Por Adalberto Balduino
Especial para El Litoral
Es tan malo poner fin a esas cosas que animan al ser humano como son los sueños. En sí tienen algo de ternura, pero también de verdad íntima, quién no ha tenido uno para superar la noche que anticipa el día. Y el sol de esa jornada aún no ha salido, está entre nubes con pronóstico reservado. Cada vez que pienso en ello, me pregunto para cuándo ese país cuya vigilia han costado años, y por ser como somos, aún está en pañales. Hasta cuándo sostener sistemas enmarañados y amañados, que solo nos conducen a desaparecer como tal. Recuerdo familias que trabajando con esfuerzo y todos los valores perdidos como riqueza pasaron a clase media. La clase que movía al país, porque el país daba muestras ciertas de ser responsable, serio, con espacio y tiempo para seguir soñando. Como soy un hombre de publicidad puedo dar muestras serias de que el mensaje que ella empleaba más que ficción era realidad, porque todavía podíamos hacer realidad lo soñado. Era soñarla y capacidad para trabajarla, porque haciendo el esfuerzo de cumplir jornadas, marcar las horas por el cometido empeñado, el salario sumaba sueños posibles.
La radio, la televisión, el cine, eran una fiesta entonces, porque representaban al argentino visionario, optimista que a pesar de algunas “zancadillas” que los tiempos se encargan por minar el camino, a pesar de todo avanzaba, crecía, tenía confianza y hasta era posible acceder a una casita y algún cochecito “que no gaste tanto”. Hoy, peleamos por la comida, porque hemos vuelto al origen de nuestra existencia, parar la olla aunque más no fuere.
Hoy, muchas cosas han perecido por obra y gracia de “iluminados” que fueron frustrando la buena fe depositada por la gente. Hay una inacción de la sociedad ante el embate de precios prohibitivos, en que porque aumentan los insumos hay que seguir encareciendo. Se deben “cubrir”, pero hasta cuándo el bolsillo va a seguir aportando, si ya no queda ningún cobre. Entonces vemos el crecimiento de la violencia en que el robo se ha convertido, son verdugos a la caza furtiva, perezca quien perezca, ya importa poco, solo el botín.
Comprobamos azorados cómo se repiten sin interrupciones, jugándose el todo por el todo, sin importar vidas, propiedades, martirizando, asolando ciudades, pueblos; cualquier lugar es propicio para incurrir en cualquier delito. No sabemos si se trata de una escena de la película australiana “Mad Max” sobre la alta violencia de rutas y autopistas, o la injusta contienda de Ucrania. Que no ocurra como Sri Lanka que, al igual que la toma de la Bastilla en Francia, se arrojaron a tomar la casa del presidente, como muestra cabal que hay cosas con las que no se juega, como el hambre y la sordera del poder, en no oír las urgencias de la gente. De allí, el desconocimiento total de lo que le pasa al individuo luchando por lo poco, que es mucho ante la incapacidad de revertir la terrorífica cifra inflacionaria.
Y lo triste, lo lamentable, es que los “mercaderes” de la política del “chiquitaje” continúan con sus viejas prácticas, marchas, protestas diversas, discursos separados por diferencias de poder, peleas entre ellos, quienes tienen la responsabilidad de sacarnos de este pozo. Aún no se han dado por aludidos; cada cual con su orgullo aunque Argentina se escinda, no obstante la actualidad incendiada. Es cierto que la alegría siempre nos duró muy poco, porque los momentos de franca democracia, de saludable convivencia, fueron cortos, cada vez con mayor brevedad. Los argentinos tenemos la piel dura contra los embates de una forma autoritaria de gobernar, celebrada por los pobres de pensamiento, como virtud compulsiva de combatientes listos y dispuestos para la batalla, pero no para el trabajo, el respeto, la confianza mutua, preparados pacíficamente para una sostenida y armónica convivencia.
Cuando aludo como título a algo esencial en la vida de la gente como es la sentencia a desparecer de los sueños, tomado de los versos de un tango icónico de un poeta provinciano, político saludable, Homero Manzi. Viene a ser la máxima degradación en las esperanzas de las personas, que lo marca como el pasado que fue, en un tango emblemático, “Sur”: “Nostalgias de las cosas que han pasado, / arena que la vida se llevó, / pesadumbre de barrios que han cambiado, / y amargura del sueño que murió”. Los argentinos, últimamente, agotamos los sueños. Según el autor, de “Homero Manzi, poesía y política”, Luis C. Alen Lezcano, dice que alguna vez contó Jauretche que le dijo Manzi: “Tengo por delante dos caminos: hacerme hombre de letras, o hacer letras para los hombres”. Y, por ellos, se jugó el todo por el todo, luchando políticamente y luego marcando en tangos todos los climas que acompañan al hombre y a la mujer.
Otra vez imaginando la idea sagrada de país, como tal realmente, a pesar del apego del recién llegado poblando la nueva tierra, expresó Manzi: “Lo que ha salvado este país es la actitud del ‘cocoliche’, el ‘gaita’, el ‘tano’ y el ‘turco’, que en lugar de proponerse un arquetipo traído de allá, se propuso un arquetipo nuestro, el gaucho o el compadrito, sublimándonos así, en él y en sus hijos, la idea del país”. Esa concepción cabal, que hemos olvidado sustraídos por divergencias, por peleas estériles, olvidándonos de lo mejor: la esencia misma de un tipo de personas, de pensamiento, de forma y de cultura que hicieron un país que hoy y a los trancos, rengo, disminuido, no sabe cómo asumir el día que se viene.
Uno aprende a soñar como último vestigio, cuando desea que la historia cambie, que el pueblo sonría, que es feliz porque sus sueños se han cumplido, o que en la frustración de la nada meditamos en el pensamiento de Homero Manzi: “Los que quieran presidir la historia argentina, que no se ataren en sumar guarismos en el papel de los cálculos. Que se graven en un recogimiento místico las palpitaciones del alma del pueblo”.