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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Argentinos que mejoraron la medicina mundial

Por José Antonio Romero Feris

Exgobernador 

Especial

Tuve la oportunidad de entrevistar en mi programa televisivo “Corrientes de Pensamiento” al  doctor José Claudio Escribano. Un hombre que me ha inspirado, pues he visto sus luchas en defensa de la libertad de prensa. Pero no deja de sorprenderme ya que colaboró con la edición del libro Argentinos que mejoraron la medicina del mundo, una obra de distintos autores que aborda la vida de los 14 médicos argentinos que influyeron en la medicina mundial y que la Academia Nacional de Medicina encargó por sus 200 años. 

“Entre los primeros actos por la conmemoración del bicentenario de su creación, la Academia Nacional de Medicina ha resuelto asumir un riesgo. El riesgo ha sido editar un libro de cerca de 400 páginas con las semblanzas humanas y profesionales de 14 argentinos que contribuyeron al progreso de la medicina en el mundo”, explicó Escribano a Pocho Romero Feris, quien fue subdirector del diario La Nación.

“Bernardino Rivadavia, hijo de la Ilustración y de Mayo, y mentor de la gestación de esta gran casa, lo hubiera celebrado. Solo evitan el error y la crítica quienes nada hacen ni arriesgan. La carga de juicios subjetivos que se acumulan en la elección de 14 nombres por sobre la pléyade de otros maestros sobresalientes de la medicina y la bioquímica argentina ha estado, con todo, acotada por un condicionamiento específico”.

“Ese condicionamiento ha circunscripto este libro a precursores que gravitaron con investigaciones o técnicas quirúrgicas innovadoras sobre el curso de la medicina mundial. De modo que aquí contamos con un rasgo compartido, que cumple con la exigencia epistemológica de objetividad en este homenaje selectivo que se perpetúa en libro”.

“En verdad estoy lejos de la medicina como disciplina, di 1.000 vueltas antes de aceptar ser el orador del acto con el cual se abrió el ciclo  conmemorativo de los 200 años de la fundación de la Academia Nacional de Medicina”, contó Escribano.

“La Academia tuvo la felicidad de publicar el libro con los 14 maestros de la medicina argentina, quienes contribuyeron a mejorar la medicina mundial. No es poco decir que hemos tenido médicos y bioquímicos cuyas investigaciones científicas fueron de tal dimensión o cuyos aportes a la innovación de técnicas quirúrgicas fueron tan novedosos que gravitaron sobre la evolución de la medicina mundial”.

“Conocí mucho al doctor Abel Canónico, oncólogo, y fue uno de los cinco médicos que estuvo en el quirófano en 1951 cuando operaron a Eva Perón. Contaba con una gran modestia que él no había intervenido en absoluto en la operación. Lo que había hecho era, siguiendo instrucciones de la superioridad, ir a Chicago a buscar al quinto cirujano, George Pack, para operar a Eva. Su trabajo concluyó acompañando a Pack de regreso en avión a Chicago, donde le confesó que era la primera vez que había operado a una paciente sin haber intercambiado una sola palabra y volvía con la certeza de que no cambiaría con ella una sola palabra. Es decir, el médico sintió que había operado una muñeca porque no había podido hablar con ese paciente”.

“Entre los 14 argentinos mencionados hay tres premios nobel y hay un cuarto que pudo haberse alzado con ese reconocimiento. Me refiero a Eduardo Braun Menéndez que hubiera sido premio nobel de no haber muerto en la fatalidad de 1959, cuando se desplomó el avión a 1000 metros de la costa del Mar del Plata. Hubo un solo sobreviviente”. 

“Me parece que es muy importante detenernos en René Favaloro, porque es una de las varias figuras que se corresponden con esa Argentina de la movilidad social, del siglo XX. Favaloro era el hijo de un modestísimo carpintero, así que se crió en un barrio del montón

“Lo mismo que Enrique Finochietto, era hijo de un verdulero genovés. De un inmigrante que apenas pudo darle la carrera universitaria a uno de sus tres hijos. Es decir, hijos de esa Argentina dinámica que permitía, desde las más modestas posiciones sociales, el crecimiento a un primerísimo nivel en la sociedad argentina”.

“La lista se abre nada menos que con Luis Agote, que en 1914 hace la primera transfusión a través de un procedimiento eficaz y seguro. Tenía que introducir ciertos elementos químicos en prueba y lo hace en su propio cuerpo por vía endovenosa y logra la transfusión de sangre. Pero no la patenta, la pone a disposición inmediatamente de aquellos heridos en la Primera Guerra Mundial”

“Se ha establecido una condición objetiva que es el rasgo común que todos hicieron una contribución en investigación, en ciencia básica, ciencia aplicada, en la investigación científica. Introdujeron novedades que gravitaron la medicina mundial. Me permito pensar en el médico Salvador Mazza, y todo lo que hizo, una vida dedicada al estudio de males como el Chagas; o Julio Isidro Maiztegui, que desde Pergamino consiguió acorralar al mal de los rastrojos, que tuvo a maltraer a toda una gran comarca del norte de la provincia de Buenos Aires”.

“César Milstein, bahiense, recibió en 1984 el Premio Nobel de Medicina por sus teorías vinculadas con la especificidad y control del sistema inmune. Fue quien revolucionó el campo de la inmunología con el descubrimiento de los anticuerpos monoclonales”.

“Los años de maduración descollante tanto de Milstein como de Leloir, otro de nuestros premio nobel (1971), en su caso por contribuciones al conocimiento de los hidratos de carbono, deben esperanzar a los estudiantes que presienten en algún momento la morbilidad del revés definitivo. Tanto Milstein como Leloir no se destacaron precisamente en la carrera de grado, pero se elevaron al fin como estrellas científicas. Desconozco los motivos de los atascos iniciales de Leloir, pero acaso Milstein haya dedicado como estudiante de Ciencias Exactas excesivo empeño en luchas anarquistas que derivaron en su exilio y después en la conquista de elevadas posiciones académicas en Cambridge”.

“Rebeca Gerschman, Mauricio Rosenbaum, Miguel Ángel Ondetti, y desde luego, Bernardo Houssay, el fisiólogo que fue maestro entre maestros, el primero en obtener el Premio Nobel de Medicina (1947) y de nombre tan asociado a la creación, a principios de 1958, del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. 

Han sido médicos y bioquímicos que se adelantaron a su tiempo. Hoy, la globalización del conocimiento potenciado por el dinamismo asombroso de tecnologías que irrumpieron a fines del siglo XX castiga impiadosamente la distracción retardataria”, concluyó Escribano.

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