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Una cuestión de proporciones

Por El Litoral

Domingo, 17 de julio de 2022 a las 01:00

Alberto Fernández lanzó en 2019 su programa de gobierno y prometió poner a la Argentina de pie. La Argentina ha llegado al año 2022 sin conocer altura, aprisionada por el costo de batallas adjudicables a la bicefalía de este Gobierno y el fracaso de las medidas hechas para enfrentar el difícil panorama económico. La Argentina se hizo minúscula creyendo que el mundo se había hecho mayúsculo.
Para comenzar, Fernández declaró que la deuda heredada le quedaba grande y era impagable, por lo menos conforme a su autopercibida incapacidad de honrarla. Como un sucesor incompetente, ajeno al mérito y al esfuerzo, prefirió culpar a su predecesor por haberla incurrido, a pesar de que recibió una nación en marcha, capaz de generar riqueza abundante si hubiera sido bien gestionada.
Al tiempo, el dólar libre voló a las nubes y, tras el escape de la divisa, bienes y servicios básicos y elementales, como las prendas de vestir, el calzado y los útiles escolares, se convirtieron en prohibitivos, y los alimentos se alejaron de los bolsillos.
También se agigantó el costo de mantenimiento de los automóviles, por el alza de impuestos, seguros, combustible, peajes, neumáticos y repuestos. Como una conjura contra nuestro país, se desmesuraron los alquileres, las expensas, los colegios, las prepagas, los remedios y los asados. Las cuotas prendarias e hipotecarias, los saldos de tarjetas y las libretas de almacén.
Con inflación, sin moneda ni crédito, los argentinos se han vuelto tan pequeñitos como aquellos niños que, en el film de 1989, un científico encogió de forma accidental, diciendo: “Querida, encogí a los niños”. Desde su visión a nivel del suelo, como infantes embaucados, ahora creen que las cosas crecieron por culpa de la pandemia y de la guerra, conforme al relato oficial. No se dan cuenta de que ellos mismos nos achicaron entre vecinos que, con iguales problemas, mantienen sus clásicas proporciones.
Todo resulta inmenso e inalcanzable, salvo el tren, el colectivo y las tarifas, segmentación mediante. Ni en puntas de pie, ni con escalera, ni a babuchas se puede acceder a lo necesario, desde nuestro insignificante tamaño actual. Desde góndolas altísimas se exhiben productos prohibitivos para billetes sin valor, aunque vienen a comprarlos bolivianos, paraguayos, brasileños o uruguayos, quienes, al no haber sufrido el mismo síndrome de desgobierno, llenan sus carritos con avidez de 2 x 1. Pagan con guaraníes, reales, bolivianos o pesos orientales, que, con ojos argentinos, parecen riyales qataríes. Con algo de lástima y un poco de desdén, también se llevan el gasoil que el campo necesita, en camiones que cruzan las fronteras.
Aun existen sortilegios para que los argentinos retomen la altura de una gran nación, superando la degradación de vivir entre un zócalo y un felpudo. Son palabras sencillas, vedadas por el Index Verborum Prohibitorum de Axel Kicillof e impuesto a rajatabla por el Instituto Patria, a contrapelo de los países que progresan con sentido común y monedas sanas, de Estonia a Vietnam, de Polonia a Portugal, donde los gobernantes las dicen y aplican sin complejos: “Confianza, clima de negocios, propiedad privada, seguridad jurídica, mérito y esfuerzo, integración al mundo, inversión productiva, competitividad, reformas estructurales, flexibilidad laboral, bajos impuestos, capital abundante, productividad y apertura económica”.
Si se pronuncian con convicción y reúnen respaldos políticos, el proceso de encogimiento se detendrá y la población argentina recuperará su tamaño, comprobando que las cosas no cambiaron, sino que sus ingresos se achicaron. Palabras que no pronuncia Batakis, pues están en el Index Prohibitorum: su única función es detener una corrida cambiaria hasta la entrada de divisas por la cosecha fina, sin entrar en profundidades. Un objetivo modesto, con visión extractiva, que no detendrá el derrumbe colectivo hacia la nimiedad.
Cruzado un cierto umbral, Alberto Fernández nos hará ingresar en el mundo subatómico, donde se puede estar y no estar simultáneamente, conforme al principio de incertidumbre que es su fuerte. Allí se sentirá cómodo dando saltos cuánticos y señales contradictorias, mientras podrá observar a su perro Dylan jugar con el gato de Schrödinger. Aunque los pobres argentinos, de tan encogidos, no seamos ya más visibles en la faz de la Tierra.

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