algunos medios electrónicos han sabido sádicamente invertir el interés de las cosas concretas como un escape de la realidad, la inflación, la inseguridad, la falta de horizonte por falta de oportunidades, transformando a la “pelea de palacio” en único tema, manipulado por intereses con estériles discusiones sin corregir absolutamente nada de lo prometido. Esto me hace acordar que en México, donde la mafia elimina a periodistas y a todo aquel que se le oponga, lo dicho por la escritora y periodista de ese país, Lydia Cacho: “Un día sin periodistas sería un mundo habitado por el silencio o la mentira”. La mentira es la más cruel de las armas. 

Solamente el silencio, la prudencia, la mesura o el respeto, pueden acallar esta pelea donde se cuecen muchas achuras y se juegan intereses personales que desdibujan la verdadera vocación de los candidatos, el poder, la impunidad, la inmunidad, lugares y promesas comunes en el andamiaje de la estructura gobernante; toda ventaja o conveniencia, bienvenidas sean si son para todos, pero sabemos: son para unos pocos amorales.

Se imprime a lo loco, la “maquinita”, dale que dale. Llegar a fin de mes es el mayor desafío. Según las últimas noticias, se han vuelto a imprimir. Pero nadie habla de lo que se debe hacer; un temario que extenúe los esfuerzos por salir de esto en pos de una república, de un país verdadero que agote la vocación de servicio. Se necesita hablar y entablar seriamente la certeza, descansar, parar con las encuestas que cuestan y enloquecen, reposar por un buen momento las ansias locas por llegar al 2023. Primero, salgamos de aquí, hoy y ahora. Con esta muestra de ficción o relato en vez de hechos, el hándicap no es halagüeño. Somos en realidad “un país careta”, que dice las cosas según le conviene. O, como siempre, callado, sin compromiso alguno, no arriesgando nada, pero sin embargo con esta actitud arriesgamos todo. Que asuman la responsabilidad mínima de respeto por el pueblo que los votó y que hoy los mira azorados y ellos no se dan por enterados. Solo mensajes, trascendidos, declaraciones, reuniones, que se filtran, cada cual por su lado, todas descalificatorias, entre los socios que se supone son de un gobierno integrado, cabal, monolítico. 

En una de las tantas presentaciones de Atahualpa Yupanqui, en esas emisiones de Canal 11 de Buenos Aires, desde donde Julio Márbiz transmitía en vivo “Argentinísima”, al despedirse le pidió a don Ata que exprese cuál es su deseo mayor cada vez que sale del país. Preciso y certero, dijo: “Quiero que al volver me encuentre con un país más cabal. Que dejemos de jugar a las mentiritas y a los niños terribles. Un país con mayor certeza. Más previsible”. 

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