¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

PUBLICIDAD

Es la historia que me ha tocado

Domingo, 10 de julio de 2022 a las 01:00

Por Adalberto Balduino
Especial para El Litoral

No pude elegir. No hubo tiempo. Ya estaba aquí, corriendo mis primeros pasos. Y, cuando menos lo pensaba, se me vino el primer voto, el servicio militar y a buscar laburo. Las esperanzas del recién iniciado, queriendo mejorarla. Cuán inocente uno es, creerse que con las ganas y un empujoncito estaría aportando lo mejor de mí para este país que amo. Que las ideas del pueblo todo, hizo de la decencia su mejor alumno, y en resguardo de su respeto construyó el resto, pero otro final se interpuso, lo hizo “flecos” en alas del exacerbado populismo. Nada de lo imaginado sucedió, se dieron otras escaramuzas que desembocaron en esto. Por eso cada vez que escribo me duele el país, y trato de atemperar las broncas y disimular el llanto, con pizcas de ironías, metáforas que aluden a lo mismo, pero tomando títulos que por ingeniosos nos recuerden lo que los buenos oficios mandan, nos digan sin filtro que no llegamos en buena forma. Por el bien de todos optamos por lo menos malo, deseando que las justas broncas no resignen pero tampoco aflojen. No atarnos incondicionales a una causa que no lleva a ninguna parte. A nada, porque no hemos logrado ser alguien: “Ser el país que nunca pudimos ser”. O, como dice el periodismo europeo, “Argentina, el país que premia a sus ladrones”. No están tan errados, es mucho más que eso, siguen con la misma cantinela, porque es más fácil y menos laborioso. Primero, se robaron los valores hace tiempo, y desde entonces lo malo se igualó con lo bueno. No tenemos en qué mirarnos, “todo es igual, nada es mejor”. Somos los mismos pero con mucho más años. Siempre soñando. Los sueños cuando se desvanecen, son objetos que se escapan de las manos, cuyo recupero por el camino común de lo fácil, siempre termina mal. Luego, la discusión pública es dinamita pura de las dos máximas figuras; una destituyente, la otra invalidada por la inacción. Entre ambos acrecientan, no disipan ni desarman, potencian peligro. Dicen y se desdicen. Mal que nos pese, es lo que nos representa empobrecido y desvalido, agravando la credibilidad disminuida, borrando la entidad como supuesto país que supimos supuestamente ser. Borrados por nosotros mismos, por el mal pálpito con los postulantes, que, cada vez son más pero dejan mucho que desear.
Es una guerra campal que no acaba de terminar. Son implacables “guerreros” para quienes la autodestrucción es su ADN en que se movilizan, sin importar que la inflación trepe al 78,6 %. Es como dice la poeta española de Las Palmas, Patricia Benito: “Ya ni cerramos los ojos”, porque el advenimiento de adversidades hasta en lo mínimo conspira por clausurar puertas para respirar aire libre, allí donde las cosas tienen sentido primario y se llaman por sus nombres. También Patricia Benito lo dice, y no se equivoca porque nos plantea un camino que lo sabemos difícil pero no imposible: “Hay días que son un desastre / y te sientes un desastre junto con ellos. / Se van y vuelve el orden. / No te alarmes, solo libra y déjalos que pasen. / Cada cierto tiempo, necesitas desarmarte, para volver a encontrarte”. Estos nos han desarmado de tal manera, han hecho añicos las esperanzas, que recomponernos costará una vez más sudor y lágrimas, sin vislumbrar horizonte alguno, sin gaviotas siquiera para orientarnos.
Queremos el reencuentro pero haciendo lo correcto: ser lo que debemos, retractarnos, reconociendo lo mejor del otro, agitarlo y con todas las voluntades sin poner nada en peligro, hacer un consenso que signifique el fin de la improvisación. Digamos, lo que nos debemos. 
No se puede hacer una revolución contra nosotros mismos, porque ya han pasado casi 3 años de pelear como “los Roses”, sin darle soga, presionando, primando los intereses de una política extralimitada y fuera de control; es imprevisible avizorar un final sin contusos cuando se ha utilizado artillería pesada. En principio, son tantos sus problemas políticos encauzados y sostenidos por ellos mismos, que no queda tiempo para escuchar detenidamente a la gente, leer sus urgencias, ponerse en su lugar. Los planes son la más fácil resolución pero de frágil continuidad porque es como una gota de agua sobre el techo de zinc caliente; tienen un costo creciente de  difícil sostenimiento. Además, éticamente, no corresponde, es el trabajo digno de cada día lo que erige y reivindica a los pueblos, no solamente pasar por los cajeros a cobrar, sino generar la contraprestación seria y responsable, como nuestros padres nos enseñaron.
La política es una herramienta de facilitación de emprendimientos y logros diversos que hacen un país, que pone la democracia al alcance. Otra cosa muy diferente, y hasta una falta, tomar esa herramienta y utilizarla para todo que le confiera poder, inmunidad e impunidad, permanencia en la política de por vida, sin que nadie les diga algo, o los acuse, o ponerse colorados de última. Con la pérdida prácticamente de casi tres años estériles de gobernabilidad, ante el cisma de una debacle en medio una anunciada “caída libre”, siguen preocupados, todo el tiempo pensando en las posibilidades electorales, cuando lo primero es salvar un país en estado de shock. Salvar y preservar la vida de miles de argentinos en medio de la zozobra. No necesitamos de políticos discursivos, porque si así piensan todos ante las contingencias, estamos sonados. Necesitamos mentes frescas, brillantes y honestas donde la importancia sea prioritaria, en pensar y hacer posible, que la Argentina se mueva porque tiene con qué, un territorio rico productivamente con baja demográfica. No en relatos, sino en hechos, despojados de ese “escudo” y ese “yelmo” con que se salvaguarda la mala política, la de la ostentación, la de la especulación, la de los entuertos partidistas por reinar a toda costa. Debemos presionar y exigir un cambio, antes de desaparecer, porque la gente capaz, idónea, saludable, decente, está en la calle “gritando” cómo puede hacerse oír y entender. 
Que la conclusión de esta “película” no sea el final: the end, sino el comienzo de otra cosa, llamada República. Un sueño en colores, alegre, ameno, optimista, con un reparto estelar donde todos tengamos un rol rutilante, el de la responsabilidad, del trabajo a conciencia, desechando para siempre el deporte nacional de que “el vivo vive del zonzo”. Es la historia repetida que me ha tocado vivir, pero todo tiene un límite.   
Como dice la poeta española Patricia Benito: “No te alarmes, solo libra y déjalos que pasen. Cada cierto tiempo necesitas desarmarte para volver a encontrarte”. Necesitamos encontrarnos para rehacernos. Volver a ser. 

Últimas noticias

PUBLICIDAD