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Esta locura

Tomarle la temperatura al país siempre rompe termómetros. No hay quién se le anime. Poner la mano en el fuego es quemarse gratuitamente. No hay voluntarios ni conductores.

Domingo, 31 de julio de 2022 a las 01:28

Por Adalberto Balduino
Especial para El Litoral

Esta y no otra. Un empellón que nos levanta por los aires, porque la conciencia se ha extraviado en las calles donde se anulan todos los pasos, allanan el sentido común y como un búmerang se salta de culpable a víctima por el arte de mezclar siempre todas las cosas. La Argentina de hoy, luego de golpear, anonadar con sus contradicciones, dichos y desdichos, sale a la busca de culpables que la vorágine de sus misiles verborrágicos —y no otros— han provocado. 
Y lo seguirán produciendo porque su naturaleza populista es relato sin límite que no tiene fin. Siempre son los otros quienes conspiran, no sus peleas de palacio, choques internos ideológicos, convergencia de mil ficciones, intereses y ventajas. Miguel Wiñazki, licenciado en filosofía, expresa en su libro “La locura de los argentinos. Historias de un país furibundo y desmesurado”, tomando palabras dispersas de su prólogo que dan cuenta de la “alta fiebre” que nos atraviesa: “Como el agua y el aire, la locura nos acompaña”. “Esa locura, esa ceguera, esa anestesia ante esa locura…”. “La alteración social parece normal y la normalidad, inimaginable”. Sin embargo, la realidad es más grave aún, porque resulta imprevisible. Ahora han salido a buscar culpables en un desdoblamiento de personalidad y erradicación de cuerpos del delito, para reubicarlos ajenos, impolutos, incapaces e inocentes. Esto trae a la memoria algunos títulos del cine nacional que encuadran perfectamente y que por ser irónicas, distienden por un momento la bronca que la locura de quienes nos gobiernan promueven una y otra vez. En 1950, una película basada en el libro de Carlos Llopis “Con la vida del otro”, el director Lucas Demare puso en cartelera bajo el título “La culpa la tuvo el otro”, cuyo elenco conformaban Luis Sandrini, Alita Román, Eduardo Sandrini, Malisa Zini y Patricia Castell, musicalizada por Lucio Demare. Es decir que, desde antes, ya conocíamos eso de superponer culpables que paguen “los platos rotos”, que otros cometieron. Nos cuesta asumir, la verdad de lo que se vive, sino el Presidente como su elenco no cometerían tantas metidas de pata, que nos han conducido a este mar de dudas y que cada vez en lugar de atenuarlas, atizan el fuego con una inflación cada vez más alta, con una pobreza que hace rato superó la media, con indicadores al rojo vivo.
Cómo será nuestra desacreditación internacional, que en su campaña presidencial Bolsonaro nos puso de ejemplo de lo que no se debe hacer, y de la verdad implícita a que nos llevan, quienes no escuchan, quienes se aferran a un formato de expiación y disculpas: culpar a los otros de las propias. Como latinoamericano, el presidente brasileño acentuó su crítica, situando el lugar donde no caer: “Miren para dónde se está yendo nuestra Argentina”.
El libro mencionado en principio apela en su búsqueda por saber si estamos todos locos, trayendo una anécdota marcada por el autor Lewis Carroll en su obra “Alicia en el país de las maravillas”, cuando “el gato concluye que está loco porque se compara falazmente con una especie diferente, pero no porque gruñe (ronronea) cuando algo le gusta y mueve la cola cuando algo no le gusta. Está loco porque razona mal”. La moraleja: “Tal vez sea eso. Razonamos mal. O para decirlo con más sinceridad. No sabemos cómo razonar, cómo pensar y comprender un país desmesurado…”. No se dan cuenta o no quieren darse cuenta porque no les conviene, que ellos son la causa de cuánto nos sucede últimamente. Y que ante tanto desastre junto se convierten en noticias que no gustan cuando trascienden por propia acción, porque ellos con sus desaciertos se hacen notorios ante los medios, y la verdad es que a cualquiera con sentido común asusta y avergüenza tanta desmesura descontrolada, porque hablan de la ineptitud. Ellos alimentan las noticias que por tanto relato junto se complican y contradicen. El culpar a los otros de los propios errores es hacer trampa, no es jugar limpio. Es una política en extinción en que la moral importa poco, pero para la gran mayoría —lógico— una vergüenza nacional.
El traer a colación una película, un libro, amén que quita presión, nos permite reírnos, que es una muy buena terapia para continuar sobreviviendo en una “república bananera”, como las protagonizadas por Alberto Olmedo, hasta el mismísimo personaje de “Yeneral González”, que no aportaba nada ni entendía absolutamente cuando había que resolver, y “El Dictador de Costa Pobre”, dos aciertos de gran popularidad televisiva. O sea, distender por nuestra propia salud ante tantos embates provocados por quienes hace un tiempo “dirigen el partido”. 
Encontrar el sosiego para poder pensar coherentemente, que al ser escuchada la gente, comprendan que la cosa verdaderamente está que arde y que la responsabilidad que les cabe no admite más dislates. Que dejen la política por el humanismo, lógico y concreto, que nos permita recuperar tanto tiempo perdido, que se hable sin discurso, respondiendo a la gente con respuestas válidas, dejando de jugar “al gato y al ratón”. Dejémonos de ideologías que han sido para mal, estamos en otros tiempos, solamente el trabajo y no los planes que abonan el clima electoral podrá salvarnos. Trabajo y perseverancia. Decencia como algo natural y prioritario. Que “los trofeos de guerra”: pancartas, banderas partidarias, bombos, la desgastada “V” de la victoria inaugurada una vez por Winston Churchill y adoptada por los muchachos, queden depositados a buen resguardo bajo setenta llaves por mucho tiempo, que ya no hay nada más que festejar.
Hubo una película inglesa que expresaba un poco el deseo de huir del peligro, o de todo aquello que nos posterga, cuyo texto se expresaba como deseo frenético de desesperación y libertad: Stop the world, I want to get off. Paren el mundo, me quiero bajar. O, mejor aún, como se generalizó: “Paren el mundo que me quiero bajar”. Algunos atribuyeron esa frase a Mafalda, a lo que su autor Quino, estando en Europa, se apuró a desmentir: “Yo jamás hubiera puesto en boca de Mafalda. Ella no quiere que el mundo pare y ella bajarse, ella quiere que el mundo mejore, jamás se le hubiera podido ocurrir eso”. Pero, en realidad, tal frase corresponde a una película producida por Gran Bretaña en el año 1966, nominada al Oscar, dirigida por Philip Saville, encabezando el reparto la actriz Millicent Martin.
Como vemos, todo tiene su origen y su causa. El nuestro acontece en Argentina, y su causa esta locura y la desmesura de un país que acontece en el pasado, el país que quiso y no pudo ser. Que hizo del relato una historia inverosímil. Y de la irresponsabilidad, una verdad jamás asumida. Un estado demencial tan feroz que se cree sus propias mentiras.

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